sábado, 4 de agosto de 2007

Cocos.com



La mañana discurría en el Ayuntamiento con la tranquilidad habitual de un día de Septiembre, previo al inicio de las Fiestas Patronales en honor de la Patrona de la Villa, Santa María del Campo. Todo estaba preparado para que las últimas fiestas del siglo XX dieran comienzo y se desarrollasen con el esplendor y la pompa habitual. Para ello no se había reparado en gastos y en las calles de la villa ya se vivía ese sabor especial previo a los días más grandes de todo el año. Pero fue precisamente esa mañana, cuando a pocos kilómetros de allí, se acercaba por la carretera general, procedente de Santiago de Compostela, Xaime Viaño, el único hombre en la Tierra que podría acabar por adelantado con las tradicionales fiestas debido a su exceso de celo o como a él le gustaba decir porque “cumplo es-cru-pu-lo-sa-men-te con mi trabajo”. No obstante, era su frase favorita y los que trabajaban con él en el departamento de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia lo sabían muy bien porque era una expresión que su boca repetía una y otra vez. Su pasión por el orden la llevaba demasiado lejos y siempre presumía de ser insobornable e incapaz de hacer la vista gorda a la mínima deficiencia que detectase.
“La Ley es la Ley y mi obligación es hacerla cumplir en todos los ámbitos para salvar nuestro planeta”, le dijo una vez a un viticultor de Barco de Valdeorras al que impuso una sanción ejemplar por detectar tinta no homologada en la etiqueta de denominación de origen. Su vida y su modo de ser impregnaba todo lo que le rodeaba. Su celo llegaba a tal extremo que sólo vestía ropa de marca, ya que según él no era una cuestión de prestigio ni de dinero, se trataba sólo de seguridad porque todas las prendas que usaba habían pasado las correspondientes pruebas de calidad que acreditaban las marcas. Lo mismo le pasaba cuando acompañaba a su esposa al hipermercado. Revisaba uno por uno todos los productos, desde el código de barras, al embalaje, etiquetado y por supuesto, la fecha de caducidad. No quería que le dieran gato por liebre y siempre dejaba rastro de su presencia en las hojas de reclamaciones en los establecimientos que se dignaban a tenerle como cliente.
De esta manera, Xaime Viaño llegó hasta el pazo consistorial ribadense, aparcó su vehículo y se dirigió de inmediato al despacho del concejal de Medio Ambiente, Francisco Rivas. La presencia de Viaño no le pilló de improviso al edil porque le esperaba después de la comunicación escrita que le había enviado unos días antes anunciándole su visita, aunque por supuesto ignoraba los antecedentes profesionales de Viaño y lo que iba a ocurrir tras su llegada a la villa. No obstante, su presencia no le era del todo agradable porque todo estaba listo para que los días de alegría y fiesta dieran comienzo, de modo que nadie podía ahora buscar deficiencias en la organización. “Será como todos, hará dos preguntas, pondrá un sello de la Xunta y se marchará”, -pensó inocente Francisco Rivas.
Viaño le dijo que su presencia en la villa sería lo más breve posible y que una vez que revisara todo lo concerniente a los elementos que se iban a utilizar durante la celebración de las inminentes Fiestas Patronales, dejaría Ribadeo. El concejal, que no entendía muy bien las razones que llevaban a un subinspector provincial de la Conselleria de Medio Ambiente a llevar a cabo ese tipo de inspección, se limitó a escucharle y a ofrecerle toda su colaboración, confiado en que el proceso acabaría pronto. Sin perder tiempo, Viaño quiso conocer los detalles de la iluminación, los foguetes así como los cabezudos, el coco y la coca...
Pasadas unas horas, en las que libreta en mano escribió varios apuntes, el subdirector provincial regresó al Ayuntamiento para reunirse con el edil de medio ambiente porque tenía algo muy importante que decirle acerca de su reciente inspección visual.
-Mire, -comenzó- todo está en regla excepto una cosa, la pintura de los cocos y de los cabezudos mucho me temo que no es la que se ajusta a la normativa y puede ser perjudicial para el medio ambiente. De manera que... no voy a tener más remedio que impedir la salida de los cocos y los cabezudos mientras no subsanen el error.
Rivas se quedó atónito, petrificado y sin respuesta al escuchar las palabras de Viaño y tuvo que pedirle que repitiera lo que acababa de decir porque quería estar seguro de lo que sus oídos habían escuchado.
-Sí, ha escuchado bien -prosiguió Viaño- sus cocos y sus cabezudos llevan una pintura que puede afectar a la salud de las personas porque a la espera de los análisis que yo mismo voy a efectuar y previos a los definitivos, creo que incumplen la normativa del decreto 1116/97, de 2 de abril, por el que se aprueba el tipo de sustancias para la mezcla de pinturas de color. En otras palabras, sus cocos y sus cabezudos quedan en cuarentena hasta nueva orden y mientras no esté seguro de que son inofensivos para la salud no pueden salir por las calles.
-Me está tomando el pelo, verdad? -contestó Rivas.
-No, ni mucho menos... si es que el material plástico ni siquiera cumple el requisito ISO 9002 de AENOR. Además contésteme. ¿Usted qué prefiere, unas fiestas sanas y seguras o un Chernobil en potencia por las calles de la villa?
-Mire, no sé si esto es una broma de esas para la tele, con cámara oculta y esas cosas en las que al final sale una chica de detrás de la puerta con un ramo de flores, o no. Pero me da igual. De momento espere aquí que voy a avisar al alcalde para que le cuente todo esto.
Jose Carlos Rodríguez Andina, alcalde de Ribadeo, se presentó de inmediato en el despacho de su concejal, al advertir el tono de nerviosismo que tenían las palabras de éste. A continuación, el subinspector provincial de Medio Ambiente, repitió una por una todas las palabras que le había dicho al concejal. Andina se quedó sin habla tras escuchar la exposición de los hechos de Viaño. “Con los problemas que tengo a diario, ahora me viene este… con una historia así” –penso para sí Andina. No podía dar fe de lo que sus oídos acababan de oír y tras volverse hacia Rivas se limitó a preguntar qué clase de broma o farsa era esa.
-No, que no es una broma –insistió Viaño-. Si no subsanan las deficiencias sus fiestas patronales se quedan sin gigantes y cabezudos. Voy a quedarme aquí esta noche para hacer unos análisis de las partículas de sustancia plástica que he seleccionado. No quiero presumir, pero les aseguro que nunca, nunca me equivoco en mis vaticinios. ¡Ah!, y no olviden una cosa yo sólo cumplo es-cru-pu-lo-sa-men-te con mi trabajo.

Dicha su expresión favorita Viaño salió del consistorio y tras subirse en su vehículo se dirigió hasta el hotel Bouza, situado frente a la Plaza de Abastos, donde iba a analizar durante la noche las muestras con su laboratorio portátil -siempre lo llevaba encima- y a pasar la noche. Si el resultado era positivo, como él estaba seguro que iba a ser, enviaría la muestra a los laboratorios de la Xunta en, Santiago para confirmar su resultado, y se encargaría de que se hiciese efectiva la orden de mantener en cuarentena a los cocos y los cabezudos.



Por su parte, el máximo representante del ayuntamiento convocó de manera urgente a todos sus concejales para analizar la situación en un gabinete de crisis y buscar cuanto antes la salida más apropiada a la situación. Después de debatir en el salón de plenos del consistorio hasta bien pasada la medianoche, llegaron a la conclusión de que el tal Viaño no iba a cambiar de idea y que tampoco había tiempo material para hacer un arreglo de urgencia a los cocos y los cabezudos, los cuales a la espera de salir a la calle en los días de fiesta, permanecían ajenos a todo el follón burocrático en las dependencias municipales.

A la mañana siguiente, a primera hora, el alcalde llamó al propio conselleiro de Medio Ambiente para comunicarle la situación, pero éste no ofreció ninguna respuesta satisfactoria.
-Sí, ya sé que Viaño cumple la ley a rajatabla pero de momento no puedo hacer nada. Hemos tenido más de un problema con él pero nunca se atiene a razones ni soluciones prácticas. Para él, o es blanco o es negro. Si supieras la cantidad de quejas que hemos tenido por su culpa... pero no podemos hacer nada. Cuando le nombramos para que se encargara de verificar las normas medioambientales en las fiestas de los pueblos y ciudades de Galicia jamás llegamos a pensar que lo haría con tanto celo, ha pasado por tantos departamentos que no sabemos que hacer para jubilarle. No puedo expedientarle ni apartarle del servicio sin más, necesito una razón, una denuncia formal. Algo, ¿me entiendes?
- ¡Claro que te entiendo! Pero, ¿no es suficiente que se cargue unas patronales por una gilipollez? -espetó airado Andina.
-Lo sé, lo sé, pero todo tiene su conducto. Hablaré con don Manuel... a ver qué podemos hacer pero ya sabes el carácter que tiene y molestarle por una cosa así. No se.
Mientras tanto, Viaño había comprobado durante la noche que la pintura utilizada durante el lavado de cara de los gigantes y cabezudos no era la políticamente correcta. En otras palabras, para él era causa suficiente para abrir un expediente e inmovilizar a los muñecos hasta que no fuera subsanada la deficiencia. Tras redactar su informe y de sellarlo, se dirigió al ayuntamiento con el objeto de que lo registraran en la entrada de documentos e iniciar los pertinentes trámites burocráticos.

Sin embargo, la noticia había corrido por todos los bares, tabernas, tiendas, asociaciones y mentideros del pueblo y se llegaron a oír versiones para todos los gustos. Esa misma mañana, la Comisión de Fiestas, el párroco, don José, todos los grupos municipales y representantes de vecinos y sociedades de la villa se dieron cita en una tumultuosa reunión para analizar la situación. Andina informó de su conversación con el conselleiro y explicó como estaba el asunto.

- Una cosa está descartada. No tenemos tiempo para arreglarlos. Mañana tienen que salir, si no, ¿cómo se lo explicamos a los niños del pueblo?, preguntó con gesto de preocupación uno de los vecinos.
- Arreglar, ¿el qué? -dijo Jose Luis El Choli-. Hace poco más de dos años los reformamos y están perfectamente pese a lo que diga un tipo estirado... si le parece bien a ese payaso hacemos una petición a Foz o a Mondoñedo para que nos dejen los suyos... Me niego, llevo años portando el coco y no lo voy a permitir Antes de eso le rompo la crisma...
-Calma, calma, señores. Seguro que hay una manera divina de arreglar las cosas, sin tener que recurrir a la violencia – afirmó don José, el párroco.
-Claro, amarrarle un risón a los pies y tirarlo a la ría...
-No, hombre no, - afirmó otro vecino en tono conciliador- tengo una buena amiga en un divertido y desenfadado local de Jarrio, con una par de... que seguro que es capaz de hacerle entrar en razón. Por hacerme un favor se la levanta a un muerto...
- Pero, qué bruto eres. Aunque claro, si el Señor quiere que sea así, no conviene llevarle la contraria- señaló el párroco.
- Salgamos a la calle a manifestarnos, vayamos a la puerta de su hotel a protestar. Podríamos estar allí sin dejarle salir hasta que cambie de idea- apuntó otro vecino.

El alcalde y todos los miembros del consistorio estaban desbordados por los acontecimientos y mientras se sucedían las opiniones de los vecinos, a cuál más variopinta, a ellos sólo les quedaba la opción de tratar de arreglar la situación de una manera legal. La misma ley que permitía hacer eso tenía que ofrecer los mecanismos para al menos dejar en suspenso la sanción, o un vacío legal que anulara el expediente.

Las horas fueron pasando y no se llegaba a ninguna conclusión pese a que desde el consistorio los teléfonos no dejaron de sonar en toda la tarde y noche. Por fin, una delegación del Ayuntamiento encabezada por el alcalde, sus concejales de Cultura, Medio Ambiente y Tráfico, Manuel Valín, Paco Rivas y José Duarte, respectivamente, acompañados por el portavoz socialista, Ramón López, y el diputado del BNG, Eduardo Gutiérrez se encaminó hasta el hotel donde se hospedaba Xaime Viaño. Llevaban una petición formal en la que se comprometían a subsanar las supuestas deficiencias una vez pasadas las Fiestas Patronales si les dejaba salir al día siguiente. No había otra solución legal para arreglar el problema y confiaban en los buenos sentimientos de aquel hombre que con su insignificante poder era capar de poner patas arriba un pueblo, eliminando a golpe de sello medioambiental los elementos más significativos de las celebraciones. Pero, tras el primer intercambio de palabras, la delegación municipal comprendió que no había nada que hacer, al menos por el cauce legal porque la conversación se fue calentando de tono y la reunión terminó con amenaza de denuncia por intento de chantaje a un funcionario público. Sin duda, Viaño había perdido los papeles y lo que los ediles municipales pretendían era sólo que llevase a cabo la inspección de los gigantes y cabezudos una vez terminadas las fiestas.

A la mañana siguiente, a las doce en punto un grupo de gaiteros salía del ayuntamiento precediendo al coco, la coca y los gigantes. Todos los grupos municipales, en la única vez en varios años de legislatura que habían acordado un punto por unanimidad, decidieron que pasara lo que pasara, nada ni nadie iba a impedir que las fiestas se desarrollaran con normalidad y en ella estarían el coco, la coca y los cabezudos.

A la espera de encontrarse allí con Viaño estaban todos dispuestos a asumir su responsabilidad y las consecuencias que de su decisión se derivaran. Pero, de momento no fue necesario porque Viaño, no apareció. O más bien sí. El cabezudo que más agradó a los niños aquella mañana del 8 de septiembre, no dejaba de moverse de un sitio para otro. Era el más activos y el que arrastraba un aire más cómico de todos. Cruzaba la acera sin cesar, dando tumbos como si estuviera borracho. Y más bien así era, la noche anterior Fran Bouza se había encargado de que el subinspector revisara una buena parte de las botellas de ron de su establecimiento por si alguna de ellas no cumplía la normativa legal. Y Viaño demostró ser todo un profesional... Incluso a la hora de pasar, a instancias de El Choli, una última inspección de rigor a los cabezudos, tanto externa como interna, cuando el sol ya había salido, sin acostarse y después de pasarse toda la noche bebiendo, Viaño demostró que su amor al trabajo está por encima del ocio…
Antes de que el desfile de los gigantes y cabezudos llegara a su fin, se recibió una llamada en el Ayuntamiento, en cuyo interior permanecía personal de guardia. Nada más escuchar lo que le decían a través de la línea telefónica, el receptor de la llamada corrió en busca del alcalde que junto con otras autoridades locales presidía el desfile.
-Era un tal don Manuel, y preguntaba por el tipo ese, Viaño. Dijo que no le podían localizar...
-Bueno, creo que a Viaño ya le hemos localizado nosotros y que mañana no se acordará de nada. Hemos cumplido "es-cru-pu-lo-sa-men-te" con nuestro deber- concluyó el alcalde.

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