sábado, 13 de julio de 2013

¿Vuelven los Dos Rombos?



Entre la perplejidad y la ternura debe existir una palabra apropiada. A la búsqueda del término que defina ese estado de ánimo me lleva la posibilidad de que los Dos Rombos vuelvan a la tele. Por ahora, lo que sabemos es que el Gobierno estudia la posibilidad de implantar un sistema para advertir de los contenidos audivisuales. No negaré que recuerdo esos puñeteros rombos con cierta añoranza, en especial por lo que tenían de estimulantes. Cuando salían en la parte superior de la pantalla uno intuía que había más mundos, un más allá del que no nos hablaban ni aparecía en los libros de texto. Y eran mundos fascinantes…

Recuerdo los Dos Rombos como la primera atracción de mi vida hacia lo prohibido. Ahora con la vista atrás uno se da cuenta de las tonterías que usaban bajo el pretexto de protegernos desde las autoridad moral del Estado. En aquella sociedad mojigata donde querían que fuéramos como La familia Telerín, ejemplo moral de la época, los Dos Rombos eran una invitación en bandeja, aunque subliminal, a la rebeldía infantil y juvenil. Hubo una etapa en el colegio en la que era habitual que algún avispado compañero de clase explicara emocionado que había visto una película o serie con Dos Rombos; es decir, prohibida para menores de 18 años. Era el héroe de la clase. Los demás, una vez despejadas las dudas entre el bien y el mal, queríamos imitarle La señal de un rombo que vetaba a los menores de 14 años era el primer paso. El premio gordo para ser alguien en clase eran los Dos Rombos.

“¡Niños, a la cama, que esta película es para mayores!”, era una orden de mando nocturna muy común en los hogares españoles en aquellos tiempos de una sola televisión, un UHF en precario y donde al prime time ni se le esperaba. Sin embargo, esa advertencia no impidió a los chavales de varias generaciones ver a hurtadillas, escondidos junto a un sofá o bajo el quicio de la puerta del salón a Falconetti, el malo malísimo de Hombre rico, hombre pobre; el drama de Kunta Kinte en Raíces en su lucha por la libertad; o, ya hilando muy fino, Yo, Claudio, una serie que tuve que revisar años después porque en esa primera vez me atrajo más la tentación del mundo de los Dos Rombos que la dramática historia de ese emperador tartamudo.

Recuerdo cómo en aquellos tiempos, las azafatas del Un, dos, tres… Responda otra vez nos volvían locos a los alumnos de los colegios de curas (entonces se llevaba eso que ahora llaman educación diferenciada y que nos sirvió para desarrollar el ingenio…). La imagen de esas azafatas de largas piernas, botas, cortos vestidos y gafas era lo más cercano a un frenesí con una chica en la preadolescencia que nos podíamos imaginar. Al menos, con este famoso programa nuestros padres abrían la mano, no sé si porque era viernes o por el contenido cultural de un concurso basado en preguntas, pero podíamos sentarnos ante el televisor sin necesidad de esconderse. La verdad es que tampoco recuerdo si tenía o no algún rombo…

La perplejidad la produce el hecho de que aquellos años donde existía la censura ahora parecen lejanos. Sin embargo, están a la vuelta de la esquina. No se trata de equiparar la censura con los rombos. Son cosas distintas y elementos de un pasado que me ha tocado vivir. Sin embargo, me causa cierta perplejidad que en plena era digital, donde ponerle barreras a Internet es imposible, se pretenda recuperar un sistema que todavía permanece en el imaginario colectivo de varias generaciones. Los tiempos han cambiado y los niños de hoy poco o nada tienen que ver con los que crecieron viendo a Los hermanos Malasombra o Tres, dos, uno… ¡contacto! (entre otras cosas porque los programas infantiles escasean en las pantallas y por las tardes ni existen). Ahora un niño se entretiene y pasa más horas delante de su tablet que frente al televisor. No digo que sea bueno ni malo. Lo desconozco. Es lo que hay y es el precio que tiene vivir en la era tecnológica, la de las pantallas táctiles, las conexiones 4G, las redes sociales y todo eso. Simplemente, los niños de hoy crecen con la tecnología de manera natural.


Si me lo permiten discrepo de la idea de que la buena educación de un niño o de un púber adolescente sea mejor o peor por implantar de nuevo un sistema con reminiscencias del pasado para advertir de los contenidos audiovisuales. Sinceramente no le veo utilidad. Aunque como me pongo tierno al recordar la infancia y sigo sin encontrar la palabra justa entre ternura y perplejidad, tal vez no sea una mala idea la de recuperar los Dos Rombos. Igual sirven para frenar la barra libre de telebasura como el Sálvame de turno. Claro, que tampoco estaría mal que cada telediario o tertulia política advirtiera de sus contenidos con Dos rombos porque las noticias de este país hace tiempo que dejaron de ser aptas para menores de 18 años.

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