domingo, 7 de marzo de 2010

Estertores

La vida en Madrid supera los seis megas de velocidad, pero pisando cáscaras de gambas y tirando cañas. Basta cualquier debate para encender la polémica metropolitana y provinciana. De la misma manera que la Gran Vía, esa calle nacida para ser Broadway y enterrar el casticismo, encenderá pronto las velas de su centenario, en el foro se rescata la discusión universal sin tarta de cumpleaños. Siempre lo mismo, del Madrid que despierta envidias por ser polo de atracción del centralismo más rancio al Madrid amado, ese que dicen que lleva directamente al cielo y en el que las niñas ya no quieren ser princesas (gracias Sabina, por la frase). Si hace unas décadas la discusión que encendía las tertulias la protagonizaban la rivalidad en los cosos taurinos entre Joselito y Juan Belmonte, ahora vuelven a ser los toros. Será que ya hay billetes de ida y vuelta para viajar en el tiempo. En Barcelona se debate la prohibición de las corridas simplemente porque huele a español. Es como liarse a pedradas contra el toro de Osborne, pero no porque a los impulsores de esta iniciativa les interese el bienestar del animal. Y mientras, en Madrid se echa un capote a los astados para que las corridas sean como la Puerta de Alcalá. ¿A ver quien les tira ahora una piedra? Al trullo por atentar contra el patrimonio. Si no fuera porque estamos en 2010 pensaría que tras la huelga de RTVE y el eterno debate toros sí, toros no habríamos vuelto al pasado, a calzar las botas de Segarra y jugar en descampados, a soñar con Ava Gardner de juerga infinita en Chicote y celosos por sus revolcones con Luis Miguel Dominguín en un chalet de la colonia del Viso. Son retazos del Madrid en blanco y negro, del estraperlista, del de las lumis de postín con las que compartir una paella en El Riscal, de las timbas en los bajos del teatro Bellas Artes o el olor de Pasapoga impregnado en la ropa. El otro día encendí la tele, puse la Primera Cadena y me encontré con Paco Martínez Soria y Manolo Escobar. No entendía nada. Añoré a las locutoras de continuidad y hasta esperé, en balde, que Mariano Medina hablara de borrascas. Sólo faltó que Ana Pastor en Los Desayunos de TVE informara de la visita de Ike Eisenhower, del espontáneo que se echó al ruedo para hacer el salto de la rana o la bomba de Palomares. Pero Pastor no tuvo programa. Ahora que llega la TDT la huelga en RTVE fue la mejor manera de homenajear el pasado en medio de los estertores de lo analógico.

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