miércoles, 18 de abril de 2012

Bajada de bandera

Si hay un sitio para medir la temperatura política de un país es en los taxis. El otro día tomé uno. Tras saludar al taxista me recosté en al asiento y puse el oído en lo que contaba la radio. El taxista y yo escuchamos las disculpas reales por el trompazo de Botsuana. En silencio, y con la misma atención que en el discurso de Navidad, seguimos las breves palabras del monarca. El taxista no tardó en desplegar un discurso cargado de contenido editorial. En su monólogo, donde sólo pude limitarme a colar algún “sí” o “no”, hubo para todos. Otorgó su comprensión al Rey, con el consabido “yo soy juancarlista, no monárquico”, aunque reconoció que era difícil defender lo de la cacería. No dejó títere con cabeza. Puso de vuelta y media a los mercados que nos ahogan con la prima de riesgo, dio un repasito al populismo de Cristina Fernández de Kirchner por lo de Repsol YPF, me contó un chiste sobre el disparo en el pie de Froilán y lamentó que Mariano Rajoy hiciera lo contrario de lo que prometió en la campaña electoral. Al llegar al destino, bajó la bandera, pagué la carrera y antes de salir me dejó un último titular: “El espectáculo debe continuar”.

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