El lenguaje es perverso. Casi tanto como quiere el que hace uso de él. Bien por ignorancia, bien porque se acepta por el uso continuado de algunas expresiones, hay palabras que significan todo lo contrario, pero que se cuelan en nuestra vida diaria. Un buen ejemplo lo desenmascaró el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, durante la inauguración de una jornada sobre terrorismo en la Universidad de Alcalá. El seminario llevaba por título La deslegitimación del terrorismo, título que por sí mismo se mete en la boca del lobo de los intransigentes y los violentos. Es una trampa dialéctica más en la que la democracia ha caído en su lucha contra el terrorismo y que, con buen criterio, Rubalcaba aclaró. Simplemente no se puede deslegitimar algo que carece de legitimidad y de legalidad. Así de fácil. Fue Mark Twain el que escribió aquello de “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar toda duda”, y en este caso el ministro no se quedó callado. Aclaró las sombras en una cuestión en la que no se puede andar con verdades a medias ni tibiezas dialécticas. Lo malo es que en estos tiempos tecnológicos, donde la confusión se beneficia de la inmediatez, al lenguaje le caen piedras por doquier de todas partes. Del sms, pasando por el facebook o la discusión de taberna tras la última jornada de liga, entiendo que los académicos de la lengua lo tengan más difícil que nunca. Y yo mismo entono el mea culpa. Pero sin necesidad de convertirnos en esos pesados ilustrados que corrigen desde la suficiencia las patadas al lenguaje, es cierto que la responsabilidad es de todos. Tengo un colega que hace palitos en su cuaderno de apuntes durante las ruedas de prensa sobre las veces que el político de turno repetirá expresiones como poner en valor o políticas transversales. Algunas veces hemos llegado a apostarnos el café con tostada sobre estos mantras que una y otra vez repiten los políticos hasta hacerlos tan coloquiales como "¿Qué pasa tío?". Reconozco que le tuve que pagar unos cuantos desayunos, pero cuando se trata de la cursilada de Buenos días a todos y a todas, aunque mi colega es más progresista que yo, al que le toca pagar el café siempre es a él, y eso que ni siquiera apostamos.
–El día que los progresistas digan "buenos días", invitas tú –me dice. Y lo haré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario