lunes, 28 de marzo de 2011

Mitin a 1 euro

La belleza, como el gusto, siempre es relativa. Es curioso que el adicto a la Coca-Cola no quiera saber nada de Pepsi-Cola, lo mismo que el que desayuna con los grumos del Cola-Cao evita las cucharadas de Nesquik, aunque sea instantáneo. En ambos casos son productos similares, pero distintos. En todos ellos hay una legión de consumidores fieles que por nada del mundo cambiarían su marca de referencia, con la que han crecido. Es esa bipolaridad made in Spain en la que hay que elegir, de la misma manera que se hace entre el Madrid y el Barça, el PSOE y el PP, la Pantoja y la Jurado o entre Joselito y Belmonte. De las grandes rivalidades nacen, en definitiva, las grandes pasiones. Por eso me llama la atención que el próximo domingo UPyD vaya a cobrar un euro –simbólico, eso sí–, a los asistentes al mitin que tiene previsto celebrar en la plaza de toros de Vistalegre. El partido de Rosa Díez, que de momento no sigue siendo más que eso, por mucho que ella y su espíritu de outsider se empeñe al profanar un feudo socialista, abre una puerta al copago mitinero. Dentro de poco el que quiera fútbol por la tele tendrá que pagarlo, porque esto de ver a las estrellas galácticas por la cara se va a acabar. Con los mítines, lo mismo, ya que lo de regalar bocadillos y poner autobuses para que los forofos aplaudan a sus ídolos políticos está caduco. Hace unos días, en un acto del PP en Torrejón de Ardoz, una apasionada asistente interrumpió el discurso del líder popular al grito de “¡Guapo!", con lo que Rajoy se vino arriba. Claro, que con un auditorio lleno de fieles, deseando que les digan lo que quieren escuchar, todo es más fácil, si bien Rajoy no es un adonis. Sin embargo, si los mítines se hacen de pago, y los asistentes sueltan algún eurillo por un show de partido como si de un espectáculo se tratara habrá, además de obediencia al corifeo y aplausos, quien murmulle y silbe al orador de turno. La diferencia entre pagar una entrada y no hacerlo es que tienes derecho a exigir, y el partido de Rosa Díez propone el espectáculo mitinero. De momento, los partidos se esfuerzan por lanzar sus mensajes de discurso único a través de Twitter y esos inventos, así que se descarta que el PSOE cobre entrada por ver a Zapatero el 10 de abril en Alcalá de Henares. Tal y como está el revuelto patio socialista no creo que pongan entradas a la venta ni que nadie llame “guapo" a ZP.

martes, 22 de marzo de 2011

La cinta del Rey

La monarquía está que trina. Si hace unos días todo el mundo especulaba por las ojeras amoratadas del Rey, ahora lo que va a debatirse en el Congreso de los Diputados es el gasto en una cinta de correr de última generación para que Don Juan Carlos se ponga en forma. La Zarzuela, fiel a su línea, no tardó en atribuir esas ojeras a un efecto óptico, huyendo de las especulaciones más aterradoras sobre la salud del monarca. Cierto es que en las Casas Reales, determinados regímenes e incluso notables dirigentes siempre han preferido levantar un muro de silencio sobre la salud para evitar cualquier sospecha de fragilidad, no sea que el chiringuito se venga a abajo.

Sinceramente, no creo que sea el caso de Don Juan Carlos I. Sin embargo, lo de la cinta mecánica cuyo gasto ha sido asumido por Patrimonio Nacional va a requerir un esfuerzo a la hora de dar explicaciones ante sus señorías. La cinta mecánica, que cuesta un pastón, te pone en forma en un plis, plas, y además permite ver la tele, hablar por teléfono o escuchar música. Pero tal vez en esta cinta está el secreto de la salud de hierro del monarca, que como las grandes figuras de la historia y mandatarios nunca se ponen malos. Por eso, espero y deseo que el Rey siga corriendo muchos años más. La cosa es que la polémica de la cinta, que llegará al Congreso de los diputados en forma de pregunta suavizada, excita tanto a Iniciativa per Catalunya Verds como a los sectores más ultras, esos que nunca perdonaron al Rey que no se convirtiera en delfín de Franco.

Lo cierto es que un gasto de 14.000 euros en una cinta para correr, de nombre Run Now, que supongo que el monarca no ha comprado en la Teletienda no es lo más apropiado cuando el Gobierno se esfuerza en que apaguemos las luces y reduzcamos la velocidad de nuestras vidas. Pero el Rey es el Rey, y nunca está enfermo. Es algo que le pasa a todos los grandes mandatarios, que no enferman, sólo mueren cuando les llega la hora. Si no lo creen, piensen en Fidel Castro, que no se desprende de su chándal Adidas en las escasas apariciones públicas que muestran los medios cubanos, o Miterrand que escondió un cáncer durante años. Este ocultismo contrasta con la manera de afrontar los reveses de salud en el caso de Esperanza Aguirre y Alfredo Pérez Rubalcaba. Ambos se vieron obligados a pasar por hospitales públicos y ya han vuelto a la escena política con las mismas ganas de correr y correr que el Rey en su cinta.

lunes, 21 de marzo de 2011

Ctrl+C Ctrl+V

Hay cosas que no cambian. Ni el temor de estar expuestos a una nube radiactiva modifica el comportamiento de los que aspiran a gobernarnos. Mientras el arte de votar consiste en ponerse en suerte ante las urnas, no ya para elegir la mejor opción, sino la menos mala, arrancamos la precampaña electoral del 22 de mayo me revolotea en la cabeza eso de “paren el mundo que yo me bajo”. Si algo hay que sacar en claro de esta crisis mundial, con el planeta tambaleándose por la tragedia de Japón o las revueltas en el mundo árabe que culminan con ataques a Libia, es que los que nos dirigen, o aspiran a ello, siguen a lo suyo. Tiran de manual y listo. Por eso lo que para unos son errores sin importancia para otros son motivos suficientes para dimitir. Claro, que aquí no abandona su cargo nadie y con el tiempo todo se queda en el ruido mediático que se acaba apagando. Vayamos por partes. Una vicepresidenta catalana, Joana Ortega, falsea su curriculum anunciándose como licenciada en Psicología, y cuando se descubre la tostada atribuye todo a un “error de transcripción”. Total, por un par de asignaturas pensaría que era casi licenciada... Pero por muchas explicaciones que dé o es licenciada o no. Salvando las distancias, el ministro de Defensa alemán, Zu Guttenberg, dimitió tras descubrirse que había plagiado parte de su tesis doctoral. Antes que el cargo estaba su compromiso con los votantes, así que ni corto ni perezoso, el político alemán más valorado se bajaba del carro apelando a la ética por un copy paste, es decir un control + C control +V en el teclado del ordenador. Hace unos díás también dimitió el concejal del PP de Santiago de Compostela Ángel Espadas porque le pillaron con una melopea etílica de aquí paz y después gloria. Claro que la diferencía ética entre el exministro alemán y el concejal gallego es abismal. Cada caso es distinto, cierto, pero hay inevitables paralelismos, pero maneras distintas de resolver el asunto. Las dimisiones no son habituales en política, y menos cuando para muchos la política se ha convertido en su trabajo. Por eso las dimisiones escasean, más áun, en tiempos de crisis. ¿Se imaginan que a todos los diputados, consejeros, alcaldes o concejales les diera por dimitir cuando les pillan con el carrito del helado? El país se quedaría como un solar y sin las botellas de brandy que regalaba Ruiz Mateos. Lo malo de este parchís nacional es que lo que es motivo de dimisión para unos, para los otros no lo es, y viceversa. Así que el copy paste es lo que se lleva, como si fueran clones elaborados en serie que se han olvidado de la asignatura de ética. Y es que parece que teclear control + C control +V, como se casi licencido, se puede hacer a medias. O eso parece.

lunes, 14 de marzo de 2011

2011-1974. RIP

Una cosa es rebajar la velocidad máxima en las autovías y otra, bien distinta, invertir el sentido de la vida. Bien mirado, tampoco es tan malo dar un viraje de 180 grados al rumbo de la vida y desandar lo andado. Al fin y al cabo, sería una manera de enmendar errores, frenar el paso del tiempo sin recurrir al botox y, a la vez, de reencontrarse con amigos que ni siquiera Facebook ha puesto a nuestro alcance. Supongo que sólo avanzamos hacia adelante porque no nos queda otra. Dar marcha atrás en el tiempo es un asunto de ciencia ficción ya que en caso de poder sacar alguna vez un billete será para ir al futuro. Al menos, eso cree el científico Stephen Hawking… Por eso, mientras no quede otra, lo único que podemos hacer desde que nacemos es tirar pa’alante. Esto está así montado, es una cuestión de razón, pero también de costumbre porque, por naturaleza, vivimos en la cultura de la creencia de la superioridad científica y moral. Lo malo es que desechamos, por principio, el infortunio y la tragedia. Todo hasta que llega un devastador tsunami que libera una energía brutal y descontrolada que arrasa todo lo que encuentra a su paso. En nuestra sociedad, basada en la seguridad y el confort pensamos que nunca habrá un tsunami capaz de dejarnos inermes en pleno siglo XXI. Error, cada dos por tres la realidad nos pone en nuestro sitio. Por eso, no me extraña que a más de uno le den ganas de caminar hacia atrás. “¿Por qué los calendarios tienen que ir en sentido ascendente? Me niego”, nos decía el otro día un amigo en una tertulia nocturna sobre lo divino y lo humano, donde insistía en querer quiere vivir hacia atrás. No le tomamos en serio, salimos de allí rebautizándole Benjamin Button -ese hombre que en una película nace con ochenta años y envejece al revés-, pensando que los efectos del brandy se le habían subido a la cabeza. La confusión de la larga noche, los efluvios y los tragos del alcohol habían turbado mis neuronas hasta tal punto que no podía dormir. Antes de llegar a casa compré un diario un kiosko que no conocía en el centro de la ciudad. Pensé que me ayudaría a caer en los brazos de Morfeo. Sólo leí la portada. Hablaba de la crisis en Libia y la sucesión de Gadafi, de los nuevos límites de velocidad en las autopistas y la crisis de la economía española. Nada nuevo, si no fuera porque era un diario YA del 7 de abril de 1974. Y me dormí.

viernes, 4 de marzo de 2011

Vaqueros letales

Ahora que el western vuelve a estar de moda con Valor de ley, remake de ese filme que llevó a John Wayne a ganar un Oscar, más ganas me entran de cabalgar por los desiertos de Arizona, el cañón del Colorado y hasta morder el polvo como homenaje a los clásicos del género. El viejo Oeste, se mire por donde se mire, es un lugar sucio, donde te pueden pegar un tiro o clavar una fecha, y deja poco espacio para la estética. La insalubridad campa a su antojo de la misma manera que uno se arrastra por el suelo escuchando el silbido de las balas rondando la coronilla o jugándose el pescuezo en una partida de póker. Un tipo como John Galliano, por mucho que se vista de Dior o adore su ego disfrazado de Napoleón, no resistiría ni un día en un Saloon de Wichita, donde la mayoría de los vaqueros eran más cínicos, codiciosos y desagradables que este diseñador caído en desgracia, presa de su verborrea nazi. Si me lo permiten, les diré que hay dos películas que forman parte de mi particular videoteca. Una es Dos Cabalgan Juntos y la otra Centauros del Desierto, con ese memorable tío Ethan que busca a su sobrina secuestrada por los comanches. Pocas películas resumen la angustia y tantos interrogantes de la condición humana como esta obra maestra de John Ford. Pero el polvo del desierto más crepuscular que nunca y el sudor impregnado en las ropas de esos vaqueros que cabalgan millas no es lo que mata a los héroes del western. Son las venganzas, el odio, los duelos, los tiroteos y los indios. A ellos no les afecta la silicosis. Porque lo que ahora mata a muchos trabajadores de países donde la prevención de riesgos laborales se la pasan por donde se les antoja sus jefazos es la silicosis. Y todo porque la gente guay, poligonera o lo que sea que coquetea con las llamas de la hoguera de las vanidades prefiere pagar una pasta por un vaquero gastado y con rotos de diseño, que desgastarlo ellos mismos. Leo en el diario El Mundo con asombro que el proceso de fabricación de los pantalones vaqueros desgastados ha causado decenas de fallecidos y millares de enfermos en países como Turquía, China, la India, Siria o Bangladesh. Entiendo que unos fashion victims de la vida se quiera dejar una pasta por lucir unos vaqueros de marca. Allá ellos. Pero creo que no estaría mal que nos dejáramos de tonterías y desgastemos los vaqueros como Dios manda. Si hay que retozar por la tierra de un descampado con los jeans puestos siempre será mejor opción que ir a la tienda de moda o al outlet de turno a probarse unos vaqueros que matan.

jueves, 3 de marzo de 2011

Creemos que es cosa de otros...

Creemos que nunca nos llegará. Creemos que siempre sabremos sumar, restar, dividir y multiplicar. Creemos que no olvidaremos los nombres de nuestros hijos. Creemos que nunca necesitaremos ayuda para vestirnos. Creemos que lo malo le sucede a la gente. Creemos que la juventud es eterna. Creemos que siempre distinguiremos los colores. Creemos que las rimas de los poemas no se apagarán. Creemos que encontraremos la nota precisa de una melodía en el pentagrama. Creemos... y nos equivocamos. Ojalá esté alguien ahí para ayudarnos cuando llegue el momento en el que ya no sepamos ni el significado de creer. El Alzheimer es así.