Julio Verne no llegó a hacer tantas maletas como parece, pero pocos han viajado más que él. Llegó a la luna con más precisión que cualquier expedición de la NASA, al centro de la tierra, navegó bajo el mar y creó ingenios de todo tipo. La ciencia ficción le debe tanto que incluso me planteo si el dichoso escáner corporal que ahora quieren usar en los aeropuertos no fue ya cosa del escritor francés. Los libros permiten llegar hasta donde la imaginación permite, crear lugares y aparecer hasta como un aguafuerte en la historia. Creo que fue Arturo Pérez Reverte el que escribió que los libros sirven para amueblar paisajes. ¡Y cuánta razón tiene! Pocas satisfacciones hay como llegar a un sitio que no se ha pisado jamás y tener la sensación de haber estado ya allí. De la isla de If, frente a Marsella, donde el Conde de Montecristo estuvo encarcelado, a la hermosa Cartagena de Indias donde supuestamente transcurren gran parte de las correrías amorosas descritas por Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos de cólera… Todo vale. El viaje está en los libros. Esta reflexión viene a cuento por uno de esos acontecimientos fugaces que pasan por delante de nuestras narices y ni nos enteramos. El otro, día en una tertulia familiar, mientras los mayores arreglábamos el mundo y los más pequeños jugaban con los regalos que les habían traído los Reyes Magos, en una silla y en silencio estaba el mayor de mis sobrinos. Sólo me di cuenta de su presencia cuando levantó con inocencia la cabeza del libro y en voz alta preguntó:
-¿Qué es un cetáceo?
Tras escuchar sus palabras, casi susurrantes, me aparté de la conversación familiar sobre si Zapatero iba a ser capaz de gobernar sin tocar fondo la presidencia de la Unión Europea y resolví su duda.
-Es una ballena -le contesté. Leía con avidez y ensimismado Un capitán de quince años, una de las numerosas obras de Julio Verne. En ese momento comprendí que con su pasión por la lectura comenzaba a viajar. Dejaba atrás las primeras etapas de su vida, pasaba página e iniciaba el apasionante viaje por el mundo de la lectura. Un periplo por los libros para el que no hay que guardar colas antes de embarcar ni reservar asientos de primera en trenes de Alta Velocidad. Un viaje personal, donde cada uno hace que el tiempo sea relativo y es, por completo, libre.
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