jueves, 27 de noviembre de 2008

Un viaje a tiros

Estos días de finales de noviembre y principios de diciembre los va a tener que marcar en rojo Esperanza Aguirre en su agenda personal. Nada como el color rojo para advertir de los peligros. Puede que tenga que hacer caso a su jefe de gabinete y decidirse a poner un antideslizante en la ducha de su casa, porque con los sustos que se lleva parece que cualquier medida de prevención no será desmedida. Dos de dos, que dirían los amantes de la estadística, y sin rasguño alguno, al menos visible porque los que esconden los calcetines que lució ayer con zapatos de tacón no dejaron ver las heridas que le pudo provocar salir descalza del hotel de Bombay, en medio de una ensalada de tiros, y pisando charcos de sangre. Pero si hay heridas que duelen son las internas, las que están cerca del alma, esas que se dibujan como surcos en el registro interno de los sentimientos a fuerza de sobresaltos. Las situaciones límite pasan factura y nada como dejar que baje la adrenalina y recuperar el pulso de los biorritmos para pensar en el drama que vivieron en Bombay la presidenta Aguirre y todos los miembros de la delegación madrileña que le acompañaban. Cansada, con la emotividad a flor de piel y bien arropada por su familia, los miembros de su gobierno y altos representantes de PP, Esperanza Aguirre relató en primera persona el que fue, probablemente, uno de los días más largos de su vida. Aguirre, con el arrojo que da sentirse en casa, en el kilómetro cero de a Puerta del Sol, expresó en sus sentidas palabras algo tan humano como la tenue línea que hay entre la vida y la muerte. Lo peor que tienen estas situaciones, cuando uno ya se encuentra a salvo, es pensar en los que no lo están. Aguirre pudo salir pero en Bombay permanecen aún once personas de la delegación madrileña de empresarios, que cuando comenzó el ataque salieron del hotel y fueron retenidos por la policía en un malecón junto a la playa. Por eso no es extraño que proclame que “necesito ver a todos en Madrid para estar completamente tranquila”.
La presidenta regional ya sabe lo que es que un helicóptero se estrelle y salir intacta del accidente; ahora sabe lo que es vivir en primera persona el miedo y el pánico, reflejado en las caras de los trabajadores del hotel que les arrollaban durante el tiroteo terrorista en el hotel. La vida tiene estas cosas, nunca se sabe lo que te espera ni siquiera en el próximo minuto o en el ahora, que ya casi es pasado. Te toca y ya está. Quién lo iba a esperar mientras en el hall del hotel de Bombay al que acababa de llegar se fundía en un sentido abrazo con un amigo de la infancia, el alcalde de Majadahonda, Narciso Foxá. Con él, que se había desplazado hasta la ciudad hindú para repatriar el cadáver de su hermano, fallecido allí en trágicas circunstancias, escuchó el silbido de las balas, se arrojó debajo de un mostrador de la recepción, atravesó la cocina y llegó a una amplia sala que parecía un salón de bodas en medio del caos. Al principio creyó que el ruido de las balas eran cristales que se caían del techo, pero de repente el instinto de supervivencia fue su única arma a la que podía agarrarse. Con Foxá también vivió el peor momento de su huida, cuando trataba de llegar al aeropuerto y un monumental atasco por otra bomba en una terminal de vuelos domésticos lo impedía. Con él, y sus otros cuatro acompañantes, experimentó lo corto que se puede hacer el tiempo. Y tal vez con Foxá asistió a una lección de esas que no se aprenden en las clases: los valores. Una lección humana de esas que centenares de personas ofrecen cada día de manera anónima por sus seres queridos o incluso, como sucede en la India, de manera altruista. El alcalde de Majadahonda no iba a volver en ese vuelo a España sin el cadáver de su hermano, por eso tras dejar a la presidenta regional en el aeropuerto tomó el mismo coche y se dirigió a la casa del cónsul, donde se unió al resto de la delegación española. Casualidad, instinto o estrella, pero mientras ellos hablaban ajenos a lo que se venía encima todo parecía estar escrito en el guión improvisado del drama humano de Bombay y del destino. Pero la suya es una historia personal más, como la de todas las víctimas y familiares de los que padecieron el ataque terrorista, que dejó más de 80 víctimas y decenas de vidas rotas, que hoy, sólo porque Aguirre estaba allí, nos parece mucho más cercana. Cruel destino, pero destino al fin y al cabo, y cada uno lo afronta como puede, como lo hacen a diario las miles de seres humanos que pasean su extrema pobreza por las calles de las ciudades de la India y por la que trabajan de manera solidaria muchas de esas personas anónimas de las que casi nunca se habla. Un país fascinante que no deja indiferente a nadie, que toca de lleno la fibra sensible del alma, y mucho.

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