sábado, 4 de mayo de 2013

El Hombre del Tiempo




Hace sol y caen algunas gotas de lluvia al mismo tiempo. Es la primavera en Madrid, al fin y al cabo. Una ciudad que tiene una luz especial. En primavera esa luz brilla más, aunque hay quien prefiera el sol en invierno. Cuestión de gustos. La incertidumbre meteorológica acompaña a la gente que esa mañana disfruta del aperitivo en una terraza. Casi todos han mirado al cielo antes de sentarse en la terraza. Temen que la lluvia les interrumpa las cañas. Los rayos de sol convencen. Es el barrio de La Latina.

Un músico callejero pone la banda sonora entre tanta conversación desenfadada al ritmo latino del Oye, cómo va. En la puerta de un bazar chino un hombre, sentado de mala manera a un lado de la entrada, pide unas monedas. Él no mira al cielo. Ni siquiera sus ojos se fijan en mi presencia. Le dejo algo de calderilla y reacciona. Levanta la cabeza y como si me adivinara el pensamiento que discurre en ese momento por mis neuronas cerebrales dice unas palabras que me sorprenden.

-No va a llover, te lo digo yo -suelta sin más.

Su inesperado pronóstico me causa un asombro repentino. No lo esperaba. Aunque lejos de tratar de entablar una conversación sobre un tema tan habitual en las conversaciones intrascendentes como el tiempo, me limito a esbozar una sonrisa y poco más.

-Esperemos -respondo con cierta desidia.

Sin embargo, ese encuentro de apenas algunos segundos me hace reflexionar. Abandono el lugar con la duda razonable, por imposible que parezca, de si la respuesta de ese hombre tiene que ver con una capacidad extraordinaria o si es pura casualidad. La reflexión tampoco dura mucho. Termina poco antes de la primera cerveza y unas bravas en buena compañía en una terraza.

Varias cañas después, alternado momentos de sol y sombra sobre nuestras cabezas, los negros nubarrones ganan la batalla en el cielo y comienza a llover. Primero unas gotas, luego el diluvio universal que obliga a la gente que estaba en la terraza a refugiarse en el interior del local. Aunque escampa pronto llegamos al convencimiento de que habrá que dejar la terracita para otro día.

Al regresar a casa, antes de tomar el Metro, paso de nuevo delante del bazar chino. Allí permanece el hombre. El agua y la humedad parecen traerle al pairo. Refugiado bajo el dintel de la puerta, en una esquina, sigue a lo suyo. Ya nadie toca música en la calle, las aceras están mojadas y las terrazas vacías. Decido acercarme para bromear y recordarle que me había dado un pronóstico fallido tras el notable chaparrón.

-¿Con que no iba a llover, eh? -lanzo a modo de reproche impertinente al hombre mientras dejo otra moneda en su gorrilla.

­Él apenas se inmuta. Levanta la cabeza y dibuja una sonrisa socarrona en su rostro antes de pronunciar unas palabras con voz grave y aguardentosa.

-Si supiera cuándo va a llover o no, o si va a hacer un día soleado, no estaría aquí mendigando. ¿Sería el hombre del tiempo, no crees?

Su explicación fue un "zas en toda la boca" en toda regla, aunque nunca podré olvidar ni esa sonrisa ni sus ojos. Esa mirada era especial, escondía un fulgor más propio de un niño ilusionado que de un mendigo que hace tiempo que dejó de esperar. Tal vez por ello, cuando definitivamente me alejé de allí no dejé de preguntarme cómo sabía el tipo la primera vez que me acerqué a él que la preocupación que rondaba mi cabeza era si iba a llover. Y todavía hoy me lo sigo preguntando. Unos días después volví a pasar por el mismo lugar. Pero el hombre del tiempo no estaba recostado en el bazar chino, no había rastro de él y el sol apretaba de lo lindo. Ese día no llovía, seguro.

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