lunes, 20 de junio de 2011

Vinilo democrático

Dicen que si un disco se escucha al revés suena satánico, ya sea de los Rolling Stones o de Sandro Giacobbe. Y eso mismo es lo que le pasa al movimiento 15M, inspirado por nobles ideales de utópicos flipados por la redes sociales y móviles que nunca están sin cobertura. El problema es que, sin organización visible ni organigrama alguno, el 15M es capaz de ser una unidad de destino para bienintencionados, cabreados, anarquistas trasnochados, antiglobalización, el mundo del perroflautismo y los que prenderían fuego a todos los cajeros automáticos como símbolo del gran capital. Este maridaje, como dicen los cursis, tiene sus riesgos, porque los españoles somos muy dados a trajinarse al vecino, ponerle la zancadilla y luego aporrearse el pecho al grito de “soy el mejor del mundo". Las crisis ofrecen oportunidades y hay quien las aprovecha. El 15M es un ejemplo. Mientras me debato en cómo crear un software emocional para inculcar los valores de la democracia a la peña, otros han conseguido movilizar la indignación a golpe de click. Está claro que la democracia necesita un revolcón para parecerse a lo que debería ser pero los indignados no pueden convertirse en un movimiento a merced de los antisistema para abrir la veda contra el político, ya sea el bueno, el malo o el feo. Ése es su reto. La democracia está dando alarmantes síntomas de extenuación que hay que corregir. Es el mejor sistema político, con sus imperfecciones, pero tampoco se puede secuestrar, como ocurrió en el Parlamento catalán o en muchos ayuntamientos españoles durante su reciente constitución, donde bajo el grito de ‘Que no nos representan' todo valía. Las medidas regeneracionistas que propone el 15-M están cargadas de sentido común y son necesarias porque los políticos se han convertido en un problema. Si algo ha cambiado el movimiento 15M es que la clase política sabe que ahora más que nunca está en observación. Los políticos no están acostumbrados a escuchar la verdad, a que les digan que tienen responsabilidad en el derroche sin límites, por las veleidades sin control o camuflar la vocación de servicio público en la ambición por el coche oficial y una BlackBerry que pagan los ciudadanos. Por eso la democracia tampoco se puede pinchar en un tocadiscos al revés. Se cargaría el vinilo y la aguja.

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