jueves, 2 de septiembre de 2010

Macabro


La buena educación ya no es una cuestión humana. Las máquinas se han apuntado de lleno a los buenos modales. Dar las gracias o pedir las cosas por favor es de lo más normal cuando recoges un café de la máquina del curre, cuando llenas el depósito del coche o sacas dinero del cajero. Lo lees en las pantalla digitales o incluso lo escuchas con voces familiares automatizadas. Es la globalización del protocolo de las buenas maneras. Los buenos modales siempre son políticamente correctos, aunque uno piense todo lo contrario. Vamos, que siempre hay momentos en que en lugar de dar las gracias lo que te pide el cuerpo es soltar “un que te jodan” en toda regla. Pero el savor faire que dicen los franceses casi siempre se impone a la zafiedad. Sin embargo, las máquinas no tienen esa capacidad de elección. No hacen selección selectiva entre los clientes para dar las gracias a uno y a otro no. Será que las máquinas no tienen alma, y por ahora las programan para tener buenos modales. Igual, gracias a los avances científicos, llegará el día en el que las armas también lancen mensajes de buen rollito y paz universal. Esta particular reflexión viene a cuento de la tragedia que se vive a diario en México y en otros tantos lugares. Lo que sucede en el país azteca pone los pelos de punta a cualquiera. El mal en estado puro ha causado hasta 32.000 muertes en los últimos cuatro años. Las atrocidades que se suceden en México crean espanto; no menos que las de Pakistán, Irak, Afganistán o tantas guerras desconocidas de las que no se habla porque carecen de interés mediático. Pero el drama en México en la guerra contra el narcotráfico y el ensañamiento de los narcotraficantes, los Zetas esos o los que sean, es estremecedor. La tecnología y la ciencia consiguen cada vez más avances. Vivimos mejor y todo eso, pero no impide que sicarios sin escrúpulos, masacren en Tamaulipas a 72 inmigrantes centroamericanos que pretendían llegar a Estados Unidos y que la mala suerte les llevó a la boca del lobo. Cada vez cerramos más los ojos porque pensamos que la muerte y las tragedias son patrimonio de otros. Pero Tamaulipas nos abre los ojos y la conciencia de porrazo. Detrás de cada gatillo ya está un ser humano, así que no quiero ni pensar qué pasaría el día en el que las armas disparen solas, con la misma frialdad con la que las máquinas de vending dispensan sandwiches o patatas fritas. Igual tras una ráfaga de un fusil AK-47 o los disparos de una Smith &Wesson del calibre 38 una voz en off diga algo así como “Disculpe las molestias” o “Tenga un buen día”. Macabro.

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