lunes, 10 de enero de 2011
A Carlota
Unos días después de la emoción que suscita la llegada de los Reyes Magos su huella no se había perdido. De los innumerables regalos que recibió Carlota uno era el que le gustaba de verdad. Era pequeño, de plástico. Sólo necesitaba agua y jabón para funcionar con precisión alemana. Dos ingredientes que desde hace unos días no faltan en casa. Es una varita con forma redonda en la parte superior, que sirve para hacer algo tan efímero y hermoso como una burbuja. Soplido a soplido Carlota iba llenando de burbujas la casa. Las perseguía y las explotaba una a una. La varita y no la muñeca era lo que le había hecho gracia después de tanto trajín de cartas a los Reyes Magos y solicitud de recomendaciones a los pajes reales. Por eso no extrañó que aparcara la muñeca en el cementerio de juguetes olvidados atrapada por algo tan sencillo como ese instrumento para hacer burbujas. Así pasaba el día hasta que una de esas pompas distrajo mi atención. El periódico aburría y había algo en esa esfera hueca de brillo reluciente que me cautivó. Durante unos segundos seguí su trayectoria, del impulso inicial a su lenta y pausada caída libre hasta el silencioso estallido final. Por un momento los segundos no eran segundos. Mientras que Carlota trataba de explotar las burbujas lo que me enganchó fue lo efímero de esa frágil esfera jabonosa. Pensé que esa burbuja era la metáfora de la vida, porque bajo esa forma se esconde la misma travesía que hace Dante en La Divina Comedia. Probablemente la existencia de esta burbuja no duró mucho, entre otras cosas por el calor seco de la calefacción central de la casa. Pero fue el tiempo suficiente para viajar a lugares lejanos y crear una historia con un principio y un final. Mientras, Carlota iba de un lado a otro de la casa soplando la película de agua y jabón que daba lugar a miles de burbujas de volúmenes diversos. Cuando la burbuja estalló cogí de nuevo el periódico para volver a la realidad cotidiana. Fue ahí cuando leí que doce países se habían incorporado a la lista negra del trabajo infantil en el mundo. Casi 215 millones de niños en el planeta, de entre cinco y 17 años, trabajan y muchos de ellos nunca sabrán lo que es abrir un regalo. Las manos de estos niños juegan con diamantes en Angola o remueven en los vertederos de países de Asia o Latinoamérica para sobrevivir. Desalentado le pedí a Carlota la varita y me puse a hacer burbujas con ella.
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