domingo, 29 de marzo de 2009
A verlas venir
Cada primavera es la misma historia. Con el último domingo de marzo llega el momento de adelantar la hora y, lo que es peor, que nos roben por la cara, sin que rechistemos, tiempo de nuestra vida. Ignoro si de verdad adelantar sesenta minutos con la llegada de la primavera sirve para ahorrar energía. Entre tanta bombilla de bajo consumo y eufemismos tales como el de las dichosas políticas sostenibles podríamos haber encontrado otra solución para no pasar el día buscando el libro de instrucciones de los aparatos con reloj que hay en las casas. Pero lo que sienta fatal es que un domingo tenga 23 horas y que uno se levante desorientado a cuenta de la luz que entra por la ventana. Acordarse de que en otoño hicimos lo contrario no sirve de consuelo y ni siquiera de excusa, pero todo esto confirma que la vieja pretensión humana de dominar el tiempo es imposible. ¿Quién no ha soñado alguna vez con parar las manecillas del reloj? Los dichosos meridianos nos hacen la puñeta dos veces al año pero siguen sin resolver cuestiones tan elementales como la diferencia horaria con Portugal. Un buen amigo gallego tiene la obsesión de que Galicia tenga de una vez la misma hora que Portugal, tal vez porque desde el bonsai atlántico, como en su día lo definió Manuel Rivas, se mira de otra manera a sus vecinos del sur, afirmación simbolizada de manera irónica por esa frase de “menos mal que nos queda Portugal”. Lo justifica afirmando que si los vecinos lusos tienen el mismo huso horario que las Islas Británicas, si se trata de ahorrar energía la mejor solución es sincronizar los relojes. Aunque puestos a pensar, tal vez sería mejor para acabar con esta chufla del lío horario que hagamos caso de una vez al Premio Nobel de Literatura José Saramago y tomemos en serio su propuesta de integración en la denominada Iberia. Una vez conocí a un hombre que no tiene problemas de tiempo. “Eso es cosa de los chalados de las ciudades” –decía mientras estaba sentado frente su casa en un pequeño pueblo de Guadalajara. Y es que no hay día en el que pase allí varias horas sentado mientras discurre la vida ante su mirada, llena ya de surcos, como los de la tierra. Tal vez por ello no mira un reloj desde hace años y se sienta frente a la vida a verlas venir.
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