domingo, 29 de septiembre de 2013

Conciencias agujereadas



 
De Guindos, Sáenz de Santamaría y Montoro en rueda de prensa en La Moncloa
Foto: www.lamoncloa.es

Es más fácil estirar las conciencias, que dan mucho de sí, que los bolsillos llenos de agujeros por donde se caen los euros sin cesar. Al menos esa es la conclusión que saco después de ver a los capos de la política económica del Gobierno en la rueda de prensa de los viernes en La Moncloa. Son las previsiones conservadoras de brotes verdes del nuevo cuadro macroeconómico del país, que se resumen en esa frase lapidaria que Rajoy no ha dejado de repetir durante su reciente viaje a Estados Unidos: “España ha salido de la recesión pero no de la crisis”. Fin de la cita.


Hoy el optimismo del Gobierno viene de los datos de la macroeconomía, tan alejados de los bolsillos de los ciudadanos como el mecanismo que sirve para regular el precio de la factura de la luz pero que siempre acaba igual: a pagar más

Técnicamente es cierto que hemos salido de la recesión. Por los pelos, pero hemos salido. También es cierto es que hay datos positivos. Ya no se habla de rescates, primas de riesgo y hasta la los hombres de negro de la troika destacan los esfuerzos del Gobierno por la recuperación económica. Sin embargo esas certezas al ciudadano le dan lo mismo porque sus bolsillos están más rotos que su moral. Mientras los sueldos se han reducido los precios suben. Presten atención al carro de la compra… Si en agosto una botella de leche semidesnatada de marca blanca de un conocido supermercado costaba 0,53€ en septiembre había subido tres céntimos. Y así con más productos. 

De esto es de lo que se entiende en los hogares, donde la economía familiar para llegar a fin de mes está alejada de esas magnitudes macroeconómicas que permiten al Gobierno esbozar medias sonrisas que sorprenderán al mundo (Montoro dixit). La crisis, las medidas de austeridad y las inevitables reformas han menguado la próspera clase media española, ésa misma que generaba millones de empleos a través de pymes y autónomos. Y mientras la clase media se desinfla, los ricos son más ricos y los pobres, más pobres.


Sin embargo, el Gobierno estira la conciencia como un chicle, pero sin perder de vista las elecciones generales. Tras las vacaciones, Mariano Rajoy y todo su equipo se ha puesto manos a la obra para vender optimismo y confianza pese a que seguimos haciendo equilibrios en la cuerda floja de la economía. Rajoy y los suyos han puesto una marcha más con el objetivo de hablar de su libro y minimizar como sea el efecto del caso Bárcenas. Son los dos grandes frentes abiertos del PP, donde cada vez hay más voces que reconocen el daño que el extesorero del PP les está haciendo. No les gusta hablar del asunto. Se nota. Su psicosis da lugar a situaciones tan grotescas como esa llamada de teléfono de La Moncloa para pedir a la cadena de televisión norteamericana Bloomberg que cortara una parte de la reciente entrevista con Rajoy. Se le preguntaba por Bárcenas y por una presunta financiación irregular… Así estamos. Los partidos políticos en España (y más si están en el poder) tienden a usar el periodismo como propaganda. El discurso es el suyo, las preguntas también. Lo malo es que no siempre la verdad coincide con el discurso oficial.


Mentiras y verdades aparte, si hay algo incuestionable son los datos macroeconómicos. Si hace unos meses estábamos con el agua al cuello en un profundo pozo, hoy podemos  respirar un poco mejor. Sólo un poco. Hay dos indicadores que a la hora de andar por casa son los que revelan el estado de forma de la economía. Se trata de la PIB y el paro. De ambos se habló en abril de este mismo año en la rueda de prensa de La Moncloa. Aquella comparecencia de Soraya Sáenz de Santamaría, Luis de Guindos y Cristóbal Montoro fue un tierra trágame en toda regla ante los negros nubarrones que acechaban a la economía española. Aquel viernes de abril se cumplió ley de Murphy: si algo puede ir mal irá a peor. ¿Qué ha cambiado de abril a septiembre? Pocas cosas. Es cuestión de décimas a favor.


En abril se calculaba un crecimiento del PIB de 0,5 y en septiembre la previsión para 2014 es del 0,7. Y en cuanto a la tasa de paro para el año que viene, en abril se situaba en 26,7 mientras que en septiembre se estima que será de un 25,9 (ocho décimas). En otras palabras puede que esto mejore, será muy lento y más del 25% de la población estará desempleada en 2014. Son los datos. Analícenlos, saquen sus conclusiones y estiren sus bolsillos… o sus conciencias.

sábado, 14 de septiembre de 2013

"Artur, hay una cosa que te quiero decir"

Foto: www.lamoncloa.gob.es


Seguro que ustedes me comprenderán. No tengo otra cosa que hacer en todo el día, ni problemas que resolver… por eso vivo en ascuas a la espera de la carta que Mariano Rajoy le remitirá en las próximas horas a Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya. Es la respuesta a la misiva que el líder catalán envió en julio para pedirle la celebración de una consulta al pueblo catalán. Supongo que Rajoy le dará calabazas a Mas y le dirá en su carta de respuesta que dentro de la Constitución española no se contempla el derecho de autodeterminación ni las consultas soberanistas. Eso sí, diálogo todo el que quiera. ¿Pero eso es suficiente a estas alturas para llegar a un principio de acuerdo que garantice la convivencia entre España y Cataluña sin fracturas?



Unos días después de la cadena humana de la Diada más independentista, Rajoy opta por el género epistolar para responder a Mas. Quien sabe si encabezará la misiva con “Mira Artur, hay una cosa que te quiero decir”. Rajoy no lo hará en rueda de prensa, ni en un canutazo con periodistas, ni en un acto de partido con palmeros, ni en Twitter, ni en un plató lacrimógeno de televisión donde alguien les junte por sorpresa para limar asperezas… Lo hará por carta, como las de toda la vida y como la que Mas le remitió. Pero mucho me temo que esa respuesta de cajón para los independentistas catalanes –incluido el Govern de Mas– no es suficiente tras su demostración de fuerza de la Diada del 11 de septiembre con una cadena humana de más de 400 kilómetros.



La realidad es que el problema catalán está ahí, la solución es complicada y a estas alturas tampoco valen las vendas en los ojos. Y ese problema es que en Cataluña hay muchos catalanes que no se sienten españoles y solo quieren ser catalanes. Cierto. Pero tampoco se puede ignorar que también hay muchos catalanes que quieren seguir siendo catalanes y españoles. Incluso habrá alguno que sólo se sienta español… Si se preguntara al resto de España, intuyo que la inmensa mayoría no entendería una España sin Cataluña (incluso habría alguno que sí).



Sin embargo, Artur Mas mantiene su hoja de ruta, referéndum incluido para el año que viene. Le salen las cuentas en esta huida hacia adelante como si el independentismo fuera el bálsamo de fierabrás que todo lo cura. Antes de conocer la respuesta de Rajoy, el líder catalán anuncia que buscará “una respuesta unitaria” en el Parlament, lo que revela que Mas sigue entregado a los intereses independentistas de ERC en una carrera que parece que ha llegado ya a un punto de no retorno. Así que me pregunto: ¿Alguien se ha parado a pensar en Cataluña que la misma división de sentimientos que invade a la sociedad catalana cala en los partidos catalanes, incluidos CiU o el propio PSC? En otras palabras, en Cataluña existe una fragmentación política y social al mismo tiempo que hay un proceso soberanista sin parangón. El separatismo es más fuerte, más visible. ¿Pero es suficiente para que los que apuestan por esa vía salgan algún día a la calle con la estelada para festejar su independencia?



Mientras tanto, para no alimentar las tensiones nacionalistas en plena efervescencia festiva de estelada frente a la senyera, el Gobierno de Rajoy ha optado por la prudencia estos días. La respuesta oficial de La Moncloa, a través de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, es que también hay “una mayoría silenciosa” mientras Rajoy calla hasta que rompa su silencio por vía postal. Por escrito, certificado y con acuse de recibo.



La utilización del concepto de “mayoría silenciosa” llama la atención. Probablemente tenga razón Soraya, aunque a la hora de jugar a la interpretación de cifras y aludir a las mayorías silenciosas conviene andar con pies de plomo. En otras palabras, eso que se denominan mayorías silenciosas siempre se puede utilizar a favor de los intereses que uno quiera. De hecho, el concepto de mayoría silenciosa fue el que usó en 1969 el presidente Richard Nixon para justificar sus actuaciones en Vietnam frente a los que se oponían a la guerra. Todos sabemos como acabó la guerra de Vietnam para los norteamericanos. Y como acabó Nixon…



La transición democrática española sirvió en su momento para aplacar los deseos independentistas con la creación del Estado de las Autonomías pero mucho me temo que más de treinta años después de aquel café para todos conciliar deseos tan contradictorios no va a ser fácil. Entre otras cosas porque visto lo visto dudo mucho que un cambio constitucional o la implantación de un modelo federal sea suficiente para aplacar el órdago que el independentismo ha puesto sobre la mesa apoyado desde la propia Generalitat.Tal vez la solución pase por buscar vías alternativas. ¿Las hay? ¿Estarán dispuestos a buscarlas?

sábado, 7 de septiembre de 2013

Camisetas ‘viejunas’, camisetas de oro




Foto: www.realmadrid.com


Dicen que el oro es un valor seguro. No lo dudo. En tiempos de turbulencias, como los que vivimos, basta con darse una vuelta por cualquier barrio para ver cómo proliferan los ‘compro-oro’. Sin embargo, el oro no es el valor de referencia en el mundo del fútbol aunque el precio que se paga por algunos jugadores equivalga a varios lingotes de ese preciado metal. En la galaxia del balompié, tan desorbitante como apasionante, el valor de los clubes no se mide en oro, sino en camisetas. Desde hace años una de las mejores referencias para valorar el éxito de un club son los ingresos que genera la venta de camisetas oficiales con el nombre del astro de turno serigrafiado a la espalda. Así, las dos vedettes superpoderosas de la liga española –Real Madrid y Barça– están a años luz del resto de clubes y pugnan por los grandes jugadores al precio que sea.

Esta misma semana el equipo de Florentino Pérez hacía oficial el fichaje del galés Gareth Bale por 91 millones de euros. Era la respuesta en los despachos a su máximo rival, el Barcelona, que fichó al brasileño Neymar, un jugador que a día de hoy con 21 años es una máquina de hacer dinero como reclamo publicitario.

La estimación oficial del Real Madrid, según leo en la prensa deportiva, es que Bale venderá 40.000 camisetas por temporada. Eso supone más de medio millón de euros en beneficios al club. Si cada camiseta que lucirán sus followers cuesta 90 euros, hagan ustedes mismos el cálculo… En el caso de Neymar, que costó 57 millones de euros al Barça, su imagen es un reclamo publicitario que sólo en 2012, antes de enfundarse la camiseta blaugrana y besar el escudo culé, llevó a su particular empresa a ingresar 22,5 millones de euros.  

Con estas mareantes cifras sobre la mesa es lógico, y hasta necesario, que nos preguntemos si es oportuno pagar esas millonadas por jugadores de fútbol. El mercado es libre, a fin de cuentas, y tiene sus propias reglas. Comparto con muchos que es una barbaridad y algo obsceno soltar esas cantidades por tipos que pegan patadas a un balón y que en la mayoría de los casos generan más emoción que títulos. Sin embargo, el deporte profesional no es sólo espectáculo, sino una industria más sobre la que giran intereses creados y que genera pingües beneficios, en especial a los más poderosos. Pero a diferencia de otras actividades empresariales, el deporte profesional tiene sentimientos, que comparten miles de aficionados hacia los colores de su equipo. Por eso detrás de cada camiseta que se vende en cualquier lugar también hay una ilusión, la de todos y cada uno de aquellos que se enfundan la de su ídolo…

En su momento también me puse camisetas, en concreto de baloncesto, deporte que practiqué durante años y con el que comparto fidelidad mutua. No había mucha variedad ni diseños modernos, pero eran camisetas de tirantes que servían para identificar a los equipos. Teníamos sólo una para toda la temporada y el problema venía cuando jugábamos con rivales que usaban elásticas del mismo color. Normalmente el equipo visitante le daba la vuelta a la suya o si se le había ocurrido meter en la bolsa otra camiseta de su padre o de su madre se la ponía para jugar con el beneplácito del árbitro. Con esparadrapo o lo que fuera nos pegábamos los números… y a jugar. En aquellos maravillosos años nunca imaginé que una camiseta iba a tener tanto valor en el mundo actual, el del deporte profesional, ni que llegarían a alimentar las arcas de los clubes como productos oficiales con fichajes millonarios. Dichosa inocencia infantil…

Durante  casi toda mi etapa escolar (desde 5º de EGB) jugué al baloncesto en los equipos del colegio y pasé por distintas categorías. Sin embargo, no conservo ninguna camiseta de aquella etapa. Ahora solo me queda recordar aquellas viejunas camisetas de tirantes con los números casi borrados e incluso descosidos (según el modelo, claro…) que sudé en tantos patios de colegio de Madrid y de otros sitios. Las camisetas nos las entregaban con acuse de recibo al principio de cada temporada. Una vez acabada la temporada, tras numerosas visitas a la lavadora, las devolvíamos para que el año siguiente las usaran otros. Cada año por estas mismas fechas deseaba que llegara el día en el que nos entregaban las camisetas usadas por los mayores para arrancar otra temporada. Hoy recuerdo esa especial ilusión que sentía al ponérmela. Y esa ilusión sí que tenía más valor que el oro.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Esos lugares comunes...



Foto: www.juntadeandalucia.es


Hace tiempo que la opinión pública ya no guarda en el trastero el conformismo. Las redes sociales y la capacidad de interactuar, más allá de una carta al director o una pataleta, propicia que la sociedad reclame más a la clase política. Una de esas exigencias que los ciudadanos demandan es algo tan sencillo como que los políticos cumplan con sus compromisos. Aunque a la hora de la verdad es casi una misión imposible.



La cuestión es que los partidos concurren a las elecciones con programas electorales que se cumplen o no. Y no pasa nada. Si no se cumple se fabrica una excusa políticamente correcta. Y exactamente igual sucede con primeros espadas de la política que ocupan puestos de relevancia. Cuando les interesa se les olvida que han sido elegidos por los votantes. Nos hemos acostumbrado a que algunos importantes mandatarios abandonen sus cargos cuando se les antoja pese a que durante las campañas electorales pidan el voto con una frase tan tópica como “el mío es un compromiso con los ciudadanos”. Y no pasa nada. Si es oportuno, sin cortarse lo más mínimo, se incumple el compromiso de permanencia que firmaron con los votantes. Vale cualquier excusa para cambiar de aires, aunque con las espaldas cubiertas. No albergo duda alguna de que es legítimo, pero de cara a la opinión pública si hay algo que reprochar es el ventajismo político que se aplica en función del viento que sopla.



Los lugares comunes pueblan los discursos y las intervenciones de la mayoría de los representantes de la voluntad popular. Es curioso comprobar cómo se hacen maravillosas declaraciones de intenciones que luego se quedan en agua de borrajas. Claro que los políticos tienen la oportunidad de tirar de ese ventajismo político a las primeras de cambio para actuar siempre en función de sus intereses.



Esta reflexión viene a cuento del discurso de investidura de Susana Díaz como presidenta de la Junta de Andalucía. José Antonio Griñán es el último de la lista de políticos de alto vuelo que abandonan su cargo antes de acabar el partido. Media legislatura y se va, no sin antes preparar el camino de la sucesión y garantizarse un puesto de senador. Y reitero que es legítimo abandonar un alto cargo político. Siempre puede encontrarse una razón para tirar la toalla aunque es criticable que se olvide con tanta ligereza ese contrato que firmaron con los ciudadanos al pedirle el voto para ser presidente de su Comunidad.

Foto: www.juntadeandalucía.es


El nombre de Griñán, que en su momento sustituyó a Manuel Chaves, es el último que une al de otros ilustres escapados recientes de la política española como Alberto Ruiz Gallardón, que dejó la Alcaldía de Madrid para ser ministro, o Esperanza Aguirre, que cedió la presidencia de la Comunidad de Madrid a Ignacio González para dejar la primera línea de la política (¿alguien duda de que ha abandonado la política la lideresa del PP de Madrid). Ambos tenían motivos y el viento sopló a su favor…



Claro que a la hora de irse del cargo lo que vale para unos, también vale para otros. Cuestión de conveniencia para el partido o para uno mismo. Y este criterio convendría aplicarlo tanto a las críticas como a las alabanzas. Claro que todo depende del color político de turno. Y ahí es donde se plantea esta cuestión: ¿Por qué el PSOE critica en Madrid que Ignacio González sea el presidente de la Comunidad y en Andalucía le pone la alfombra roja oficialista a Susana Díaz para que suceda a Griñán? Por cierto, el PSOE gobierna en Andalucía gracias al apoyo de IU porque fue el PP el partido más votado en las elecciones autonómicas…



La pregunta podría responderse con un cansino “y tú más”, propio de ese patio de colegio al que nos tiene acostumbrado la clase política española. Pero no es suficiente para una sociedad que exige algo más a la democracia y a los políticos que el simple hecho de ir a votar cada cuatro años. Griñán cede el testigo de Andalucía entre medias verdades y medias mentiras, todo a cuenta del escándalo del caso de los ERE falsos, con más de cien imputados por la jueza instructora. Su huida de la Junta de Andalucía, razones personales aparte, tiene mucho que ver con ese bochornoso caso que está en fase de instrucción judicial. Y su sucesora natural, Susana Díaz, no tiene fácil escapar de esa sombra pese a que se empeñe en representar un “nuevo tiempo”. 

A nadie sorprende que en su discurso de investidura diga que se “avergüenza de la corrupción” o que cuando se reúna con Rajoy pedirá “un pacto para la regeneración política de España”. Nada nuevo. La declaración de intenciones de Susana Díaz para combatir la corrupción es tan loable como previsible, aunque en su discurso curiosamente no se refirió en concreto a los ERE falsos (ni al caso Bárcenas). Un relevo generacional en la Junta de Andalucía, plagado de lugares comunes, no parece suficiente aval para olvidar la salida “generosa” de Griñán, entre otras cosas porque el PSOE andaluz vive su particular catarsis por el caso de los ERE.

martes, 3 de septiembre de 2013

Madrid 2020.Un motor de ilusión






El próximo sábado se conocerá si Madrid alberga los Juegos Olímpicos de 2020. Es la tercera vez que Madrid disputa la carrera olímpica, tras las candidaturas fallidas de 2012 y 2016. Una vez más se acaricia la posibilidad de que la capital española organice el evento deportivo más importante del planeta, tomando el relevo a Río de Janeiro. Ojalá que la carrera olímpica de Madrid llegue a buen puerto.

Cualquier deportista sabe que el exceso de confianza o el creerse ganador antes de llegar al último segundo conduce, antes o después, a la derrota más inesperada. También deben tener claro que para llegar a lo más alto hay que esforzarse, tener constancia y trabajar duro. Ni siquiera esas caracteristicas garantizan la victoria. Llegar a la meta el primero no es fácil, entre otras cosas porque siempre puede haber alguien mejor. Al menos, las dos experiencias anteriores de la candidatura olímpica de Madrid han demostrado que de las derrotas también se aprende. Siempre hay margen para la mejora y no hay que dejar de marcarse retos. 

Por eso Madrid 2020 presenta un proyecto muy sólido, pero que tendrá que defender en Buenos Aires hasta el último momento. Ahora más que nunca hay muchas razones para pensar que Madrid pueda ser la candida elegida en Buenos Aires por los miembros del Comité Olímpico Internacional. Madrid puede imponerse a Tokio y a Estambul por la fortaleza de su proyecto olímpico. Es un enorme proyecto, sin duda. Pero hay otro potente factor en la candidatura madrileña: la necesidad. Estoy seguro de que Madrid 2020 ha tomado muy buena nota del éxito deportivo y económico de Londres 2012, cuyos efectos aún se prolongan en la economía británica.

El sueño olímpico de Madrid es necesario por un doble motivo: es un estímulo para reactivar la economía española y es un motor de ilusión. Los destellos de recuperación del país tendrían en Madrid 2020 un gran aliado por su positivo impacto económico. Evidentemente unos Juegos Olímpicos en Madrid no son la solución definitiva a la recesión ni a la crisis económica del país. Pero contribuirían en gran medida a la recuperación económica. Basta con pensar en las grandes inversiones que habría que realizar para completar las infraestructuras necesarias, la generación de empleo o el aumento del número de turistas, en especial en el año olímpico, con lo que eso supone para la actividad comercial, hostelera y de ocio de la ciudad.

Admito que durante algún tiempo albergué cierto escepticismo con el proyecto olímpico de Madrid. Esas dudas se cimentaban en la desconfianza hacia algunos promotores de la candidatura, entre otras cosas porque veía más oportunismo político que olimpismo. Pero ese escepticismo hacia la candidatura madrileña está olvidado. Los JJOO de Londres me reabrieron los ojos y hace unas semanas los éxitos de Mireia Belmonte o las chicas de waterpolo en el Mundial de Natación me llevaron a sentir las mismas emociones que en Barcelona 92. Son motivos más que suficientes para desear que Madrid sea algún día ciudad olímpica. Sería un motor de ilusión para todos. Ojalá.