Nouriel Roubini, el gurú económico norteamericano de origen turco que predijo la Gran Recesión –sin que le hicieran mucho caso, al menos por estos lares–, no puede ser más claro sobre lo que se nos viene encima. “España está al borde del precipicio y con los pies colgando”, sostenía recientemente en una entrevista publicada en el diario ABC. Todavía no me he recuperado de sus palabras y de su diagnóstico de la economía mundial. Y lo que es peor, cuando me levanto a diario y repaso los titulares de las primeras planas de los periódicos no encuentro ni un sólo motivo para no pensar más que en un sálvese quien pueda. Por la falta de confianza que generamos en los mercados internacionales, con una economía estancada sin atisbos de crecimiento y un paro descomunal estoy por encomendarme al primer santo que se cruce por mi camino para que, al menos, me deje como estoy. Hace cuatro años hubo elecciones generales y desde entonces poco se ha avanzado.


Como declaración de intenciones reconozco que si España no termina como Grecia, me gustaría leer dentro de unos años las memorias del político capaz de meter mano al modelo territorial español, al sistema financiero y al mercado laboral. Tal vez algún día lleguen esas memorias a mis manos. Será el síntoma de que España ha dejado de estar con los pies colgando al borde del precipicio a verlas venir. Si no es así, puede que el país haya petao, incapaz de pagar salarios y pensiones como puede suceder en octubre en Grecia. Y también puede ser que para ese futuro a medio plazo las prioridades sean otras y que ya no me dé ni para comprar un libro de memorias, de poemas o de lo que sea.
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