domingo, 22 de febrero de 2009

Winslet

En uno de los momentos más intensos de esta pequeña joya que retrata las relaciones de pareja en la película titulada Revolutionary Road, la temperamental April, interpretada por una extraordinaria Kate Winslet, da rienda suelta a sus fantasmas interiores con una frase que más de uno se debería aplicar. “La gente dice que somos especiales; pero no somos especiales, somos iguales”, le espeta la actriz británica a su marido, Leonardo DiCaprio, con el que protagoniza uno de los duelos interpretativos más memorables de la temporada cinematográfica. Pues bien, lo de ser especial, distinto o vivir levitando varios centímetros por encima de los mortales nos lleva a espectáculos en el mundo real alejados del sentido común y la humildad. El ministro Mariano Fernández Bermejo, más allá de debatir entre la ética y la estética a raíz de una cacería, debería preguntarse si es tan especial como él se cree, o como al menos sus palabras y gestos desafiantes le describen. Y es que mientras bajo el fuego cruzado de Winslet y DiCaprio se esconden profundas reflexiones, frustraciones y miedo al vacío en un modo de vida acomodado, con el que muchas parejas se pueden sentir identificadas, por la vida real, la del día a día, pulula una serie de gente que con su palabrería lo arregla todo y que se cree diferente. No puedo olvidar cómo el otro día abandonó el Congreso de los Diputados Mariano Fernández Bermejo con un gesto torero difícil de igualar. Sólo le faltó lanzar la montera sin miedo a que quedara boca arriba desafiando al mal fario. Vamos, que se largó encantado de conocerse como si la que está cayendo no fuera con él y los casuales encuentros en monterías se pudiesen resumir en una palabra: inoportuna. El del ministro es sólo un ejemplo de esa gente que se cree tocada por la varita mágica de la originalidad, que piensa que es distinta, que puede ponerse el mundo por montera y cazar sin licencia al mismo tiempo que reparte estopa. Ésos no son los imprescindibles a los que se refería Bertold Brecht. Los que se creen especiales no son los que luchan toda una vida. Visto lo visto, con permiso de mi mujer, si tuviera que elegir entre compartir una jornada de caza con Bermejo y el té de las cinco con Kate Winslet no tengo dudas. Con Oscar o sin Oscar, la actriz no es tampoco especial, ni diferente, pero vale la pena. Seguro.

viernes, 13 de febrero de 2009

Excusas

El patio anda muy revuelto estos días. No me extraña nada que la venta de antidepresivos supere a las de pastillas para la migraña o, si me apuran, contra la tos. Sentarse en un diván a contarle al psicólogo el vacío que deja en uno quedarse sin curre es una solución. Otra es atiborrarse de orfidal, lexatín o prozac ante el estado de ansiedad que genera ponerse todas las mañanas delante del patíbulo de la empresa en dificultades. Dicen que ahora, mientras las crisis nos azota, el teatro es un buen remedio. Así al menos lo asegura uno de los actores que estos días representa en Madrid El enfermo Imaginario, de Molière. Dice el actor en cuestión, Guillermo Romero, que “el teatro es el mejor lexatin que existe en estos tiempos de ansiedad”. Puede ser. Mientras sea posible la mejor receta contra la crisis es reírse. El problema es que con la que está cayendo ni una sonrisa forzada aclara el panorama para muchos. Mientras otros camuflan la recesión convirtiendo la gaviota en especie de valor cinegético y el coro de palmeros de turno pesca en río revuelto, otros discuten sobre el uso de preposiciones a cuenta de tramas del/contra el PP pero siguen sin barrer su casa. Con este panorama sólo se me ocurre pensar en Fran, el inventor de excusas. Fran recorría hace años varios pueblos de mercado en mercado. Instalaba su chiringuito junto a la echadora de cartas o el puesto de zapatos del vendedor ambulante de turno. Cuando me dijeron que Fran era capaz de solucionar cualquier problema nunca me lo creí. Pero un día pude ver cómo con su palabrería y su desbordante imaginación construía una excusa lo suficientemente verosímil para que el esposo cornudo no sospechara de su mujer después de que ésta, ante los crecientes temores de su marido tuviera algo más que la mosca detrás de la oreja. En otra ocasión, se inventó una excusa perfecta para justificar las pérdidas económicas de un incauto que se dejó la paga extra en una timba. Ya ven y sólo por la voluntad. Existe gente así. Buenos samaritanos que forman parte de ese mundo aparte y que aparecen cuando uno menos se lo espera, pero que ponen soluciones donde otros sólo ven un túnel sin salida. También me dijeron que la última vez que vieron a Fran fue cerca de La Moncloa y que Zapatero le abría la puerta. Si es así, me quedo más tranquilo.

domingo, 8 de febrero de 2009

Dossieres

Lo tengo claro. Si dependiera de mí llamaría a declarar al Vitaminas en la comisión de investigación sobre la supuesta trama de espionaje en la Comunidad de Madrid. Lo malo que el Vitaminas falleció cuando era un niño, aunque dejó todos sus dossieres de espionaje a su amigo Juan José Millás. Así lo confiesa el escritor en esa profunda y magnífica autobiografía novelada titulada El Mundo. El Vitaminas era probablemente uno de los espías más jóvenes de Madrid y desde la puerta de la tienda de ultramarinos de su padre en el barrio de Prosperidad elaboraba concienzudos dossieres de los vecinos de su calle con el objetivo de descubrir comunistas. Sin juicios de valor, sólo hechos objetivos, con horas de entrada y de salida de fulano y mengano, y colores de camisas. Vamos, algo así como los supuestos informes de seguimiento al vicealcalde Manuel Cobo, el ex consejero de Justicia Alfredo Prada o el vicepresidente Ignacio Gonzalez, que al parecer se han hecho y ahora habrá que justificar. Como los actos humanos, al fin y al cabo. Del pescadero, al carbonero, pasando por el hijo de la panadera, todos estaban reflejados en esos informes que pasaba a su padre, ya que según confesó a su amigo, el preadolescente Millás, su progenitor pertenecía a la Interpol. Una pena que el Vitaminas no esté vivo, pero al menos el escritor siguió haciendo aquella labor clandestina tras la muerte de su amigo a cambio de diez céntimos que el padre de su amigo le daba cada semana y que elaboraba con la idea de conquistar a la hermana. Y es que de la misma manera que Millás lleva la niebla de la calle de su adolescencia allá donde va y además la comparte con los lectores en su riqueza narrativa, en la comisión de investigación mucho me temo que no va a haber fenómeno meteorológico alguno. O tal vez, rayos. Si al menos Telemadrid lo emitiera como reality en horario de máxima audiencia, eso que los cursis llaman prime-time, con sorteos de coches incluidos a través de llamadas de teléfono y SMS, la audiencia lo agradecería. Basta recordar el verano de la comisión del Tamayazo y cómo nos tuvo pegados al televisor. Pero entonces como ahora, mucho me temo que lo único que vamos a escuchar es “yo no he sido, no sé nada, es la primera vez que vengo”. ¡Que declare también Bart Simpson! Los audímetros reventarán.

domingo, 1 de febrero de 2009

'Vaquicidio'


Cinco minutos son suficientes para analizar el comportamiento humano. Las vacas de la Cow Parade que pastan desde hace unos días en Madrid se prestan a ello. Inmóviles, pero vivas a la vez, son capaces de crear todo tipo de emociones y reacciones. Del berrinche del niño que se quiere subir en la Vaca Paca, al turista que busca la postal con Kid Cow, al fotógrafo que se trabaja el Pulitzer en la Vaca Muuuuuuy Informada o los desaprensivos vaquicidios con agresiones a Milk on the Rocks. ¿Y qué decir del frustrado secuestro de Albertina Pinturina en Lavapiés? Todo es posible. Es curioso, pero las vacas en forma de arte animal no pasan desapercibidas para nadie. Tal vez la vaca es el animal que recuerda a mucha gente que su origen poco o nada tiene que ver con los problemas de las comunidades de vecinos, sino con los establos. La vida rural está en las raíces de muchos urbanitas y un animal como la vaca no deja de ser al fin y al cabo, con permiso de las políticas agrarias que marca Bruselas, un tótem simbólico para muchas generaciones. Y es que a las vacas sólo les queda hablar porque escuchar, escuchan. Esto me lo explicaba un paisano gallego, que hablaba con pasión de sus vacas, de las que por encima de todo destacaba una virtud: su sentimiento. Y yo le creo. Por eso, si se considera a las vacas como animales domésticos y casi de la familia no es extraño que las que deambulan por Madrid también tengan nombre. Todavía recuerdo una anécdota de mi adolescencia con el padre de una chica con la que acababa de bailar una lenta en la verbena de las fiestas de San Roque en una aldea gallega.
—¿Y tú, cuántas vacas tienes? — me preguntó con sarcasmo el hombre mofándose de mi aspecto de chico de ciudad. Entonces pensé que en esa sociedad sin vacas no era nada y que sin llevarlas al prado ni ordeñarlas sería incapaz de superar tiempos de recesión como los que vivimos. Los años han pasado y la reconversión a cuenta de la dichosa cuota láctea ha llevado a la desaparición de centenares de explotaciones. Sin embargo, cada vez que veo una vaca, ya sea de verdad o de fibra de vidrio, tengo claro que aunque yo haya salido del pueblo, el pueblo no ha salido de mí.