viernes, 16 de abril de 2010

Garzonófilos


El espectáculo que se está dando a raíz de las decisiones de los señores que se ponen togas y están llamados a impartir justicia es de órdago. Ahora parece que los jueces también tienen bandos, reaparecen las dos españas, en forma de garzonófilos y garzonófobos mientras la tercera, silenciosa, observa atónita lo que está ocurriendo. Hasta atraen la atención de los medios norteamericanos, que se preguntan por quién doblan las campanas en la estatua de la justicia española, a la que algunos quieren quitarle la venda de los ojos. The Wall Street Journal defiende el juicio a Garzón por un presunto delito de prevaricación, al investigar sin ser competente las desapariciones durante el franquismo. Unos días antes The New York Times defendía justo lo contrario bajo el título de Una Injusticia en España. Lo descorazonador es ver a un juez sentado en el banquillo por la actuación de otro juez, pero aquí no se juzga el franquismo. Garzón no es un prevaricador, aunque se crea que se puede poner el mundo por montera y empurar al Pinochet de turno. Jurisdicción universal lo llama. Garzón se equivoca en las formas y ha conseguido convertirse en un icono de las libertades progresistas. Dentro de poco, como sigamos así, la imagen de Garzón aparecerá junto a la del Che. Pero las cosas no se hacen así. El desafortunado acto celebrado en la Universidad Complutense, convocado con apoyo de los sindicatos y con ex fiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo en plan Walker Texas Ranger, acusando a los jueces del Supremo de “cómplices de las torturas del franquismo”, demostró que algunos tienen ansias de desahogo, y lo adornan con banderas tricolores y bajo el grito de No pasarán, que para eso al día siguente se celebraba el aniversario de la proclamación de la República. El apoyo a Garzón era una excusa y se convirtió en una trinchera republicana. Politizar el dolor de los familiares de las víctimas, que tienen el derecho a encontrar a sus seres desaparecidos, no es de recibo. Si hay que juzgar al franquismo, que se haga, pero no por el protagonismo de un juez, que presuntamente ha hecho las cosas mal, sino con las leyes en la mano. La separación de poderes en España parece una ilusión teórica y algunos políticos, que hoy alcanzan cotas máximas de descrédito, son los que se empeñan en controlar el poder judicial. Si no fuera porque Alfonso Guerra dijo aquello de “Montesquieu ha muerto” igual hasta creería a los garzonófilos. Pero aquí no se juzga el franquismo, sino si el juez actuó correctamente o no.

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