martes, 28 de julio de 2009

Bromuro en las leyes

Probablemente ha llegado la hora de reflexionar y de coger el toro por los cuernos para frenar un frío dato estadístico, pero incontestable. El aumento de los delitos sexuales y, en concreto, la aparente impunidad de los violadores adolescentes son un buen argumento para que el debate social se traslade a los legisladores de una vez por todas. Parece que a estas alturas nadie ha escuchado el desconsolado lamento de la madre de Sandra Palo, por uno de los asesinatos más terribles que uno recuerda pero que no ha servido para que algunos menores dejen de comportarse como animales con desatadas turbulencias hormonales. Lo malo es que muchas veces se les juzga como a niños cuando su comportamiento es de adultos. Es triste comprobar como la Ley del Menor ha cambiado seis veces en nueve años pero nunca se han endurecido las penas. Ocho años como máximo de internamiento en un centro cerrado, sin expiación ni nada, no sirven. Tal vez entre todos, si desde ese llamado Ministerio de la Igualdad se prestara más atención al lamento de una madre cuya hija ha sido violada con saña, sin por ello desmerecer las otras guerras de Bibiana contra el machismo, los recientes casos de Isla Cristina y Baena no nos causarían tanta indignación. Nos queda la sensación de que algo falla en la sociedad y que la ley va por detrás. Pero el asunto es más profundo y exige que se mejore la educación para frenar la agresividad juvenil. Un comportamiento que nace del cóctel de alcohol, drogas, fracaso escolar, desapego familiar, etc. Los delitos sexuales no se acaban con cortar el pito al violador, pese a que a algunas feministas recalcitrantes la idea no les parecería mal. Pero igual que la lapidación o la ablación son salvajadas, actuar a lo Lorena Bobbit no es la respuesta civilizada del Estado de Derecho como tampoco lo son acciones que vulneren la Constitución. La solución es compleja. Algunos condenados por delitos sexuales piden la castración química, como Ismael Velázquez, quien en 2002 degolló a una mujer en Daimiel porque no se dejó violar. Tras el veredicto de culpabilidad del jurado, camino de la cárcel, pedía que le castraran: “¡No me dejen así!”, clamó.

sábado, 25 de julio de 2009

Tonight, tonight...



Hay pocas cosas que produzcan tanta satisfacción a un periodista o a un escritor como la posibilidad de llenar de contenido una columna, con total libertad y sin censura. No es un axioma, pero sí una sensación personal que me ha venido a la cabeza mientras veía la tele repanchingado en el sillón. Admito que la tele me engancha, sin complejos; desde ¿Dónde estás Corazón? a las Megaconstrucciones de La Sexta. Huyo de esos intelectuales apegados aún a Ionesco que pregonan que lo que les gusta de la caja tonta son los anuncios porque reflejan, como las obras del autor teatral, la condición humana. Pero precisamente ha sido en uno de esos interminables cortes publicitarios en los que he visto ese anuncio que sirve para promocionar Formentera y de paso una marca de cerveza ligada al Mediterráneo, o al revés. Los grandes gurús de la publicidad se las gastan bien y ellos, mejor que cualquier charlatán, saben cómo expresar con pocas palabras y con un buen puñado de imágenes lo que quieren decir. Sin chorradas y sin circunloquios que no llevan a ninguna parte en poco más de un minuto dibujan el edén del neohippismo… y te dan la noche. En cuanto termina el anuncio, sacas la cabeza por la ventana y ni Mediterráneo, ni buen rollo, ni estribillo de “tonight, tonight”, ni fiesta en el chiringuito, ni trío erótico festivo. Como mucho, la colada de la vecina que cuelga del tendedero y el pesado de Carlos Baute a todo meter en el piso de abajo, donde una adolescente lo pone una y otra vez. Al menos el anuncio, que reinventa el rollito guay de Chanquete, consigue evadirte del escenario cotidiano para trasladarte al nirvana del siglo XXI, sin necesidad de poner toda la fe en Buda, ni de recuperar los viejos discos de Janis Joplin. Basta subirse en un Citroën Mehari con dos sensuales buenorras de sonrisas indescriptibles y recuperas la libertad que en una ciudad como Madrid sólo encuentras delante de Internet. Si no fuera porque sólo se trata publicidad hasta me creería su mensaje, pero coges el coche o la Vespino y te das cuenta de que todo es una verdad a medias. Si te pillan sin cinturón o sin casco, te crujen. Al menos, el slogan nos deja una puerta abierta a la esperanza: Lo bueno nunca acaba si hay algo que te lo recuerda. Así que… casi no me queda otra que tomar una cerveza.

Para mas pistas: http://www.youtube.com/watch?v=0u8x8PfdRAQ

domingo, 19 de julio de 2009

TDT lunar


Nunca es bueno que la excepción se convierta en norma. Por eso, tras leer recientemente una entrevista con P.D. James, la gran dama de la novela del misterio británica, reflexioné sobre una de sus frases. “Desde niña era consciente del hecho de la muerte, y también de que mis mayores no siempre decían la verdad, de que eran más complejos de lo que mostraba la superficie”, decía la escritora británica. En el fondo, por evidente que sea la frase no es más que una manera de poner la condición humana frente a la máquina de la verdad. La verdad es difícil, incómoda y, muchas veces, poco gratificante e incluso absurda. A estas alturas todavía hay quién duda de que Neil Armstrong pisó la Luna un 20 de julio de 1969. Yo no vi por la tele aquel gran paso para la humanidad, y a pesar de que las teorías de la conspiración venden más que la realidad creo en la NASA. Supongo que como periodista hubiera tratado de sacar los codos para viajar como corresponsal a Cabo Cañaveral, o al menos a Fresnedillas, el pueblo madrileño donde desde en una base de la NASA se siguió la aventura del Apollo XI. Al menos, seguir el alunizaje en el bar del pueblo, entre torreznos y Sol y Sombra hubiera dado para un reportaje. No albergo dudas sobre el paseo lunar de Aldrin o Armstrong; mis interrogantes tienen más que ver sobre la razón por la que se dejó de viajar a la Luna. Estos viajes cargados de la parafernalia hollywoodiense y de los que tanto se trabajó para contrarrestar las naves de la CCCP en plena carrera espacial desaparecieron de pronto. ¿Será que mis mayores no me dijeron la verdad? ¿Acaso tendrá razón J.J. Benítez en sus teorías sobre la cara oculta de la luna? Todas estas especulaciones se han convertido en una norma alimentada por las mentiras, en busca de todo tipo de intereses, o simplemente porque la verdad es difícil. Y ahí es donde está el peligro de que la excepción se convierta en norma, porque es más fácil generalizar a raíz de un gran engaño colectivo, aderezado con Internet y el poder político, como armas homicidas. Al menos, después de tanto mirar a la Luna, espero que el tiempo no me cambie, aunque me reste fuerza, y pueda ver en la TDT a otro Armstrong levantando el polvo lunar con sus pisadas.

domingo, 12 de julio de 2009

Soberano sueño

Anoche tuve la oportunidad de ser rey. Aunque sólo fue en sueños supe lo que es sentirme al frente de mis vasallos en un lejano reino, colgarme el toisón de oro con su vellocino y que todo el mundo me rindiera pleitesía, supongo que más por peloteo que por amor a la corona. Fue sólo un sueño y pese a darme la vida soberana prefiero quedarme como estoy. Al menos, si me dan a elegir entre rey o héroe por un día, aunque sea mientras ronco a pierna suelta, tiro por lo segundo. Las monarquías ya no son lo que eran y es que ahora se pueden diseñar con su rey, su boato y toda su parafernalia. Basta una tormenta de ideas en un despacho de creativos publicitarios, alrededor de un tipo que despunta en algo y ya hay otra monarquía en el mundo para disgusto de los republicanos de toda la vida, esos que a estas alturas abrazan la bandera tricolor y el himno de Riego. El rey del pop o el rey del Tour son buenos ejemplos de esos reinados hechos tan a medida como los trajes de Camps. La corona de la música está vacante desde que Michael Jackson se miró en el espejo, vio de verdad en lo que se había convertido y se marchó para siempre al feudo de Neverland. Hay otro rey que me fascina. Es Lance Armstrong, un ciclista incombustible capaz de desafiar al tiempo. La mítica cima del Tourmalet era la que decidía sobre los derechos dinásticos en el Tour hasta que Armstrong puso en marcha su campaña de marketing en la que quiere perpetuarse como rey vitalicio. Pero si algo teme un rey en su vida es ser destronado. Y algo así sucede en mi sueño, que termina en el lodazal, igual que en El hombre que pudo reinar, el relato de Kipling que John Huston llevó al cine situando en el Atlas de Marruecos el legendario reino hindú de Kafiristán. Allí, Danny y Peachy, dos pillos que forman parte del ejército británico viven su peripecia real. Lo último que recuerdo de mi pesadilla era unos tipos a lomos de sus caballos que jugaban a polo con una cabeza. Al menos, era la de Danny. Cuando sonó el despertador me llevé las manos a la cabeza y seguía ahí, sin corona, pero en su sitio.

domingo, 5 de julio de 2009

Vacaciones

Durante años alimenté una ilusión efímera. Un anhelo que se sustentaba cada mañana en el viaje en Metro entre Avenida de América y Ciudad Universitaria. A las ocho y veinte salía de mi casa para ir a la facultad y diez minutos después ya estaba delante de la puerta del mismo vagón de todas las mañanas. A la misma hora y el mismo lugar empezaba el encuentro con la quimera cotidiana. Siempre entraba al vagón con la ilusión de coincidir con una compañera de viaje. Jamás cruzamos una palabra, pese a que durante dos cursos cada mañana repetíamos la escena. Ella y yo, acompañados por la humanidad. En muchas ocasiones, en pleno traqueteo del metro, nuestros ojos se cruzaron y todavía me pregunto quién de los dos se ruborizaba más. Recuerdo que bajábamos las miradas y disimulábamos como si no nos hubiéramos visto nunca. Eran tiempos en los que no nos planteábamos la necesidad de pasarse la vida eligiendo entre las necesidades y el azar. Camuflado en un look interesante y misterioso, a lo Morrisey, para disimular la timidez, con The Smiths machacando el walk-man sin cesar, confiaba en que llegara el día de sentarme al lado de esa chica. “De mañana no pasa”, pensaba. Y así dos cursos, de lunes a viernes. Jugaba a imaginar qué estudiaba, por dónde vivía y por su aspecto podía deducir sus aficiones y gustos musicales. Pero jamás supe nada de ella. Tan sólo que siempre llevaba los libros y los cuadernos de apuntes en un macuto militar de color caqui sobre el que pintado a boli estaba el símbolo de Haz el amor y no la guerra, así como los nombres de Led Zeppelin o Bowie. Eso y nada era lo mismo. Pero cada mañana nos buscábamos. Un mes de octubre, al comienzo de otro curso, tras las vacaciones de verano, volví a coger el metro. A la misma hora y el vagón de siempre. Miré y rebusqué pero ella ya no estaba. Jamás volvimos a coincidir. Ahora que empiezan las vacaciones muchos alimentan una incertidumbre ante las dudas de futuro que planean sobre septiembre. ¿Volverán a coincidir delante de la máquina de café con desconocidos a los que ven todos los días pero con los que jamás han cruzado palabra alguna?

miércoles, 1 de julio de 2009

Raúl López. Parole, parole


La hora del adiós es dolorosa para cualquier deportista. No me refiero a la retirada, sino al cierre de una etapa en un equipo porque de una temporada a otra cambia la estructura del club. Es el caso de Raúl López, probablemente uno de los jugadores más talentosos de la ÑBA que ahora, por la llegada del prestigioso Ettore Messina, se ve obligado a buscarse equipo. No encaja en sus planes, el italiano prefiere tirar de talonario y apunta a Holden, Prigioni y a Ricky Rubio. Que un demente como yo alabe a un vikingo tiene más mérito probablemente que si el que escribe es seguidor blanco, pero por encima de todo está el baloncesto. El mismo deporte que Pepu deletreaba en sílabas tras venir de China con un oro colgado del cuello y al que un tipo como Rául López engrandece. Tal vez su juego recuerda al de los grandes bases españoles, al menos a los que he tenido la oportunidad de ver cuando ni siquiera la ACB era tal. Buscató, Carmelo Cabrera, Vicente Ramos, Vicente Gil, Solozábal, y un paso por encima de ellos Juan Antonio Corbalán son los nombres históricos que me vienen a la mente cuando veo a Raúl López botar el balón y haciendo jugar al equipo. Un base de los de toda la vida, ajenos a esos tipos altos que que revolucionaron la misma posición como Antonio Montero o como el genial Magic Johnson. Hubo un tiempo en que el base era la prolongación del entrenador en la cancha y eso es lo que consigue Raúl López. Habilidad, inteligencia, visión de juego y morro suficiente para asumir la responsabilidad cuando otros se esconden hacen de Rául López que sea de esos jugadores hechos de otra madera, los que entran en la catalogación de los imprescindibles. En Badalona, Girona, Utah y Madrid lo saben bien y ahora habrá que seguirle allá donde juegue. Es paradójico que el jugador que sirve para un italiano en la ÑBA no sea útil para otro en uno de los clubes más laureados. Cosa de Scariolo y Messina. Ellos sabrán lo que hacen y como dice la canción... parole, parole.