viernes, 9 de abril de 2010

La clave de la sonrisa


No nos damos cuenta y lo asumimos con la naturalidad que la capacidad de la memoria lo permite. La cosa es que todo lo que nos rodea en esta sociedad de la información está lleno de claves y combinaciones secretas. Me temo que un día me quedaré en la calle a dormir porque confundo la contraseña de la alarma con la del acceso a la cuenta de Facebook. En mi caso me gustan más las claves telúricas y profundas, adornadas por leyendas de caballeros templarios y fantasías animadas, que las que dan acceso al ordenador, aunque sea a ese revolucionario Ipad, o como se llame. Me atraen más las que llevan año rondando por mentes privilegiadas y que siguen sin tener respuestas definitivas. Son las que alimentan también las teorías de la conspiración, mucho más sugerentes que la triste rutina. Qué si hay vida después de la muerte, que si no estamos solos en el universo, que si la sábana santa es un fraude o que si la Isla de San Borondón aparece y desaparece en la lontananza atlántica tal y como cuenta una vieja leyenda que conocen los canarios y que tanto me recuerda la de Perdidos... La verdad es que éstas son las cosas que me interesan y para las que no hay clave ni servidor informático alguno que valga. Nadie me podrá resolver en la vida terrenal con la precisión de un alquimista y la evidencia de un científico estas incógnitas. Pero alimentan el espíritu mientras que las otras, las de andar por casa sólo nos hacen la vida más fácil, aunque a veces, por eso de la memoria o los fallos técnicos, nos la complican. Destinamos gran parte del disco duro de nuestros cerebros a almacenar códigos que nos garanticen una existencia más segura en esta sociadad del bienestar. Gastamos memoria para saber cómo entrar en el correo electrónico, sacar dinero de un cajero, poner el pin del teléfono móvil o abrir el candado de la maleta, pero todo para protegenernos de la amenaza invisible de nuestra vida de colorines. Si seguimos así, entre tantas normas y códigos cifrados, llegará el día en que levantarnos de la cama dependa de un código que nos estimule. Hace unos días la clave del sumario del caso Gürtel trajo de cabeza a abogados, procuradores y periodistas. Durante largas horas, incluso días, era la clave del deseo, el código que abría las puertas al sumario del choriceo patrio de talla XXL. Pero no me hizo feliz. A estas alturas, visto lo visto con el Gürtel, también sonrío cuando recuerdo la palabra Rosebud, como hizo el magnate de Ciudadano Kane antes de estirar la pata.

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