domingo, 23 de noviembre de 2008
'Gotelé'
La cúpula de Barceló en la sede de las Naciones Unidas de Ginebra me tiene algo descolocado, lo reconozco. Me inspira sentimientos contradictorios, como el mar que simboliza, elemento que puede ser lo más placentero del mundo o lo más terrible. Pero lo que más me descoloca es el relativismo cáustico de algunos políticos para despreciar la obra del artista mallorquín, que se refieren a ella como “apoteosis del Gotelé” y me ponen tan enfermo como la ampolla que levantan los 20 millones de euros destinados a la rehabilitación de la cúpula del centro de paz. Y ahí es donde hay que separar el arte del “y tú más” de nuestras señorías, más interesadas en sacar tajada que en ponerse debajo de la cúpula, mirar hacia arriba y ver ese mar multicolor que a la vez es una cueva, para despertar los sentimientos. Está cúpula vuelve a poner de manifiesto algo tan antiguo y humano como el valor de las obras de arte y el deseo de pagar lo que sea por tener algo único. Dudar a estas alturas del talento de Barceló, comparando su trabajo en la cúpula de Ginebra con lo que haría un niño pequeño disfrazado de cazafantasma a lo Bill Murray es para sonrojarse de vergüenza. Esos argumentos sólo certifican mi idea de que la estupidez está en el que mira, no en el creador. El arte de por sí es agresivo y arriesgado, y la diferencia entre los artistas no está sólo en el talento y la ambición, sino en la suerte, como en la vida. El arte siempre es comercial, antes o después, aunque uno vaya de bohemio a lo Toulouse-Lautrec; y la pregunta que hay que hacerse es por qué se pagan millonadas por pinturas de Picasso, Klimt, Rothko o Pollock. Igual que en aquel estanco de Brooklyn los protagonistas de Smoke, película basada en un guión de Paul Auster, debatían sobre si se puede pesar el humo de los cigarrillos, en el mercado del arte, y más en el moderno, ése que parece tan fácil de despreciar, pasa lo mismo. ¿Cómo se valora una obra? Todo depende de quién esté dispuesto a pagar más. Mientras tanto, ya me gustaría que la Magistral de Alcalá tuviera una capilla decorada por Barceló, como en la catedral de Palma. Por ahora, me tengo que conformar con mirar el techo del salón de mi casa e imaginar ahí ese mar-cueva de Barceló. Al menos, es gratis.
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