viernes, 3 de octubre de 2008

Profecía

Un titular periodístico, una hipótesis o una verdad universal. Entre estas posibilidades se mueven muchas de las cosas que rodean la vida cotidiana y que sólo con el paso del tiempo se comprueba si son ciertas o tienen que ver con las fallidas profecías de Nostradamus. Decir que “la Guerra Fría puede volver con John McCain”, como aseguran que susurró en petit comite José Luis Rodríguez Zapatero a un periodista de The New Yok Times, es un ejemplo. Puestas así las cosas también muchos tacharon de loco, casi de visionario, a Cristóbal Colón por su empeño en dejarse llevar por los alisios, esos vientos constantes y suaves de componente este, que le llevaron a descubrir el Nuevo Mundo. Los inquisidores quemaron en la hoguera a Miguel Servet por sus descubrimientos sobre la circulación sanguínea pulmonar. Y qué decir de Galileo Galilei, que desafió a la Santa Inquisición por defender que la Tierra giraba alrededor del Sol en unos tiempos en los que el planeta era el universo de todo. Las verdades nocivas escuecen entre las mentes estrechas, y más en aquellos años en los que el enfrentamiento entre la Ciencia y la Iglesia se pagaba con la vida. Ahora, al menos, la discusión entre lo público y lo privado no es cuestión de vida o muerte. Lo malo es que sólo el veredicto implacable de los años y los siglos da o quita razones porque, se quiera o no, al final todo se sabe. Puede que nuestros padres de la patria se empeñen en destapar el tarro de las esencias a la hora de prometer cosas políticamente correctas, ya sea un macrocentro de convenciones, una planta de plasma para residuos o una Ley de Dependencia con medios suficientes. Pero al final, las ocurrencias se pagan; y más en política. Lo grave es que fruto de sus errores dejen huella. Algo así es lo que le ocurrió al ladrón confeso del expolio de la Biblioteca Nacional. Durante tres años, ante los ojos de todo el mundo, birló de la Sala Cervantes varias láminas de la Cosmografía del geógrafo griego Ptolomeo. Casi todos los mapas fueron recuperados, aunque el rastro del robo permanecerá para siempre en los incunables y la huella del expolio ya es parte de la historia.

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