jueves, 11 de abril de 2013
Cuando el periodismo es morir ahogado en un incendio
Nunca me gustó la primera persona del singular a la hora de escribir, aunque en esta ocasión haré una excepción. Mi profesión, durante más de dos décadas, ha sido la de contar las historias de otros. Bajo esta premisa nació mi vocación, la de periodista, profesión que he ejercido durante más de la mitad de mi vida y de la que me siento orgulloso. La misma vocación que me llevó a tener claro que quería ejercer el periodismo es la que me ha permitido sobrevivir durante este tiempo en una realidad tan hostil como maravillosa. Puedo asegurar que he disfrutado y he sufrido como periodista. Unas veces he estado más sembrado que otras a la hora de escribir. Lo admito. Pero es la profesión que elegí, ni más ni menos. Así que no hay lugar para la queja. Quienes conocen el mundo de la prensa saben que las redacciones son sitios peculiares, con vida propia y donde los periodistas deambulan, en ocasiones, al revés que el resto de los mortales. Claro, que también una redacción es el lugar propicio para alimentar la feria de las vanidades. Sin embargo, he tenido suerte. He pasado por varias redacciones y distintos medios. Y lo mejor es que además de amigos conservo magníficos recuerdos.
Trabajar en lo que uno quiere no es fácil, pero es posible. Recuerdo bien cómo surgió. Primero fue el tacto y el olor inolvidable de aquellos diarios que siendo un niño llegaban a mis manos cuando volvía del colegio y que con avidez hojeaba cada tarde. Eran Pueblo, Informaciones o ABC. Luego la serie de televisión Lou Grant me metió el gusanillo y finalmente la primera vez que vi esa obra maestra titulada Primera Plana me remató (confieso que Luna Nueva la vi después). Lo tenía claro. Era cuestión de tiempo. En el colegio intenté, con nulo éxito o un fracaso rotundo (elijan el titular) hacer un periódico. La idea no prosperó, claro que tampoco perdí pasta en el proyecto porque no había que ponerla ni pedir financiación... Eran tiempos de inocencia, donde uno desconocía que para bien o para mal, todo depende en esta sociedad del dinero. Pero mi destino estaba escrito.
Así que la vida me llevó por donde quería, a ser periodista. Y no es fácil esta profesión, se lo confieso. Entre otras cosas porque cualquier buen periodista posee un alto grado de autoexigencia en su trabajo. En el caso de la prensa escrita, que es la que más me toca, la profunda desazón que produce para un periodista no tener tema para escribir sólo se remedia con el subidón de encontrarlo. Y así, un día tras otro. Podría poner más ejemplos, como el mal cuerpo que te deja una errata, pero mejor los dejo en off. Los que trabajan en esto saben bien de lo que hablo y tampoco es cuestión de aburrirles.
Ahora que la profesión está bajo mínimos, dejen que les diga una cosa. Nos quejamos los periodistas de la precariedad laboral, la falta de credibilidad de los medios (aquí deberíamos entonar un mea culpa los profesionales), de los bajos sueldos, del #gratisnotrabajo o de las tiranías de las líneas editoriales pero no hay día en el que no nos dejemos la piel porque el periódico salga al día siguiente. Y al final, la edición del día siempre está en ese montón de diarios que se apilan en el quiosco. Siempre sale. Es una ley no escrita, como la de Murphy.
Esta profesión vocacional siempre la he ejercido bajo la premisa de intentar hacer bien mi trabajo, o al menos lo mejor posible. Sin embargo, ahora me han empujado al precipicio de la incertidumbre. Ignoro si algún día volveré a hacer una entrevista, escribir un reportaje, cubrir una rueda de prensa, discutir con un político o un jefe de prensa por un titular, calzar un breve... No tengo nada claro que me vuelvan a pagar por ejercer como periodista. Lo que tengo claro, y así lo creo desde hace años, es que el periodismo no sale nunca de uno, aunque uno salga del periodismo. Uno ya tiene unos años, el culo pelao, la frente despejada, el colesterol alto, gruñe más y ve la realidad con desengaño (cuántas veces mis compañeros me habrán oído decir: "¡¡Joder, qué farsa!!"). Sin embargo, conservo la misma capacidad de sorpresa y curiosidad por lo que me rodea así como una gran honestidad profesional que se ha ido forjando con el paso de los años. Lo triste es que son malos tiempos para la lírica. Las arenas son movedizas y la lírica no da de comer en tiempos de crisis, recortes, escraches, medias verdades y mentiras.
Esta profesión vive en horas bajas desde hace tiempo. Basta con ver a la luz su radiografía, hacer el recuento negro de la profesión y del número de plumillas que se han quedado en la calle en los últimos años para extraer un diagnóstico pesimista. La mayor parte de mi carrera ha discurrido en medios escritos, con los que la crisis se ha cebado de manera muy notable en los últimos años. No interpreten la afirmación de la frase anterior como un "sálvese quien pueda", pero casi. Todos sabemos que ningún medio está a salvo y que el futuro es incierto. El reto actual de los medios y de los grupos editoriales está en encontrar una salida ante la disminución de lectores de las ediciones impresas, el vertiginoso descenso de los ingresos publicitarios y la necesidad de reconvertirse para ser rentables en Internet. Para colmo, el cuento chino del periodista multimedia y las inevitables redacciones integradas acechan más a una profesión herida dentro y fuera. El debate se centra ahora en si la prensa escrita, la de los periódicos de toda la vida, tiene fecha de caducidad. Ojalá no llegue ese día...
Lo dramático es que en el camino de la crisis del periodismo lo que hay ahora son llamas. Un incendio que se está llevando por delante a centenares de profesionales. Hace unos días escuchaba una entrevista en RNE con José Luis Alvite, genio y figura donde los haya, outsider del periodismo. Este lúcido columnista, que debía ser de obligada lectura en facultades y baretos, hablaba de que en un incendio en un psiquiátrico habían fallecido varias personas ahogadas. Contaba que varios internos que huían del fuego corrieron desorientados hacia las mangueras de los bomberos, que estaban en plena actividad. El agua acabó con ellos, no el fuego. Claro, que Alvite no se refería al periodismo. Pero visto lo visto, tal vez, eso mismo es lo que nos sucede con el periodismo: muchos periodistas mueren ahogados al huir de las llamas.
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