domingo, 24 de enero de 2010

Trasquilón

Hace tiempo que no piso una peluquería. Es por razones obvias. A los que me conocen no hay que explicárselo, y a los que no, basta con que vean la foto de esta columna. Vamos, que soy de esos que llaman de frente despejada. Sin embargo, cada vez encuentro más razones para volver a sentarme en esos confortables sillones de las peluquerías. Ahora, que ya no sería por el flequillo. Tal vez con la excusa de la barba, la tertulia y… la música. Al mileurista Teddy Bautista y sus chicos de la SGAE no les basta con comprar teatros y apartamentos, ni soñar con palacios. Ahora quieren entrar en los templos de la belleza de ambos sexos y cobrar unos 30 euros al trimestre por tener una radio encendida. En Cataluña se ha iniciado una campaña en la que se invita a los clientes de las peluquerías a traer la música de casa. Eso sí, “que todo sea original”. La campaña me gusta porque podré llevar mis canciones favoritas y compartir los temas con los vecinos del barrio en plan revival. Será como un duelo musical de iPod, donde se podrá pedir más volumen (no del cabello, precisamente) pero con ruido de tijeras y secadores de fondo. Ruido, mucho ruido. Supongo que el peluquero de toda la vida de mi barrio se alegrará mucho de verme de nuevo en su local. Incluso apuesto a que después de saludarnos me repetiría la pregunta que durante tantos años me formuló. Claro, que en aquella peluquería de barrio las tendencias eran las que eran. Allí no había estilos de peinado a lo Vidal Sassoon o Ruphert que marcaran el estilismo de moda en los descampados de la zona.
–­¿Lo cortamos como siempre?
–Claro, como siempre –le contestaría, dejando en sus manos mi imagen.
En esa peluquería lo habitual era hablar de lo divino y de lo humano, con la Cadena Ser de fondo. No había tema de conversación que se escapara de la tertulia. Todavía recuerdo una vez que el peluquero me confesó su pesar porque su arte nunca fuera reconocido como tal. Un cliente que esperaba su turno, sentado en una silla y que ojeaba la chica semidesnuda de la última página del As, levantó la cabeza y entró en la conversación: “La poesía no es de quien la escribe, es de quien la necesita”. Esta célebre frase del cartero a Pablo Neruda no sólo nos dejó sin respuesta, sino que me costó un trasquilón.

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