viernes, 23 de abril de 2010

Aeropuerto 2010


Las vidas invisibles, que son las que hacen que el mundo se mueva y casi nunca hacen ruido, salvo que se vean alteradas en momentos puntuales, tienen tanto interés como los reportajes de las tribus intactas y ajenas a la civilización que rescata el National Geographic. La cosa es que los aeropuertos están llenos de vidas anónimas, personas que tienen mucho que enseñar y escasas razones para palidecer, pero que en algún momento también actúan como una tribu. La tribu a la que me refiero no está formada por caníbales, ni por habilidosos trepadores de árboles unidos a la pachamama, ni seres que prescinden de la necesidad de adaptar su ritmo a la vida con el mismo ansia que el llamado mundo civilizado. Es la tribu de los aeropuertos, una población tan nómada como los tuaregs y tan hambrienta como los masai, pero con roles dignos de estudio cuando falla el sistema. No es la primera vez que en esta columna escribo que me gustan los aeropuertos. Prefiero viajar, sin duda, pero pasar una tarde (y casi una noche) en un aeropuerto estimula la imaginación. Es participar de una ilusión sin la necesidad de hacer cola para facturar, ni medir ni pesar la maleta para que el low cost no se salga de presupuesto y sin tomarse tranquimacines antes de subirse al avión. La vida en los aeropuertos es lo que más se parece a un Estado ideal. Todo el mundo es de alguna parte, va y viene, pero no importan ni los colores ni las nacionalidades. Es un mundo que está lleno de esas vidas anónimas e invisibles. Abres los ojos y en tu campo de visión aparece la globalización casi en su estado más puro. La cosa es que la nube volcánica procedente de Islandia ha vuelto a dejar al descubierto la fragilidad de las sociedades avanzadas. Con centenares de vuelos cancelados y miles de viajeros atrapados en los aeropuertos las historias humanas son las que sirven para replantearse las cosas. En el caos es donde surge la necesidad de organizarse y eso es lo que muchos demandaban en las terminales de los aeropuertos. Es algo humano y siempre surge alguien con madera de líder. En la última odisea aeroportuaria hablé con un tipo que su mayor temor era que se militarizara la espera. Imaginé varias unidades armadas, música castrense y todos en fila de a uno al grito de ¡Arr! Mientras los taxistas hacían cálculos en los aparcamientos de las terminales de lo que cobrarían por llevar a Cherburgo a una pareja desesperada lo que me planteo es si es sólo la nube volcánica la que impide ver las pistas de aterrizaje desde el aire o es que hemos perdido la capacidad de adaptarnos a otros ritmos en la vida.

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