No llego al extremo de un amigo que fue a la consulta de un médico y le dijo que iba a padecer un infarto. Es un hipocondríaco sin remedio. Siempre me río cuando me lo cuenta, sin embargo, hay días en los que me planteo que si antes de que mi maravilloso mundo se desmorone debo ir al psiquiatra para que me atiborre de trankimazim.
–Doctor, se me va a ir la pinza, ¡haga algo! –le rogaría desesperado fuera de mí.
Hoy mismo, recién despertado revolotearon por mi mente pensamientos convulsos y que me hacen dudar de lo que me rodea. ¿Y si cuándo me despierto las cosas dejan de ser lo que son? Uno no tiene derecho a quejarse de su vida, al fin y al cabo España ocupa el puesto 15 en el ranking de calidad de vida elaborado por la ONU. Vamos, que vivimos como Dios, aunque nos seguimos quejando. Cuanto más se tiene más se quiere. ¿Pero qué pasaría si de repente todo fuera de otra manera? ¿Y si los que te rodean no son lo que dicen ser? Debe ser terrible descubrir, de pronto, que tu mujer te la pega con tu mejor amigo, que tus padres colaboraron con las autoridades franquistas para facilitar el traslado de nazis a Sudamérica o que tu colega del curre es un gürtelito que ha participado en fiestorras con putas en un chalé. Por supuesto, nada de esto me sucede, pero cada vez que cojo un periódico me pregunto hasta dónde llega la realidad y si lo que sucede tiene algo que ver con mi vida. Muchas veces, ante el estupor de la realidad, leo dos veces la misma noticia en un periódico para abrir definitivamente los ojos ante lo que está negro sobre blanco. El espectáculo montado en torno al PP, donde algunos dicen que nunca se termina la fiesta, es un buen ejemplo. Costa, Camps y Rajoy, aderezados por las conversaciones telefónicas de Correa y El Bigotes en plan lumpen, son los dignos protagonistas del mejor telefilme basado en hechos reales que uno pueda imaginar. Y enfrente el PSOE tratando de sacar rentabilidad política con la coletilla incluida de “a toda costa”. ¡Qué ingeniosos! Lo malo de todo, es que este lamentable serial atrae el foco y los flashes y demuestra que las cosas no son lo que parecen, que bajo la gomina huele a podrido. Así que tras mi próxima noche de pijama y orinal solo espero que mañana no me despierte planteándome: ¿Y si…?
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