Hasta el bochornoso episodio del Odyssey con el pecio del galeón Nuestra Señora de las Mercedes, ejemplo de la impunidad con la que trabajan en los fondos marinos los cazatesoros, la administración española seguía sin enterarse de lo importante que es mantener y proteger el patrimonio sumergido. Al menos ya se ha hado un paso. Pero todavía no se ha acabado el desconocimiento hacia el mar y los hombres que han hecho de los océanos su medio de vida. –La mar es dura, pero aquí van las alubias de mi familia –me decía un pescador que se embarcaba cada año en la costera del bonito y que al menos un par de veces vivió el infierno del Gran Sol. El secuestro del atunero Alakrana en aguas del Océano Índico, a cargo de piratas somalíes, como ya sucediera con el Playa de Bakio, ha puesto de actualidad una actividad que pasa desapercibida a diario. Salvo que unos piratas armados hasta los dientes y tecnología de última generación tomen por la fuerza un barco de bandera española, aquí se desconoce la vida de los marineros. Por si las olas de nueve metros y la fuerza del viento no fueran suficiente, los marinos tienen otros enemigos a los que enfrentarse mientras aquí pensamos que la vida en el mar es como un placentero crucero por el mediterráneo con el capitán Stubing cenando en tu mesa. Una vez conocí a un tipo como Coy, el protagonista de La carta esférica, de Arturo Pérez Reverte. Era un marinero sin barco, en este caso por decisión propia y no por haber tocado fondo con un mercante, como le ocurrió a Coy. Compartimos una tarde de cervezas, algo de mojama y pescaíto de la bahía. Me contó que había empezado a salir a la mar en pesqueros, luego estudió náutica y estuvo casi dos décadas de un lado para otro a bordo de mercantes. La ironía no escondía su cansancio y confesó que se sentía mayor para seguir soportando los pantocazos del barco, el sueño por los continuos cambios de guardia y las estrecheces de la vida a bordo. La mar le había hecho tan duro como solitario. Lo único que le importaba del periódico era la información meteorológica, trató de convencerme de que en realidad lo que se movía era la Tierra y no un barco pero si había una cosa que le molestaba era que en vez de marino le llamaran embarcado. –¡Como si uno no existiera, coño! –gruñó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario