Lo que sucedió aquella noche será muy difícil de olvidar para los ribadenses. Jamás en la historia de la villa se había presenciado algo similar, y claro, como suele suceder en este tipo de cosas, las interpretaciones y las opiniones fueron de todos los gustos. Sólo Prudencio Lupa, el más afamado de los inspectores de policía de nuestra villa, perspicaz y clarividente como ninguno, que falleció hace unos años a consecuencia de una pulmonía mientras investigaba un caso, tendría la capacidad para averiguar la verdad. Pero sin él, nadie entenderá jamás lo que sucedió la última noche de fiestas de aquel año en Ribadeo...
¿Se han fijado en la expresión de una persona que ve el mar por primera vez y que jamás se haya imaginado la existencia de tal cantidad de agua? Pues, de alguna manera eso fue lo que sucedió, unos hechos a priori increíbles y que todavía hoy muchos de los que los experimentaron buscan incrédulos una explicación mientras que las nuevas generaciones creen que sólo se trata de rumores infundados que con el paso del tiempo han crecido como una bola de nieve y que carecen de cualquier validez.
Después de animados días de fiesta y jolgorio, en los que no faltó la diversión para los niños y los más mayores, llegó el Día Grande, la Fiesta de la excelsa patrona Santa María del Campo. Por la mañana veintiún potentes chupinazos se encargaron de despertar a los vecinos de toda la comarca y de anunciar la Fiesta. A media mañana tal y como viene siendo habitual tuvo lugar, tras la Misa Solemne, la procesión con las autoridades y representaciones locales acompañada por la Banda Municipal de Ribadeo dirigida por Hernán Naval que culminó con un concierto en la Praza de Abaixo. Por la noche dos afamadas orquestas una de A Coruña y otra de Pontevedra, se encargaron de animar la velada con los ritmos más calientes del verano y con los inmortales pasodobles y boleros de siempre.
Hasta ahí fue todo muy normal, la gente llenaba el campo de San Francisco y el Cantón Moreno, así como las atracciones de Feria en las que los niños se lo pasaban como lo que son, niños. El ambiente era festivo y los encuentros entre amigos y conocidos que se veían de año en año se sucedían entre las cuatro calles, los bares de tapeo y el recinto ferial. Además de los consabidos “¡hasta luego!” de una a otra acera se repetía una de las conversaciones más habituales en este tipo de reuniones improvisadas en plena calle:
- ¡Bienvenido!
- ¡Bien hallado!
- ¿Y cuando viniste?
- Hace unos días.
- ¿Y cuándo marchas?
- Pues, en cuanto acaben las Fiestas, después del Día de la Patrona...
Pero los hechos ocurrieron ajenos a estas conversaciones varias horas después de que tuviera lugar la gran traca final que ponía punto y final a las fiestas, que llenó el cielo de Ribadeo de fuegos de artificio reflejando caprichosas formas de todos los tipos y colores en la Ría. La orquesta de A Coruña había tocado su último tema, un popurrí que ponía el broche de oro al capítulo musical. Mientras, la humedad de la noche comenzaba a penetrar en los poros de la piel de los que todavía quedaban despiertos y con ganas de juerga a esas horas de la noche. La tómbola apuraba hasta el último momento la venta de boletos para obtener magníficos regalos entre los que no faltaban las chochonas ni los perritos piloto. Dos horas después de cerrar la tómbola no quedaba en el centro de la villa más que algún que otro noctámbulo afectado por los excesos de alcohol, incapaz de coordinar sus movimientos y menos las palabras. Para colmo, se había levantado un viento frío, que apenas dejaba caminar por calles que conducen al muelle de Porcillán, dando lugar a una noche muy desapacible. Dicen que el exceso de viento está asociado a la locura y a numerosos casos de suicido, tal vez es algo exagerado. Lo que no lo es, es el viento ribadense, en especial cuando azota el nordés.
Al amanecer, el centro urbano, entre al Ayuntamiento y la iglesia presentaba un aspecto increíble. Había que frotarse los ojos para ver lo que había allí porque el parque y el Campo de San Francisco se habían convertido de manera milagrosa en una especie de Mar de Aral, el mayor lago salado de Asia que por la sequedad del clima da lugar a imágenes chocantes de barcos varados en la arena a kilómetros de la costa. Varias embarcaciones habían cambiado el amarre del Club Náutico en la Ría y estaban fondeadas en tierra repartidas sin orden ni concierto. Los primeros que presenciaron tan inusual estampa fueron unos barrenderos municipales que se pellizcaron el uno al otro para creerse lo que veían. Los policías municipales, que en un principio consideraron que los barrenderos habían celebrado el día de la Patrona más de la cuenta, tardaron un rato en creerse las palabras de éstos y tras hacerse los remolones, al final se desplazaron hasta el parque donde ya no había duda de lo que les habían dicho. Unos fueron llamando a otros y los vecinos, que tradicionalmente el día después de las fiestas tardan en desperezarse más de lo normal, asistieron entre incrédulos y boquiabiertos al espectáculo. Todos comenzaron a preguntarse cómo era posible que los barcos estuvieran allí y quién había podido trasladarlos, pero las respuestas lógicas a estos dos interrogantes eran difíciles de encontrar.
Muchos pensaron, entre ellos algunos de los afectados, que se trataba de una broma pesada que alguien les había jugado, pero... Nadie había escuchado ni oído nada y los que no se habían acostado esa noche durmiendo su borrachera en los alrededores del Ayuntamiento tampoco pudieron ofrecer un testimonio fiable a los policías municipales que se personaron en el parque para ver el improvisado puerto en el que se había convertido el centro urbano.
La embarcación mallorquina de Leopoldo Calvo-Sotelo estaba amarrada junto a una palmera. Abarloada a ella e inmóvil sin el balanceo del agua se encontraba el Esfrán de Abelardo Lombardero que fue uno de los primeros en advertir que su lancha no se encontraba en el amarre habitual cuando a primera hora de la mañana, con la primera luz el día, había bajado al puerto para salir a pescar. A unos metros de allí y junto a la cafetería restaurante que fue fundada por el padre de su esposa, se distinguía el Torbas II, de Antonio ‘el de Mediante’, un hombre afable pero como buen asturiano, de carácter fuerte, en especial cuando se trata de asuntos relacionados con la mar, y a quien no le gustó nada ver a su embarcación en semejante situación. “Esto es cosa de mi hijo y sus amigos”, pensó malhumorado en el primer momento, cuando su amigo Abelardo le despertó airado y con el rostro desencajado para comunicarle que su lancha tampoco estaba en el amarre habitual del Club Náutico. Dos conocidos barcos de vela latina, el Airiños de Antonio de la Atalaya y el de Ernesto Cruzado navegaban de bolina en un mar de césped y tierra junto al monumento dedicado a El Viejo Pancho, situado frente a la Casa Consistorial. Así hasta un total de doce embarcaciones entre las que también se encontraban la motora de Tino, Castaño; la Lela, propiedad de Rajal, el ex Patrón de la Cofradía de Pescadores; y el Nanalú, yate del prestigioso ingeniero de caminos y ribadense de corazón, José Calavera, que ese día con un monumental enfado se tuvo que quedar en tierra sin poder salir a pescar marrajos, tal y como había previsto.
Las autoridades municipales, ante la envergadura de la inexplicable situación y tras convocar un pleno de urgencia en el Ayuntamiento, decidieron como primera medida acordonar la zona y poner el hecho en conocimiento de la Xunta de Galicia, que envió a un equipo de expertos para analizar los hechos y tomar las primeras medidas.
Ribadeo se convirtió de la mañana a la noche en capital informativa de primer orden y los telediarios nacionales abrieron con esta noticia. Algunos medios de comunicación fueron un poco más allá, y a cambio de pequeñas sumas de dinero consiguieron sensacionales e increíbles revelaciones para dar un pequeño toque amarillista, suficiente para traspasar la mera información y convertirse en espectáculo mediático.
La Comarca del Eo, cuya crónica fue escrita por Dionisio Franco, siempre al pie del cañón informativo, se agotó a las pocas horas de salir a la calle y otros periódicos como La Voz de Galicia, El Progreso, La Nueva España y La Voz de Asturias sacaron a lo largo numerosas ediciones, y siempre trataban de aportar respuestas a los numerosos interrogantes. La Plaza de España se convirtió en un improvisado estudio de televisión desde donde todas las cadenas hicieron conexiones especiales en directo y tampoco faltó Internet, la red de redes, que ofreció imágenes a través de sus páginas y abrió un foro de debate mundial a través de varios chats y canales.
En Ribadeo todo eran dimes y diretes. Para algunos, todo se trataba de una broma juvenil como la que acaeció a principios de la década de los cincuenta cuando en la Noche de San Juan apareció un bote colgado del campanario de la Iglesia Parroquial de Santa María del Campo. Entonces un grupo de jóvenes subió desde el muelle con la ayuda de una rodillos y cabos esa pequeña embarcación que consiguieron alzar hasta lo alto del campanario con una polea. No hace mucho y también durante la Noche de San Juan, el bote del Club Náutico aparecía fondeado en el tenderete de música del Campo de San Francisco. Al fin y al cabo, la noche más larga del año se celebra de muchas maneras en el mundo debido a su profundo significado y esta no es más que una tradición y las tradiciones son para perpertuarlas.
Pero estas gamberradas al lado de lo que estaban presenciando no eran más que un juego de niños. Entre las versiones, las hubo de todo tipo e incluso alguno relacionó este hecho con los temblores de tierra que se habían producido en la zona y que coincidían con los avistamientos de ovnis en Ourense. Incluso no faltó quién afirmó haber visto hombrecillos verdes, de casi dos metros y con manos de tres dedos...
Poco a poco, con el paso de los días, todo fue regresando a la normalidad y los propietarios de las embarcaciones, que seguían sin encontrar una explicación física, se conformaban con verlas de nuevo flotando y navegando en las aguas de la Ría, ya que apenas sufrieron daños de consideración excepto algunos arañazos en los cascos. Lo único a lo que todavía no han conseguido adaptarse es a las continuas bromas y referencias de los marineros del muelle, que no dejan de preguntarles por los calamares y las robalizas del... parque.
Desde entonces, nada es igual en Ribadeo y un grupo de inquietos jóvenes, espoleados por lo ocurrido, equipados con potentes cámaras de vídeo digitales y sensores de calor, continúan investigando muchas noches entre las callejuelas que rodean la Plaza de Abaixo. En especial, las noches de nordeste, ese viento tan ribadense en el que ellos esperan encontrar la clave de lo sucedido y que según sus teorías, transportó como hojas de papel las embarcaciones a través de calles como El Viejo Pancho, Amando Pérez, Trinidad o Ingeniero Schultz.
Aunque hasta ahora no han visto nada, todos tienen una cualidad que les evita desfallecer: ilusión. Muchas noches, cuando Ribadeo duerme se pueden ver sus sombras, apostados en portales y rincones de la zona vella. Para algunos vecinos, esta iniciativa no se trata más que de una locura, para otros, una simple pérdida de tiempo, pero ellos confían en averiguar lo que ocurrió aquella noche en la que terminaron las fiestas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario