lunes, 24 de enero de 2011

Sin pinganillo en el planeta Ummo

En España hay autopistas de peaje sin coches, aeropuertos sin viajeros ni aviones, museos de arte contemporáneo vacíos de contenido, palacios de congresos a mansalva y un Senado con pinganillos. Si hubiera que explicar a un extraterrestre la necesidad de estas infraestructuras o que se negocian protones por pensiones habría que hacer un master del universo. Todos estos ejemplos son cuestión de dinero, y eso se entiende en cualquier constelación. Con pasta se puede hacer todo. Por el dinero también se puede explicar que por los célebres “modificados” los proyectos de la obra pública se encarecen sin el menor rubor y nadie pestañea hasta que la crisis aprieta las clavijas al que suelta la pasta. Al fin y al cabo, se paga con el dinero de otros, que por cierto, también es el mío. Pero para explicar lo de los pinganillos hace falta un poco más de esfuerzo. Si a ese alienígena, que le podríamos poner el nombre de Gurb (en honor a Eduardo Mendoza, of course), le explicamos que en el Senado todos tienen el denominador común de una misma lengua pero que se cuelgan un pinganillo de la oreja para que unos intérpretes les traduzcan a los senadores lo que se dicen, aunque en la cafetería usen un mismo idioma, se subiría a su nave con destino inmediato al planeta Ummo. Los ummitas son una supuesta civilización alienígena cuyo planeta se sitúa a 14 años del sistema solar y que hace varias décadas cautivaron a los amigos de lo desconocido. Probablemente, nuestro Gurb, como embajador de civilizaciones más avanzadas, entiende todos los idiomas del planeta, del aymara al valenciano, pero nunca comprendería que una Cámara destinada al entendimiento se convierta en una Babel. La riqueza lingüística de España es indudable y basta sentarse a la mesa un domingo en muchos hogares para que con naturalidad en una conversación se mezclen gallego, catalán, valenciano, euskera, inglés o lo que sea menester. Lo malo es que una vez más se lanza un mensaje envenenado a la sociedad, el de esos políticos que no escatiman en gastos en medio de la crisis, ahora por el capricho de los nacionalistas y la España plural. Y esto nada tiene que ver con esa verdad que está ahí fuera que los agentes Mulder y Scully buscaban con ahínco en Expediente X. Los políticos siguen sin enterarse que los problemas de la gente están muy alejados de los pinganillos. A la peña le preocupa el trabajo, las facturas, la gasolina, el cole de su hijo, las vacaciones o Ronaldo. Así que, por mi parte, de pinganillo res de res o nada diso.

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