lunes, 12 de septiembre de 2011

Las memorias del futuro


Nouriel Roubini, el gurú económico norteamericano de origen turco que predijo la Gran Recesión –sin que le hicieran mucho caso, al menos por estos lares–, no puede ser más claro sobre lo que se nos viene encima. “España está al borde del precipicio y con los pies colgando”, sostenía recientemente en una entrevista publicada en el diario ABC. Todavía no me he recuperado de sus palabras y de su diagnóstico de la economía mundial. Y lo que es peor, cuando me levanto a diario y repaso los titulares de las primeras planas de los periódicos no encuentro ni un sólo motivo para no pensar más que en un sálvese quien pueda. Por la falta de confianza que generamos en los mercados internacionales, con una economía estancada sin atisbos de crecimiento y un paro descomunal estoy por encomendarme al primer santo que se cruce por mi camino para que, al menos, me deje como estoy. Hace cuatro años hubo elecciones generales y desde entonces poco se ha avanzado.

 De hecho, tras las elecciones se hicieron más profundas las heridas en la economía española porque en lugar de actuar, los comicios sólo sirvieron para prolongar una profunda crisis económica. Ahora estamos más cerca de Grecia que de Alemania, porque las medidas se han tomado a destiempo y porque, una vez más, los intereses partidistas han prevalecido sobre las necesidades reales de un país que juega en el borde del abismo. Y la pregunta es muy sencilla: ¿Cómo se puede mantener un Estado del Bienestar si no hay ingresos suficientes para ello? Ahora que los diputados y senadores se han atrevido a mostrar lo que hay en su colada, en eso que llaman ejercicio de transparencia, tampoco estaría mal que en aras a la responsabilidad actúen con sentido de Estado.

Nadie discute que sus señorías tengan un sueldo digno, que estén bien pagados o que tengan dos casas, una moto y una deuda hipotecaria, pero tampoco es discutible que se les exija algo más que criterios partidistas y cálculos electorales para salir de este atolladero. No niego que tenga su morbo descubrir que Elena Salgado posea un apartamento en los Alpes o que Zapatero disponga de una parcela en León, pero puestos a sincerarse tiene más interés un buen libro de memorias de los políticos y estadistas que han partido el bacalao en los momentos más difíciles que airear su patrimonio. Pero aquí es cuestión de tiempo y habrá que esperar algún tiempo para leer las memorias de Angela Merkel... Por ahora hay que conformarse con las memorias de María San Gil, Tony Blair o George Bush, por ejemplo.

Como declaración de intenciones reconozco que si España no termina como Grecia, me gustaría leer dentro de unos años las memorias del político capaz de meter mano al modelo territorial español, al sistema financiero y al mercado laboral. Tal vez algún día lleguen esas memorias a mis manos. Será el síntoma de que España ha dejado de estar con los pies colgando al borde del precipicio a verlas venir. Si no es así, puede que el país haya petao, incapaz de pagar salarios y pensiones como puede suceder en octubre en Grecia. Y también puede ser que para ese futuro a medio plazo las prioridades sean otras y que ya no me dé ni para comprar un libro de memorias, de poemas o de lo que sea.

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