jueves, 9 de mayo de 2013

¡Que Dios nos pille confesados!




Una vez conocí a un tipo que se había instalado en el furgón de cola de la vida. Dormía en la calle, entre cartones y sin pijama. Su vida social se ceñía a un tugurio, entre macarras de barrio y piltrafas humanas. Cada noche acudía a este antro en forma de bar, donde al menos podía cenar caliente cada noche. Detrás de la barra y del negocio estaba un amigo de juergas de toda la vida. Un día la moneda del destino se la jugó. Ambos habían quemado Madrid por las noches, pero ahora sólo quedaba chamusquina y reuma de tanto dormir a la intemperie. Por amistad, sentimiento de culpa o compasión no había noche en el que el dueño del bar sirviera a su antiguo amigo de correrías la cena. Solía ser las sobras del menú del día, acompañado de un pedazo de pan, con vino y casera como bebida. Suficiente para calmar un estomago hambriento.

Cada noche, a eso de las nueve, el mendigo llegaba al bar y se sentaba en soledad en un reservado al fondo del local. En una pequeña mesa dominada por la oscuridad, la única luz que destelleaba era la de la televisión. No era casualidad que cenara hacia las nueve. Nunca se perdía un telediario. El de LA 1 de TVE era su favorito y si estaba sintonizado otro canal ni siquiera preguntaba. Lo cambiaba él mismo a menos que hubiera fútbol. Comentaba que TVE era la cadema que le daba más credibilidad y que, en definitiva, "es la de toda la vida".

Muchas veces, entre cucharadas de la delicatessen de turno, soltaba alguna frase en alto. Estaba acostumbrado a hablar solo. Él era su mejor y peor compañía. La única. Sin embargo, en algunas ocasiones trataba de propiciar conversación con la clientela del local en esa franja horaria, cercana a la de máxima audiencia.  Presumía de estar bien informado. Le gustaba comentar las noticias y siempre esperaba alguna respuesta. Hubo una ocasión que hasta casi llega a las manos con otro tipo que ahogaba sus penas en la barra del bar castigando el hígado con un Magno tras otro. La prima de riesgo de España motivó la discusión...

Hace unos días el telediario de La 1 estaba a punto de llegar a su fin.  Y la noticia que daban antes de los deportes se convirtió en una revelación. Marcos López y Marta Jaumandreu, presentadores de la segunda edición del Telediario, daban paso a una noticia en la que animaban a los parados a rezar. El hombre, que estaba a punto de terminar un plato de judías verdes rehogadas, dejó de llevarse el tenedor a la boca en ese instante. Alzó la cabeza y miró fijamente la televisión. Puso sus cinco sentidos en la noticia. Escuchó con suma atención a Marcos López, que antes de dar paso a un vídeo daba la entradilla diciendo que "cada vez más católicos ponen velas a sus santos y por eso la cerería es uno de los negocios que resiste muy bien a la crisis". Jaumandreu le siguió y  dio a conocer la solución bíblica para tanto parado, incertidumbre profesional y clima generalizado de pesimismo:  "Según los psicólogos acercarse a un altar puede calmar la ansiedad por la falta de trabajo o por el temor a perderlo".

El hombre recogió el tenedor para acabar el plato. Se metió la mano en uno de los bolsillos del pantalón, si es que se podía llamar así a esa prenda sucia y descosida hecha jirones. Al tiempo que buscaba una estampita de una virgen que una beata le dejó a modo de limosna en la puerta de una iglesia no dejaba de preguntarse cuando perdió la ilusión. Aunque nunca había sido asiduo de los templos también tenía claro en los momentos de lucidez que llegada la hora de abandonar este mundo no quería dejarlo sin una red salvadora y con la conciencia tranquila. No solía pensar mucho en Dios, pero cuando lo hacía se arrepentía de cuando fanfarroneaba con la fe y las creencias religiosas. "Es como si tras la creación Dios hubiera tenido un ataque de ansiedad", había llegado a afirmar en los tiempos de vino y rosas cuando trataba de buscar una razón por las barbaridades que se esconden tras la condición humana.

Esos tiempos parecían ya lejanos. La realidad, el hoy, era un tugurio de mala muerte donde al menos tenía algo que llevarse a la boca. Sin embargo, la recomendación del telediario a los parados de rezar para reducir la ansiedad le había calado, tocaba la escasa fibra sensible que le quedaba y que todavía no se había podrido al contacto con el escepticismo.Ignoraba que la noticia era trending topic en las redes sociales, de la más leídas en los diarios digitales o que había causado una gran polémica por la presunta utilización de una cadena pública para lanzar mensajes de fe a los parados.


Tras la cena también se calentaba el gaznate con un copazo de alcohol. Bebió la copa de un trago se levantó y salió del local. Se tropezó con una silla, anduvo unos pasos hacia la puerta y le dio tiempo de pasar revista con la mirada a los inquilinos de un local por donde la desilusión campaba a sus anchas. Apenas una decena de clientes, todos perdedores de la vida. Además del dueño y benefactor, unos se apilaban en la barra mientras otro se jugaba su futuro inmediato en la tragaperras.

-¡Que Dios nos pille confesados! -soltó sin pestañear mientras tiraba de la puerta del bar para salir. Uno de los clientes levantó la copa y soltó un escueto "amén". Pero fue cerrarse la puerte y la tragaperras del bar dio el mayor premio. La insistencia del jugador, un tipo de esos que en las estadísticas aparace como parado de larga duración, que había pasado más de una hora echando monedas, tenía una recompensa de 240 euros.

-¡Milagro! -exclamó el jugador. Los demás siguieron a lo suyo.

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