viernes, 24 de septiembre de 2010

La foto es lo que importa


El brote de testosterona que nace del córtex cerebral del periodista alemán que dedicó toda clase de lindeces a las las ministras socialistas fashionistas de ZP me desagrada. No sorprende a estas alturas de la película que alguien vaya de guay por la vida diga lo que piensa o, incluso, que se publique. Nos guste o no, sales a la calle, entras en un bar y mientras desayunas un café con cruasán escuchas cómo en la mesa de al lado se pone a parir a las ministras de cuota de Zapatero o se debate sobre el culo de la buenorra que sale en la última página del AS. En los baretos es donde mejor se palpa el sentir ciudadano. Otra cosa es lo que luego se diga para quedar bien, ir de progrematrix o vivir de lo políticamente correcto. Lo triste es que por abrir la boca, aunque sea para decir una sandez tras otra, se dé pábulo a todo y el coro de palmeros anime la fiesta. Y si es en Internet mejor. Así que lo que me sorprende de verdad es la enorme repercusión que ha tenido ese reportaje titulado Los maniquíes de Zapatero. Y más aún, sorprende que lo haya publicado un periódico serio y de referencia en cualquier facultad de Periodismo. Claro, que no corren buenos tiempos para el periodismo escrito, una profesión bajo mínimos desde hace años. La prensa de papel lleva tiempo buscando un futuro mientras el mileurismo y las hipotecas atenazan a los profesionales e Internet permite que todo hijo de vecino se crea periodista. En este panorama de caída de ventas en los diarios y sin que la prensa escrita vea la luz en el horizonte entiendo que el Frankfurter Allgemeine Zeitung haya publicado este reportaje. Otra cosa es su repercusión transfronteriza y el cúmulo de reacciones políticas. Claro, que si aquí nos preocupamos de las patillas de Tomás Gómez tampoco nos debería extrañar que un medio, hasta ahora referente de calidad informativa se meta en estos jardines. Es una señal más. Este verano The Times, el diario de los sir y los gentlemen, culpaba a Sara Carbonero de la derrota de la selección española de fútbol en el primer partido del Mundial. Aunque la vicepresidenta De la Vega haya puesto el grito en el cielo por Los maniquíes de Zapatero y le mole más un reportaje de la prensa amiga, como el que dedicó la revista Vogue en 2004 a las ministras con el título de Ocho mujeres para la historia, la respuesta se la dio Zapatero en Nueva York, en este caso ante el rey de Marruecos Mohamed VI y otra desafortunada frase: “La foto es lo más importante”. Y sus ministras son las que han salido en las fotos del Frankfurter Allgemeine Zeitung .

jueves, 16 de septiembre de 2010

Putadas


Una huelga general es para un sindicalista como el día grande de las fiestas del pueblo. Pero sin serlo. Una huelga general no tiene periocidad fija en el calendario gregoriano, aunque sea un acontecimiento, al fin y al cabo. En la celebración de la patrona de cualquier pueblo de este país no hay procesión que se precie sin el alcalde, el comandante de la Guardia Civil y el cura al frente de la comitiva. Y todos ellos con sus mejores galas. Una huelga general tiene algo de fiesta patronal, con comitiva y todo, aunque ni en la superficie ni en el fondo haya motivo alguno para piñatas, serpentinas, baile con orquesta ni fuegos artificiales. Lo que hay son trabajadores cabreados. Es por decirlo, en una palabra, una putada., Ya lo advirtió el líder sindical Ignacio Fernández Toxo. Y si eso lo dice un jefe sindical... En una huelga general no hay alivio de luto posible, por mucho que se grite o se trate de poner silicona en las cerraduras. Es una putada para todos, sin excepción, y nadie gana, para empezar porque el presidente del Gobierno no tiene más remedio que hacer lo que ha hecho, que para él es mucho y para el Ecofín poco. Así que la solución sindical que queda es echarse a las calles a exteriorizar el cabreo. A fin de cuentan los oscuros resortes del poder, el fáctico o del más allá, son los que siempre tienen la culpa de todo, aunque el Zapatero, dimisión sea una de las consignas del 29-S. Que ni ellos se lo creen... Pero se mire por donde se mire en una jornada de huelga general, la fiesta siempre se viste de negro, por mucho colorido que ofrezcan las pancartas, camisetas o pegatinas de los manifestantes. Aquí no gana nadie. El riesgo que tiene una huelga general, tan constitucional como opinar en público, es que se quede a medias; o sólo en huelga o sólo en general, pero a la mitad. Luego se buscará el éxito de la convocatoria en las cifras de seguimiento. Ya se sabe que en las manifestaciones y en las elecciones todos ganan, aunque luego en privado más de uno recibe un tirón de orejas y a otros no les quede otro remedio que aficionarse al curling. Una huelga general provoca el mayor subidón de adrenalina al que puede aspirar cualquier sindicalista, liberado o de convicción. Lo malo es que los tiempos que corren no están para más putadas, y las soluciones a la crisis actual no están en una huelga general. El derecho a la pataleta es legítimo, pero llega la hora de exigir algo más, también a los sindicatos, que la clase política ya está suficientemente desprestigiada. Con huelga o sin ella, aquí pierden los de siempre porque la crisis es para todos y como en un fallecimiento de un familiar, el duelo cada quisqui lo pasa como puede.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Incorruptas


Ahora que la cocina de Ferrán Adrià entra en los fogones de la Universidad de Harvard es cuando viene a mi cabeza la señora de los siete platos. Es lo que tienen los lejanos recuerdos de la niñez. No soy capaz de acordarme de su cara, pero sí de las deliciosas obras maestras que cocinaba y que alegraron más de una tarde. Su hábitat natural era la cocina y cuando nos decían que íbamos a comer a su casa el día se convertía en un festival. No había plato que se le resistiera y sobre la mesa una delicatessen iba dando paso a otra. De la empanada de carne asada, los callos con garbanzos, el pulpo a feira o el pastel de cabracho se pasaba a suculentos e interminables postres. Tarta de manzana, bizcocho de chocolate y filloas de crema ponían el colofón a eso que en Galicia se denomina enchente. Es decir un empacho en toda regla y comer hasta que la derrota sea por derribo. La mujer de los siete platos elaboraba todo, desde la masa de la empanada a las salsas más sublimes, capaces de enmudecer de placer al comensal más exigente. Ella tenía la misma precisión que un alquimista en su laboratorio. Nunca llegó a imaginarse que el cocinero Ferrán Adrià abriría a la gastronomía las puertas de las universidades. Ella tampoco pisó un restaurante cinco estrellas Michelin, pero no lo necesitaba. Probablemente no lo sabía, pero detrás de sus empanadas había tanta ciencia como arte. Cocinar puede hacerlo cualquier porque, el fin y al cabo, las recetas no son más que fórmulas matemáticas y tiempos. Pero por mucha rigurosidad que se aplique a las recetas, el arte y el talento es lo que distingue a un buen cocinero de otro. La señora de los siete platos, que ya se pueden imaginar la razón por la que la llamo así, tenía un conocimiento de andar por casa de matemáticas, pero cocinaba con el alma. Lo que le emocionaba era ver cómo sus bandejas se vaciaban. Sus creaciones combinaban un colorido mundo de olores, sabores y texturas, tan efímero como quisieran los comensales. En realidad, sí había algo que se le resistía: el pan. Estaba obsesionada por conseguir que las hogazas y las barras se mantuvieran frescas y que se pudieran consumir días después como recién sacadas del horno. Ahora que una fotógrafa norteamericana, Sally Davies, ha fotografiado durante 137 días a una hamburguesa incorrupta para arremeter contra la comida basura, creo que la señora de los siete platos llegó a descubrir el secreto del pan. Pero no lo reveló. Y mucho me temo que, como el autor de la fórmula de Coca-Cola, el secreto se llevó a la tumba.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Macabro


La buena educación ya no es una cuestión humana. Las máquinas se han apuntado de lleno a los buenos modales. Dar las gracias o pedir las cosas por favor es de lo más normal cuando recoges un café de la máquina del curre, cuando llenas el depósito del coche o sacas dinero del cajero. Lo lees en las pantalla digitales o incluso lo escuchas con voces familiares automatizadas. Es la globalización del protocolo de las buenas maneras. Los buenos modales siempre son políticamente correctos, aunque uno piense todo lo contrario. Vamos, que siempre hay momentos en que en lugar de dar las gracias lo que te pide el cuerpo es soltar “un que te jodan” en toda regla. Pero el savor faire que dicen los franceses casi siempre se impone a la zafiedad. Sin embargo, las máquinas no tienen esa capacidad de elección. No hacen selección selectiva entre los clientes para dar las gracias a uno y a otro no. Será que las máquinas no tienen alma, y por ahora las programan para tener buenos modales. Igual, gracias a los avances científicos, llegará el día en el que las armas también lancen mensajes de buen rollito y paz universal. Esta particular reflexión viene a cuento de la tragedia que se vive a diario en México y en otros tantos lugares. Lo que sucede en el país azteca pone los pelos de punta a cualquiera. El mal en estado puro ha causado hasta 32.000 muertes en los últimos cuatro años. Las atrocidades que se suceden en México crean espanto; no menos que las de Pakistán, Irak, Afganistán o tantas guerras desconocidas de las que no se habla porque carecen de interés mediático. Pero el drama en México en la guerra contra el narcotráfico y el ensañamiento de los narcotraficantes, los Zetas esos o los que sean, es estremecedor. La tecnología y la ciencia consiguen cada vez más avances. Vivimos mejor y todo eso, pero no impide que sicarios sin escrúpulos, masacren en Tamaulipas a 72 inmigrantes centroamericanos que pretendían llegar a Estados Unidos y que la mala suerte les llevó a la boca del lobo. Cada vez cerramos más los ojos porque pensamos que la muerte y las tragedias son patrimonio de otros. Pero Tamaulipas nos abre los ojos y la conciencia de porrazo. Detrás de cada gatillo ya está un ser humano, así que no quiero ni pensar qué pasaría el día en el que las armas disparen solas, con la misma frialdad con la que las máquinas de vending dispensan sandwiches o patatas fritas. Igual tras una ráfaga de un fusil AK-47 o los disparos de una Smith &Wesson del calibre 38 una voz en off diga algo así como “Disculpe las molestias” o “Tenga un buen día”. Macabro.