jueves, 16 de septiembre de 2010

Putadas


Una huelga general es para un sindicalista como el día grande de las fiestas del pueblo. Pero sin serlo. Una huelga general no tiene periocidad fija en el calendario gregoriano, aunque sea un acontecimiento, al fin y al cabo. En la celebración de la patrona de cualquier pueblo de este país no hay procesión que se precie sin el alcalde, el comandante de la Guardia Civil y el cura al frente de la comitiva. Y todos ellos con sus mejores galas. Una huelga general tiene algo de fiesta patronal, con comitiva y todo, aunque ni en la superficie ni en el fondo haya motivo alguno para piñatas, serpentinas, baile con orquesta ni fuegos artificiales. Lo que hay son trabajadores cabreados. Es por decirlo, en una palabra, una putada., Ya lo advirtió el líder sindical Ignacio Fernández Toxo. Y si eso lo dice un jefe sindical... En una huelga general no hay alivio de luto posible, por mucho que se grite o se trate de poner silicona en las cerraduras. Es una putada para todos, sin excepción, y nadie gana, para empezar porque el presidente del Gobierno no tiene más remedio que hacer lo que ha hecho, que para él es mucho y para el Ecofín poco. Así que la solución sindical que queda es echarse a las calles a exteriorizar el cabreo. A fin de cuentan los oscuros resortes del poder, el fáctico o del más allá, son los que siempre tienen la culpa de todo, aunque el Zapatero, dimisión sea una de las consignas del 29-S. Que ni ellos se lo creen... Pero se mire por donde se mire en una jornada de huelga general, la fiesta siempre se viste de negro, por mucho colorido que ofrezcan las pancartas, camisetas o pegatinas de los manifestantes. Aquí no gana nadie. El riesgo que tiene una huelga general, tan constitucional como opinar en público, es que se quede a medias; o sólo en huelga o sólo en general, pero a la mitad. Luego se buscará el éxito de la convocatoria en las cifras de seguimiento. Ya se sabe que en las manifestaciones y en las elecciones todos ganan, aunque luego en privado más de uno recibe un tirón de orejas y a otros no les quede otro remedio que aficionarse al curling. Una huelga general provoca el mayor subidón de adrenalina al que puede aspirar cualquier sindicalista, liberado o de convicción. Lo malo es que los tiempos que corren no están para más putadas, y las soluciones a la crisis actual no están en una huelga general. El derecho a la pataleta es legítimo, pero llega la hora de exigir algo más, también a los sindicatos, que la clase política ya está suficientemente desprestigiada. Con huelga o sin ella, aquí pierden los de siempre porque la crisis es para todos y como en un fallecimiento de un familiar, el duelo cada quisqui lo pasa como puede.

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