Un día conocí a un tipo que presumía de haber sobrevivido a Ratón. Ese toro, que se forjó una leyenda negra dando cornadas a diestro y siniestro en encierros, murió hace unos meses. Recuerdo que el hombre me hablaba de Ratón con emoción y nostalgia. El solo nombre del morlaco asesino disparaba su adrenalina tanto como las veces que se había plantado ante él. Presumía de haberle mirado a los ojos en varios encierros, de un fuerte revolcón y de haber esquivado la muerte en un par de ocasiones a escasos centímetros de sus cuernos.
-¡En Xátiva toqué a Ratón! -proclamó alzando la voz, con orgullo y un desplante torero a la altura de Manolete en busca del aplauso del respetable. Ya cansado de su bravata le respondí que tenía más simpatía por Copito de Nieve que por el toro asesino y su negra leyenda. El comentario le causó un visible desagrado y hasta me reprochó que le vacilara. Pero era verdad.
El único gorila blanco del mundo, que pasó a mejor vida hace unos años, me fascina más que un toro que convierte en guiñapos a los inconscientes que pilla. Igual algún día la ciencia explica el porqué de la mala leche de ese toro, al que echarán de menos en muchos encierros. El reciente descubrimiento que ha puesto de actualidad estos días a Copito de Nieve es lo que me hace recordar ahora esa anecdótica conversación tabernaria con el admirador del mítico Ratón.
Lo que la ciencia aclara es por qué ese famoso gorila era albino. El descubrimiento pone las cosas en su sitio y explica lo inexplicable durante décadas. Unos científicos catalanes acaban de descubrir que Copito de Nieve era albino por el incesto entre el tío y la sobrina. Así contado parece difícil imaginar la endogamía como práctica habitual en la selva de Guinea Ecuatorial, lugar de origen del famoso gorila. Pero así fue. El genoma de Copito ha revelado la causa de su color blanco. Esa característica le hacía único, simpático y entrañable. Aunque era un gorila, se mire por donde se mire.
A decir verdad, solo conozco otro gorila que me despierte el mismo interés, aunque sea de ficción. Se trata de King Kong, esa celebridad cinematográfica elevada a la categoría de monstruo y cuya historia es un giro más de algo tan clásico como la bella y la bestia. A diferencia de ese gorila gigante con mal de amor, Copito de Nieve vivió la vida padre en el zoo de Barcelona rodeado de cariño y admiración. De hecho, fue la estrella del zoo durante décadas. Y ahora, más que nunca, es cuando lamento no tener ni una foto al lado del único gorila blanco del mundo. Aunque nunca se me hubiera ocurrido tocarle y menos para presumir.
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