domingo, 22 de marzo de 2009

Animalario

Que este país se haya convertido en un animalario no me sorprende. Siempre lo había sido por su extraordinaria riqueza natural y su variada fauna. Sólo que ahora, parece que está de moda el furtivismo y cada uno quiere llevarse una jaula de diseño de Dolce&Gabanna, con un Piolín genéticamente modificado, a su casa. Parece mentira que una generación que ha crecido viendo los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente haya entendido tan mal el reino animal. Y mira que el querido Félix se esforzó por defender a los lobos… Pero aquí, no nos falta de nada para montar un zoológico. Tenemos muflones y ciervos abatidos por jueces y ministros sin el menor miramiento en monterías casuales. Hay cachorros de linces ibéricos o más bien euroasiáticos dispuestos a salir en procesión esta Semana Santa en más de una cofradía, si no llueve, claro, y si la Conferencia Episcopal lo permite. Hasta Esperanza Aguirre se viste de ecologista, en su versión ganadera, y aprovecha la suelta de un hermoso ejemplar de águila imperial llamado Susana para pedir que las rapaces puedan alimentarse de cadáveres de otros animales en el campo. ¿Acaso depredar no es la política? Cuestión de subsistencia. Y ya puestos con los animales tenemos hasta un jaguar, aunque no con patas, sino con ruedas, que un ex alcalde de Pozuelo recibió como regalo de Francisco Correa, el cerebro de la trama de corrupción del caso Gürtel. El otro día estaba de paseo con el perro cuando todas estas ideas daban vueltas por mi cabeza. En mi casa siempre ha habido perros y los hemos querido como a uno más de la familia. Los ha habido mil leches y bellezas caninas con pedigrí, pero todos nos han alegrado la vida. No ha faltado un solo día sin que vinieran a saludarme cuando llegaba a casa derrotado del tajo ni madrugadas en las que me descubrían abriendo la puerta con alguna copa de más. Pero lo que recibimos de ellos es mucho más de lo que les damos, aunque nos muerdan las zapatillas o nos roben la comida en un descuido. Cualquiera que tenga una mascota lo sabe. Nuestro último perro es un galgo adoptado. En su piel hay visibles heridas de su otra y desgraciada vida, pero ahora es feliz y prefiere no hablar de ello. Por mucho que le pregunto no contesta. Pero me mira y le entiendo.

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