domingo, 21 de febrero de 2010

Escalera de retranca

La retranca sale estos días de vinos por las calles de Lugo. En la ciudad bimilenaria ya se sabe que también se puede morir de éxito. Se han quedado sin su más ilustre vecino putativo, Jaime de Marichalar, ex Duque de Lugo. Su apellido noble y su cuento de príncipe no ha tenido final feliz. Ya no sale ni en la foto. Ni siquiera detrás de un burladero inmortalizado en cera. Con su divorcio ha firmado su expulsión del paraíso terrenal, y su primogénito ya será más Felipe que Froilán. Al menos, lo que se comenta entre vinos y tapas es que el duque ha muerto (metafóricamente, claro) de éxito, entre esencias de Loewe y pasarelas de pret à porter. En el escalafón hacia el cielo ya hay pretendientes. En este caso, hay dos. Ambos han correteado en sus años mozos junto a la maravillosa muralla romana de Lugo. Cuando les llegue la hora también podrán morir de éxito. Depende de ellos. Pepiño ha dejado de ser Pepiño para ser José y Goya habla gallego ante los señores de Castilla. José Blanco y Luis Tosar son gallegos, pero de los que suben escaleras. Rompen el tópico de encontrarse a un hijo de Breogán en una escalera y no saber si sube o baja. Ello van hacia arriba. No han llegado a la azotea, pero cotizan al alza. El ministro de Fomento es el peso pesado del Gobierno de Zapatero. Es el que llevará la voz cantante de esa troika socialista anticrisis que se sentará con la oposición para tratar de arreglar el desaguisado de la economía. Hasta hace poco era poco menos que “el tonto de la clase”, Pepiño el de Lugo,… y ahora el ministro Corbacho reconoce en los pasillos del Congreso que Blanco “es el futuro” y hasta Esperanza Aguirre baila con él. Es el factótum del socialismo. La política no es más que una inmensa representación teatral donde casi nada es verdad ni es mentira. Un día te dan hasta en el cielo de la boca y a la noche siguiente duermen con su enemigo. Blanco, ni Pepiño ni Pepe, lo sabe. Tal vez porque sólo los gallegos manejan la retranca como nadie. Otro lucense, Luis Tosar, sube los escalones de dos en dos. Mantiene el espíritu crítico desde que pisó las tablas para representar La lección, ese clásico del teatro del absurdo de Eugene Ionesco. La última clase la dio él. Consiguió que el cabezón de Goya, por maño y por tamaño, hablara gallego en la noche de la alfombra roja del cine español. La estatuilla descansará en la vitrina de la casa familiar del actor en Lugo y seguro que Goya se animará pronto a salir de vinos por Lugo con Cunqueiro.

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