lunes, 6 de junio de 2011
El Cochecito
La vida se ve distinta desde el asiento trasero de un coche oficial. Las lunas tintadas, el climatizador y el chófer son símbolo de éxito. El que se sube a ese coche con los cristales ahumados antes o después tiene la tentación de sentirse el amo y pierde la noción de la realidad. La vida de barrio, con la cola en el súper o el gin-tonic vespertino en el bar de siempre, no está hecha para los que se mueven en coche oficial. A través de los cristales ahumados las cosas son más cómodas, debe ser fácil acostumbrarse. Es la ventaja que tiene ver y que no te vean, contar con un chófer trajeado y poder llegar a la hora a cualquier evento sin preocuparte por encontrar un sitio para aparcar o sacar el ticket de la ORA. Hasta hace poco los excesos que perpetraban los servidores de lo público se toleraban sin rechistar. Esa corte plebeya, donde siempre funciona la picaresca y el sablazo en forma de “te invitó a cenar pero lo pagas tú, que para eso tienes gastos de representación", está cuestionada. Pero mira por donde ahora muchos de los que viajaban en asiento trasero de esos coches oficiales tan impolutos y llenos de antenitas van a tener que pensar en cómo se saca un abono transporte. El verdadero éxito de una conferencia o acto público está en el número de canaperos que se cuelan a zamparse las croquetas de rigor, pero añadiría que también en el número de coches oficiales que aparcan en la calle. En la canallesca sabemos que entre las nimiedades que ofrece la capital del reino y que se extienden más allá de sus propios límites, de una comunidad a otra, está el espectáculo de los coches oficiales, ya sean de la élite política, los altos directivos o de las señoras que van de compras a la Milla de Oro acompañadas por su fiel chófer. Esas nimiedades demagógicas le cuestan al erario público, es decir a usted y a mí, una pasta cada año. Sólo en Madrid, Gallardón se dejaba 5 millones al año en coches para sus concejales… Resulta que España tiene un parque móvil de 35.000 vehículos, que no son precisamente cuatrolatas, y las administraciones públicas no tienen ni para pagar las facturas pendientes ni para llenar el depósito de los bugas. Así que eso de tomar posesión del cargo con coche adosado se ha acabado. Hay vida sin lunas tintadas, sin chófer… y en cuanto al asiento de atrás siempre preferí el del Cadillac Solitario de Loquillo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario