Foto:www.presidencia.gob.bo
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Las respuestas suelen dan lugar a más preguntas. Es
así. Si no lo creen basta con prestar un poco de atención a la historia de
espías protagonizada por el ex agente de la
CIA Edward Snowden. A estas alturas ya no
sé si Snowden es un espía, un contraespía, un Bambi de la vida o un tipo con afán
de protagonismo defraudado con las políticas de Barack Obama al que se le ha
ido la cabeza.
Lo que parecía una novela más propia de la guerra
fría está en camino de convertirse en un culebrón donde no dejan de aparecer inesperados
artistas invitados como el presidente boliviano, Evo Morales. Si tiene algo que
atrapa el affaire de
Snowden es que es probable que las cosas no sean como parecen. Puede que tenga
mimbres de una novela de espías pero también tiene su toque de novela de
evasión, donde un presidente latinoamericano es retenido durante varias horas
en un aeropuerto de la vieja Europa por llevar supuestamente un polizón a bordo.
Esta variante del caso Snowden se aleja más de aquellas historias clásicas de
la guerra fría, en las que un jefe de espionaje soviético está dispuesto a
fugarse a Occidente entre agentes dobles, secretos militares, traiciones y el
intercambio de espías en el Check Point Charlie de Berlín. Ahora el sainete
aeroportuario de Morales aporta el punto bananero made in Europe, no lo neguemos.
Sin embargo, la anécdota desvía la atención sobre
el meollo de la cuestión: Snowden. Este agente que ha desvelado las supuestas
actividades de espionaje masivo de la
Agencia Nacional de
Seguridad de los Estados Unidos parece que no existe. Nadie le ha visto desde
hace tiempo, pero su solo nombre, su condición de enemigo público número uno de los
Estados Unidos y sus filtraciones que ponen en negro sobre blanco que se espía
a todo hijo de vecino, han dado lugar a un conflicto internacional con muchas
aristas.
Ya no se trata sólo de las
explicaciones que Obama dará a la canciller de Alemania, Angela Merkel, y a
Europa para justificar el supuesto espionaje de la Casa Blanca o que en
países como Francia sus espías controlen millones de llamadas y correos
electrónicos. Ahora un solo rumor ha encendido una inesperada crisis
entre Latinoamérica y Europa de consecuencias imprevisibles. La única solución
es la vía diplomática aunque España no está dispuesta a disculparse con
Bolivia.
Parece mentira que con tanta tecnología al servicio
de la seguridad de los ciudadanos lo que más escasee sea la inteligencia
humana. No hay otra manera de explicar la absurda retención durante catorce
horas de Evo Morales en Austria, donde su avión fue revisado por la posibilidad
de que Snowden viajara en su interior. Morales retornaba de Rusia, donde participó en el Foro de
Países Productores de Gas. El rumor de que podría llevar a Snowden propició
que no le dieran permiso para sobrevolar su territorio ni Francia,
ni Italia, ni Portugal. Tuvo que aterrizar en Austria, donde permaneció hasta
que pudo salir hacia Canarias, donde repostó. Las comparaciones son odiosas,
pero qué pasaría si retienen por un rumor a Merkel, Cameron o a Hollande en un
aeropuerto de Latinoamérica mientras los perros olisquean sus aviones en busca
de polizones.
Las reacciones del eje
latino se han ajustado al guión previsto. La demagogia antiimperialista les
funciona y siempre está a mano. Bien es verdad que en esta ocasión se lo han
puesto en bandeja. Morales fue recibido como un héroe en su país y la Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR) se reunió en Cochabamba para desagraviar al presidente
boliviano por el “abuso imperial” que sufrió con su “secuestro. Y, cómo no,
hasta el presidente venezolano, el inefable Nicolás Maduro, se sumó a la fiesta para
arremeter contra los yankees y, por
supuesto, contra los conquistadores
españoles.
Mientras tanto ya han
discurrido más de diez días y Snowden permanece escondido en la terminal
del aeropuerto de Moscú (si es que está allí).Sigue sin dar señales de vida.
Sus revelaciones de espionaje masivo han tenido un efecto mariposa. Tal vez
nunca más sepamos de él. Tal vez, algún día Snowden presuma de libertad
en un país donde hoy no se permite el uso libre de Internet y otro Gran Hermano
controla a sus ciudadanos. Tal vez, algún día, leeremos una novela que guarde
cierto parecido con la realidad donde las primeras palabras sean: “Me llamo Edward,
aunque reconozco que en este negocio del espionaje es difícil recordar si
alguna vez fue mi nombre”.
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