domingo, 16 de noviembre de 2008

El otro banco

Hay un lugar en un pueblo de la costa lucense, al abrigo del nordeste, viento predominante en la zona, donde es posible escuchar de todo. Mientras las mareas suben y bajan cada seis horas o los días de temporal las olas del Cantábrico saltan los diques de protección, desde hace décadas el Banco de las Mentiras es el lugar de encuentro de lobos de mar. Allí, como si de un pequeño caucus de Iowa se tratara, por la clarividencia que esconden algunos de sus exagerados relatos, se habla de lo divino y lo humano. Los límites sólo los pone la imaginación, todo aderezado con esa genuina retranca local en forma de fina ironía, que un escritor como Álvaro Cunqueiro tan bien conocía, mezclada con lirismo e imaginación para crear su mundo mitológico entre exquisitas cuchipandas. El Banco de las Mentiras tiene algo de ese mundo, en el que el hombre habla porque es mortal, e imagina y exagera por necesidad. Recuerdo la historia de un marino, de esos que se pasaron media vida de puerto en puerto, mar por medio, que aseguraba que si navegaban a menos de dos millas del cabo San Vicente, cerca del Golfo de Cádiz, se podía ver al santo alzando la mano y saludando. Otro viejo pescador, al que le faltaba un brazo, explicaba con todo lujo de detalles cómo se lo arrancó un pulpo gigante, “más grande que el de Julio Verne en 20.000 lenguas de viaje submarino”, explicaba con vehemencia. A las tertulias también se sumaban marineros de otros lares, como un presunto lobo de mar de Bermeo que presumía de haber servido a las órdenes del capitán Jack Aubrey y con el cirujano Stephen Maturin, protagonistas de una de las más fabulosas series de novelas de Patrick O’Brian. Sin embargo, en ese Banco de las Mentiras, todos le escucharon y le creyeron. Tal vez porque esa colección de seres humanos lo necesitan. Ahora que los líderes del mundo se han reunido en Washington en torno al denominado G-20 para refundar el capitalismo, poner freno al neoliberalismo o justificar la intervención del papá Estado en las economía es cuando más echo de menos ese Banco de las Mentiras porque del G-20 no me creo ni el “encantado” que Bush espetó a Zapatero a la llegada del presidente español.

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