jueves, 31 de enero de 2013

!Joder, qué tropa!


La Asamblea de Madrid vive casi en el anonimato desde su creación. Salvo las salidas de tono de sus señorías, tamayazos y otras perlas que llegan hasta a los telediarios, la actividad del hemiciclo es casi endogámica. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen, mientras la mayoría de los madrileños ni siquiera sería capaz de situar la ubicación de este edificio que el primer presidente autonómico, Joaquín Leguina, decidió llevar a Vallecas.

 La Cámara madrileña reinicia en febrero sus sesiones plenarias, que es al fin y al cabo cuando sus señorías se hacen visibles. Y no será porque justifiquen sus sueldos de parlamentarios agarrándose a la siempre excusa del proceloso mundo de las reuniones en tal o cual comisión. Tras el inhábil mes de enero, los 129 diputados regresan a la tierra hostil en la que cada jueves se convierten los plenos y donde la tensión recorre las bancadas. 



Las últimas sesiones dejaron claro que la bronca es compañera de legislatura. Entre insultos y pataleos basta recordar a Tomás Gómez acusando a los “abuelos de los populares” de “robar a millones de españoles la infancia”, a los antidisturbios blindando la Asamblea o el desalojo de la tribuna de invitados. Aunque para imagen prenavideña la del diputado socialista y exalcalde de Madrid, Juan Barranco, levantándose de su asiento en la mesa de la Cámara para gritarle a la cara a Salvador Victoria, portavoz del Ejecutivo regional que “estoy harto de fachas como tú” (Victoria habían mentado al viejo profesor Tierno Galván, conviene aclarar). Sin duda, este momento Barranco fue merecedor de figurar en el Hall of Fame de las movidas parlamentarias. Nada que ver con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón… pero momentazo al fin y al cabo. 

Ahora se retoma la actividad parlamentaria con más polémica. La mayoría del PP bloqueó en la Diputación Permanente las peticiones de la oposición para celebrar plenos monográficos o comisiones con carácter de urgencia sobre el euro por receta, la privatización de hospitales o Telemadrid. En las cartas de la baraja popular lo que se propone es reducir a la mitad la cifra de diputados. Vamos que entre unos y otros lo que hay es un océano por medio. Así que mucho me temo que en cuanto sus señorías vuelvan a verse las caras en el pleno de la Asamblea de Madrid el célebre “¡joder, qué tropa”! que soltó el Conde de Romanones retumbará por Vallecas y zonas aledañas.

jueves, 24 de enero de 2013

We, the people




Por un momento parecía que los madrileños nos íbamos a librar de otro tarifazo en el transporte público. Falsa ilusión. El año pasado hubo tarifazos en mayo y septiembre, y antes de que acabe el primer mes de 2013 nuestros mandamases han decidido que todavía se puede apretar un poco más a la gente. Nunca al revés. La excusa siempre es la misma, que si sube el gasóleo, que si hay que adecuar el precio del servicio a los costes, que si el metro es más barato que en Londres...

Da igual. A este paso viajar en los buses interurbanos de Alcalá de Henares a Madrid y coger el metro en Sol para ir a Portazgo se va a convertir en artículo de lujo.Ya imagino los abonos transporte de diseño by Philippe Stark, Vuitton o de quien sea exhibidos en una tienda exclusiva de la milla de oro. Igual que también preveo a medio plazo, cual vidente express, una tasa a los que pedaleen en sus rescatadas Orbeas. Delirios aparte, el tarifazo del transporte público en Madrid me sirve como excusa para abanderar la defensa de la clase media. Será porque siempre he creído que para todo en esta vida en el término medio está la virtud. Por algo siempre recelé de los extremos, casi tanto como de los conversos políticos o de los que contestan a las preguntas levantando la mirada hacia arriba y a la derecha.

La realidad es que la otrora pujante clase media española cada vez está más exprimida mientras la corrupción, las corruptelas y la falta de ética sacuden los cimientos en España.Mientras aquí así nos luce el pelo, no puedo evitar cierta envidia cuando miro al otro lado del Atlántico, en concreto a los Estados Unidos. Aunque no soy amigo de ceremonias ni de actos sociales la investidura del presidente norteamericano, Barack Obama, esa performance del lunes 21 de enero, fue impecable. Admiro profundamente su oratoria, tanto en la forma como en el fondo. Cuando dice cosas como que "nuestra fortaleza se ha de basar en la prosperidad de la clase media" suena a música celestial. Pero reviso los escándalos nuestros de cada día, echo un ojo a las portadas de los periódicos y se me dispara la tensión.¿Y saben lo que lamento? Que aquí no haya un Obama que diga: “We, the people”.

jueves, 17 de enero de 2013

Será que no hablamos el mismo idioma…





Resulta curioso que cuando el español es el segundo idioma del mundo menos nos entendamos. Aunque hablemos la misma lengua 495 millones de seres humanos, aquí cada uno entiende lo que le da la gana. Así nos va. No se trata sólo de jugar con el lenguaje, un instrumento que puede ser tan perverso como el gusto del consumidor. Nos hemos acostumbrado a dejar de llamar a las cosas por su nombre y admitimos el ‘todo vale’ casi sin pestañear. Por ejemplo, lo que lo que para unos son despidos para otros son reajustes de plantilla. O se convierten en sinónimos –por genuflexión políticamente correcta– términos como externalización y privatización para convertirlos en armas arrojadizas en las trincheras mediáticas. Luego están las chorradas del recalcitrante progre de turno que lleva a la máxima expresión el sexismo en el lenguaje, el que distingue entre miembros y miembras

Pero quiero ir más allá de la perversión del mensaje. Vayamos al fondo, el significado de los mensajes, lo que se llama comprensión lingüística. Vamos, que si entendemos lo que leemos. Y no deja de sorprenderme que de un mismo texto cada uno interprete lo que le dé la gana. Para ilustrar este delirio en el que nos hemos instalado voy a poner un ejemplo. Es como si te sientas a ver la tele en el salón de tu casa y alguien trata de convencerte que ese aparato en el que ves el telediario o el reality de turno no es lo que es. Es decir, una tele. Eso es lo que está pasando en la España de nuestros días donde muchos se esfuerzan en que las cosas ni sean ni parezcan lo que son. 




                                                                             Enrique Urquijo y los problemas / 'El hospital'

La casta política española presume de sobresaliente cum laude en su tesis sobre la defensa de sus intereses. Les sobran los motivos. En este punto me quiero detener en el euro por receta. Son tres palabras que definen muy bien lo que supone. No creo que nadie en su sano juicio tenga la menor duda de que lo que significa es que hay que acoquinar un euro si vas a la farmacia y te extienden una receta. Es negro sobre blanco. Lo que me descoloca son las distintas interpretaciones políticas (con sus palmeros incluidos) sobre la misma medida si vives en Salou o en Torrelodones. 

Hace unos días  el Tribunal Constitucional admitía a trámite un recurso del Gobierno central contra el euro por receta para frenar la “rebeldía” en Cataluña. Pero en Madrid ni se dan por aludidos. Erre que erre con que es una medida “disuasoria”, una tasa administrativa que no tiene nada que ver con el copago y que no piensan suspender en su aplicación hasta que lo pida el Tribunal Constitucional. Ignoro las diferencias legales y competenciales del euro por receta en ambas comunidades. Y les voy a ser sincero: me traen al pairo. El euro por receta es una muestra más de que algunos se empeñan en entender lo que les parece y no admiten con valentía que es una nueva tasa que se sacan de la manga para mantener un estado autonómico que es insostenible. 

Mientras seguimos a la deriva no nos queda más salida que seguir indefensos o atreverse a negarse a pagar el dichoso euro por receta cuando vamos a la farmacia. Allá cada cual. Pero si hay algo que cada día tengo más claro en esta España del post-bienestar es que no nos entendemos, aunque hablemos el mismo idioma.

miércoles, 9 de enero de 2013

Madrid Arena




Cadía que pasa el caso Madrid Arena me revuelve más las tripas. No hay día en que se conozca un vídeo nuevo o se desvele alguna conversación que añade más truculencia a la tragedia de la fiesta de Halloween. Los vídeos de la avalancha en esos estrechos pasillos y las llamadas al Samur ponen los pelos de punta. Tanto como lo que se sabe de la entradas y el aforo duplicado, las amistades peligrosas entre el cesado vicealcalde y el organizador de la fiesta, el vaivén de reproches entre los organizadores y el ayuntamiento o las acusaciones entre seguratas y controladores. Todo es un despropósito. Probablemente tienen razón los que defienden que hay que ponerse en el lugar de los hechos, ese día y a esa hora para entender de verdad la magnitud de esa tragedia. Si todo podía fallar en una macrofiesta,  ese día falló. Sólo cabe esperar que la justicia llegue hasta las últimas consecuencias para que paguen todos y cada uno de los responsables de aquella fatídica tragedia del 1 de noviembre. La avalancha que acabó con la vida de cinco jóvenes exige respuestas, respeto y, sobre todo, justicia.

jueves, 3 de enero de 2013

Localismos



Si hay un clásico en los periódicos tras el 31 de diciembre es la foto del primer bebé del año. En Alcalá de Henares fue Claudia. Gerard nació en Tortosa. Blanca en Ronda. Catherine en Madrid. Mehdi en León. Rubén fue el primer vallisoletano. César el primer extremeño, pacense para más señas. Así podría seguir con esta lista recorriendo las diecisiete comunidades autónomas  y revisando cada diario local. No falla. La foto es casi la misma. Un hospital, una cama, una madre con una amplia sonrisa dibujada en el rostro y un bebé en brazos de sus padres dichosos. Los titulares y los crónicas son casi calcadas. Bastaría con cambiar donde dice “primer extremeño que vino al mundo” por el primer catalán, vallisoletano, madrileño o lo que sea. La carrera por nacer con las campanadas demuestra que en cuanto se rasca un poco aparece lo de Villarriba y Villabajo.   Aunque para la España de Villarriba y Villabajo nada como los mensajes navideños en clave localista de los presidentes autonómicos de turno. Casi nada.