Mi derrota patológica
Tengo una duda. ¿El Barcelona llegó a temer en algún momento por la victoria en el Palau ante el Estudiantes? ¿El equipo de Xavi Pascual está en ese punto que es capaz de controlar a un rival bajo la ley del mínimo esfuerzo?
El Estudiantes luchó hasta el final y si Germán Gabriel llega a meter un triple a un minuto y medio del final tal vez el Barcelona se hubiera salido del guión. Pero ni entró el tiro ni el Barcelona cambió de ritmo en un apasionante partido. Los colegiales no bajaron los brazos, remontaron 14 puntos de ventaja, fueron los amos (o casi) del rebote y mostraron una intensidad defensiva digna de elogio. Y aún así, perdimos.
Tengo que confesar que frente al Barça siempre he padecido cierta patología. Con el Vademécum en la mano lo llamaría derrotismo y si visito alguna vez al psicoanalista me lo haré ver. Me explico. Desde los años de Antoni Serra o Aíto en el banquillo del Barcelona, con monstruos como Epi, Solozábal, De la Cruz o Chicho Sibilio, entre otros, el derrotismo se me aparece y me nubla. En el añorado Magariños más de una vez los colegas dementes comentamos que el Barça era superior y que para ganarles no bastaba con jugar al límite.
El recuerdo de la liga perdida en 2004 en el Palau, tras una serie histórica, no me consuela. Así las cosas, los colegiales hicieron un gran partido el sábado, las defensas alternativas dieron resultado pese a más de algún clamoroso despiste, pero no fue suficiente para ganar. Al final, Pascual pide los tiempos cuando hay que hacerlo (encajó un 0-9), llega Basile y te clava los triples de rigor en el momento justo, Mickeal te fulmina desde la equis que tiene pintada en el parquet, Lorbek ni se inmuta... y a casa con la cabeza bien alta. Pero derrota, al fin y al cabo. Y eso que Navarro no metió ni un sólo punto y Ricky Rubio no tuvo una de las mejores tardes de su carrera. Aquí, en equipos como el Regal Barcelona, es donde se ve eso de la profundidad de banquillo y cuando el proceloso mundo de las rotaciones cobra su sentido.
Al menos, me quedo con la intensidad de los duelos entre Popovic y Frán Vázquez, que se pegaron con sus padres en la zona. O el duelo entre Basile y Lofton, que en el tercer cuarto llevó el partido a otra dimensión. Mientras Pancho Jasen hacía equipo en el banquillo, reservándose para la Copa del Rey, el de siempre, Carlos Suárez, tiró del carro con Clark en esos momentos del primer y segundo cuarto en los que el partido no se decide pero un bajón puede acabar con veinte puntos abajo en unos minutos y romper el encuentro.
Habrá que esperar otra oportunidad. Pero copnviene que algunos no olviden que en esto del baloncesto confiarse sale caro. La Copa siempre es propiciatoria.
Rebote. Ya que hoy me ha dado un poco por la nostalgia, cuando veo jugar a Pete Mickeal me acuerdo de Russell. Ambos son zurdos y tienen la misma elegancia en la cancha. Ahora, me quedo con el neoyorquino David Russell. Inolvidable.
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