viernes, 23 de julio de 2010

Felicidad


Lo bueno no dura mucho. Es tan efímero como una pompa de jabón. La vida es un poco eso, es un proceso que tratamos de llenar con caprichosas formas jabonosas tan emocionantes como efímeras. Ahora acaba de estallar delante de mis narices una pompa, el del ránking de la alegría. Mira por donde, cuando acabamos de ganar el Mundial y la euforia pasea desatada por las calles llega un sesudo estudio y pone patas arribas el país donde mejor se vive, donde mejor se come y donde mejor... Según una encuesta España resulta que es uno de los países más infelices de Europa. Ignoro cómo se mide la felicidad y si el vecino de al lado tiene audímetros del bienestar junto a la TDT de plasma o entre el barreño de la ropa para planchar. Los libros, películas y el colega de toda la vida al que le lloras las penas insisten siempre en que la felicidad no se puede comprar. Pero es difícil aceptar la tozuda realidad de estudios capaces de romper el mito de la siesta, las tapas y todo esa parafernalia del Todo a Cien rojigualdo. La felicidad sólo se puede experimentar en pequeños momentos, en eso coinciden los teóricos del sentirse bien, cualquier hijo de vecino que tenga dos dedos de frente y, por supuesto el genial iconoclasta Groucho Marx con su “pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...”. Alcanzar el éxtasis de la felicidad plena es tan difícil como los esfuerzos que hacían aquellos fumadores empedernidos capitaneados por Harvey Keitel por saber cuánto pesa el humo de un cigarrillo. Era en Smoke, la novela de Paul Auster llevada a la gran pantalla. Para ellos los cigarrillos son como esas pompas de jabón. Ahora para colmo, también quieren acabar con los pequeños momento de felicidad que propociona un bollo o una chuche. Si prospera el informe de la ministra Trini los remordimientos nos corroerán por despreciar la dieta saludable al elevar el colesterol y el ácido úrico por engullir un kit-kat o mojar un cruasán en el café. Ya ven, así están las cosas. Pero si no fuera por esos pequeños momentos de felicidad que nos enseña la vida al toparnos de bruces con el veraneo seguiríamos pensando en blanco y negro. Un pequeño trago de vida, de esos que sirven para venirse arriba, tuvo lugar en la azotea del Círculo de Bellas Artes hace unos días. Allí se hizo realidad ese dicho de Madrid al Cielo, con el homenaje que varios músicos españoles hicieron a The Beatles recreando al concierto de 1969 en la azotea de los históricos estudios Apple. Let it be siempre proporciona felicidad, en la azotea o en el metro.

viernes, 16 de julio de 2010

'Enteraos'


Los bares son los lugares más gratos para conversar. No porque lo diga o, mejor dicho, lo cante el incombustible Jaime Urrutia, sino porque es así. Es una certeza más de la vida, de esas en las que la fe y la razón no chocan. Bares en España no faltan y en la misma proporción que hay barras en tabernas, tascas, snacks o cafeterías están los enteraos. No hay bareto sin su enterao. Algunos son más pesados, otros más gorrones y a otros les patina la lengua más de lo debido. Pero existir, los enteraos existen. Es un especie que se desenvuelve como pez en el agua en los bares, entre cáscaras de gambas, huesos de aceituna y una caña o botellín lo más cerca posible. Apostado sobre la barra o sentado en cualquier mesa el enterao es un pozo sin fondo de sabiduría. Es capaz de clavar la vuelta en la que Fernando Alonso hará su entrada en boxes en un Gran Premio, revelar que el doble pivote que usa el Atleti impide el juego por las bandas o proporcionar todo lujo de detalles sobre la milagrosa cámara hiperbárica que ha propiciado el regreso de Rossi a las motos de GP pese a que se destrozó la tibia y el peroné hace poco más de un mes. Por sus explicaciones, siempre seguidas por un nutrido grupo de fieles, y algún que otro despistado, deduzco que el deporte es el mejor de los efectos placebo para sustituir la pulsión guerrera por el jefe maniático o la suegra metomentodo. La biblia la tiene en el Marca, pero cuando menos te lo esperas el enterao es capaz de explicar el reglamento internacional de abordajes, las técnicas más efectivas para sellar el derrame de petróleo en el Golfo de México o los últimos avances en biotecnología o ciencia límite. Ahí es donde desconcierta. El enterao es un hombre renacentista, pero de voz cazallera y lamparones en la camisa, capaz de dialogar largas horas con Dios aunque sea tan ateo como lo era el mismísimo Saramago. Esta semana no tuve la oportunidad de coincidir con uno de estos enteraos a los que acostumbro a ver de vez en cuando y que me limito a observar, pero ya me muerdo las uñas por su veredicto sobre el debate del Estado de la Nación. Si es Rajoy o Zapatero el ganador. Por puntos, por K.O. o por descarte. Estos enteraos son más lúcidos y si me apuran, tienen ya más credibilidad que los líderes políticos del país que se dijeron más de lo mismo en el Congreso de los Diputados. Para escuchar opiniones de vencedores y vencidos, prefiero un bar, con su cerveza, su tapa y su enterao. Lo prefiero antes que quemar el mando de la tele para cambiar de canal y tener que huir de tanto tertuliano que hace del matonismo dialéctico su argumento.

viernes, 9 de julio de 2010

¿Falta mucho?


Es inevitable. Que el Ayuntamiento de Barcelona se quiera sacar de la manga una tasa para cobrar a los turistas me recuerda de manera inevitable la pretensión de la compañia Ryanair de hacer pagar a los viajeros por orinar en vuelo. En resumidas palabras y para entendernos, dan donde más duele: un euraco al día por patear las aceras desde la Sagrada Familia al Parque Güell y otro por miccionar a miles de pies de altura. Dos euros por la cara, y siempre y cuando uno se porte bien bien, porque como incumplas una ordenanza cívica y se te ocurra pasear sin camiseta igual hasta acabas en la cárcel Modelo. La cosa es que al alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, parece haberle gustado la idea de cobrar a los turistas. Ingresar 20.000 euros anuales a costa de los turistas es una excusa perfecta.Tal vez, después de una ingeniosa tormenta de ideas con los gurús de la sostenibilidad ciudadana haya llegado a la misma conclusión que los responsables de Ryanair: a pagar. Por hacer un pis o por pasear por las Ramblas. Pero a pagar. Lo malo es que ambas pretensiones, si se miran con profundidad de miras y con una mínima perspicacia anuncian en el fondo una revolución sin precedentes en el mundo del turismo y en la manera de viajar. De hecho, Ryanair ya no sólo insiste en la idea de que si llega el apretón en la vejiga y no se puede aguantar haya que rascarse el bolsillo para usar el aseo del avión. Ahora vuelve a la carga con esa revolucionaria idea y con la posibilidad de que se pueda viajar de pie en un asiento vertical por sólo cinco libras. El low cost se encarga de poner al turista en su sitio para que no se pase ni un gramo en el peso del equipaje, desde que coge el petate y se largue al destino de sus sueños. No hay duda. Corren tiempos de apreturas para los turistas del low cost. Mientras que desde la Comisión Europea cada vez están más preocupados por mejorar las condiciones del transporte de ganado la sufrida clase turista se apila más y más. Ahora que cualquier animal que sirva para trocear y servir de alimento humano viaja hasta con GPS y dispone de las mejores condiciones y trato para evitar el sufrimiento psíquico a la clase turista lo que le queda es el barullo y la sobaquera del compañero de viaje. Más barato, más lejos pero más apretado. Así que la próxima vez que coja un avión me pasaré medio vuelo dando la tabarra a la azafata de turno o, si es necesario, al comandante con ese pesada cantinela infantil de: “¿Falta mucho para llegar?”. Al fin y al cabo, ir de turista por la vida se parece cada vez más a un reality show.

viernes, 2 de julio de 2010

Pulseras


El otro día estuve a punto de comprarme una de esas pulseras maravillosas que anuncian por la radio. Dicen que son capaces de proporcionar armonía y energía. Y si no es así, da igual. Este verano es lo que está más in. Si la llevas eres alguien, vas a la moda. Incluso a quien le vaya el rollo espiritual es posible que consiga el mejor de los efectos placebo. La hay ya de todo tipo y diseños. Unas son oficiales, aunque en los chinos se venden como rosquillas. Si sus efectos fueran ciertos en estos tiempos de dudosa moralidad y bajas por depresión vendrían bien. De hecho, la cálida voz del locutor radiofónico de turno estuvo a punto de convencerme cuando dijo que más de cuarenta millones de unidades se han vendido en Estados Unidos. Toma ya. Si no fuera porque estaba en un interminable atasco de entrada a Madrid y que mi estabilidad emocional la sustento como puedo, casi hasta habría picado. Con el móvil a mano, el mercurio a más de 30 grados centígrados y al borde del ataque de nervios, casi encargo la pulsera. En el fondo, si este inocente abalorio, anunciado por los propagandistas como “genuino y verdadero, rechace imitaciones”, es capaz de sustituir cualquier terapia emocional, los antidepresivos tendrían las horas contadas. Pero aquí lo que se lleva es automedicarse. Cuántas más pastillas, tranquilizantes y todo eso, mejor. En esto que llamamos la sociedad civilizada, tiramos de pulsera o pastilla milagrosa a la mínima. Este es el paraíso de la automedicación. Ni siquiera somos capaces de aguantar un par de noches en vela porque la titi con la que creíamos que íbamos a estar el resto de nuestra vida nos ha plantado. Lexatin a la boca, y que la química acabe con el sufrimiento. Es curioso que la venta de antidepresivos en España se haya disparado de 30,8 millones de unidades en 2007 a cerca de 33,6 millones en febrero. Igual que proliferan los libros de autoyuda y los gurús trascendentales, la crisis aprieta y los psicofármacos siempre están a mano. Pero esto es como la dualidad universal del ying y el yang. Los ricos del norte y los pobres del sur. Lo malo es que hay muchos seres humanos que ni tienen tiempo para ellos mismos. Bastante hacen con sobrevivir con dignidad. Un ejemplo. El 99% de las personas que viven en la extrema pobreza es capaz de devolver los microcréditos fundados por el banquero de los pobres y Premio Nobel de la Paz, Mohamed Yunus. Y aquí, la peña se hipoteca por comprar un elixir de la juventud eterna, hacerse una liposucción o, como mínimo, se deja unas decenas de euros en una pulsera mágica porque la luce el vecino o el famoso de turno.