martes, 3 de abril de 2012

Capirotes empapados


Después de meses sin que caiga una gota del cielo, llega la Semana Santa y hay que abrir los paraguas. Es curioso pero en los últimos años llueve menos que nunca, hay incendios en marzo, prolifera la sequía y cuando las cofradías ultiman hasta el último detalle de sus pasos de Semana Santa las nubes hacen de las suyas. Casualidad o capricho meteorológico, empiezo a pensar que más de un cofrade, antes de ponerse el capirote, debería empezar a reflexionar sobre si estamos en el camino correcto. Igual la señal del cielo es que en la tierra hay demasiado fariseísmo, pese al lustre que se saca estos días en las procesiones. No crean que con estas palabras trato de relevar ni de emular al escritor Javier Marías en su ya clásico artículo de primavera en el que año tras año critica a costaleros, cofrades y todo el séquito habitual de las procesiones fervorosas-festivas. Y eso que Marías ha hecho esfuerzos para enmendarse y hacer un acto de contricción con el propósito de ensalzar la Pascua. Han sido inútiles, porque lo que describe como abusos de los encapuchados que toman el centro de las ciudades mezclando el fervor religioso y los flashes de los turistas sigue siendo una de sus obsesiones y año tras año carga contra la Semana Santa. En mi caso no llego a su extremo. Ni mucho menos. Aunque no me gustan mucho y siempre he reprochado la falta de coherencia de muchos de los que durante una procesión se desloman cargando una imagen y el resto del año se apuntan a la vida crápula, reconozco que las procesiones tienen su aquel. Aunque sólo sea por la belleza estética y la verdadera fe de algunos. Tal vez muchos de los que hoy lloran con lágrimas de cocodrilo porque no pueden procesionar deberían pararse a pensar, si el fervor no lo impide, en que tal vez la lluvia que no les deja salir por las calles esconde un mensaje: Algo estamos haciendo mal.

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