jueves, 30 de junio de 2011

Una familia de gigabytes

En alguna ocasión me referí a un antiguo compañero de trabajo que con tanta red social metida en la cabeza ya no vive su vida, sino la de los otros. Y no me extraña. Ahora se experimenta lo inmediato con tanto ahínco que casi nadie se para a pensar poco más allá de los 140 caracteres del Twitter. Miles de mensajes al día, revoloteando por la cabeza de uno dejan sus secuelas. Es inevitable. Lo malo es que si no estás conectado a Internet dicen que no tienes futuro y te sientes como esos vaqueros sesentones desorientados en un western crepuscular. Así que no me extraña que llegue un momento en que las tarjetas de memoria de cámaras de fotos lleven incorporadas escenas familiares de andar por casa, pero de otros. La posibilidad de inventarse una familia la llevó al cine Fernando León de Aranoa, pero mira por donde es ahora, en la era digital,  cuando parece posible adquirir una familia de los gigabytes que quieras. Si la tienes puedes aumentarla, y si careces de ella, pues te montas la película con otro papá, otra mamá, otra hermana y hasta el perro. Algo así le pasó a un tipo que cuando insertó una tarjeta recién comprada en su cámara le aparecieron un porrón de fotos familiares. Lo contaba con gran sentido del humor en el diario El Mundo donde describía cómo en la tarjeta de memoria aparecían las fotos de una familia que no tenía el gusto de conocer. Probablemente es un caso aislado, pero no creo mucho en las casualidades. Puesto a pensar prefiero sospechar que detrás de esta familia virtual hay una ambiciosa campaña de marketing o, incluso, un experimento psicológico para estudiar la soledad en la sociedad moderna. Puede que fuera un error de la empresa de estas tarjetas de memoria, pero me atrae por la oportunidad que ofrece para usurpar la personalidad de la persona que hace esas fotos. La imaginación no tiene límites y es tan libre como uno quiera. Puede que a través de unas inocentes instantáneas de una cena de Navidad, soplando las velas de una tarta de cumpleaños o unas vacaciones en Benidorm que nunca han existido uno pueda construirse desde la farsa una realidad. Así se abriría un campo ilimitado a la imaginación. Expuestos al delirio y sin la necesidad de recurrir a brebaje alguno, igual que ya contamos lo que hacemos o lo que sentimos a través de las redes sociales, si llega el caso elijamos hasta otra familia. Todo sea porque como escribió Shakespeare “en nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser."

viernes, 24 de junio de 2011

Yo no pido, pero si me da...

Hace unos días Arturo Pérez-Reverte comentaba en Twitter su encuentro con un mendigo al que conoce desde hace tiempo. Con su dosis de sorna y su genial mala baba a la hora de darle a la tecla, el alter ego del capitán Alatriste relataba este encuentro, que tuvo lugar en una de las calles cercanas a la Plaza Mayor de Madrid. No muy lejos de allí, en la Puerta del Sol, acampaban los indignados del 15M, con sus tiendas Quechua, sus huertos en la fuente y toda su parafernalia. El mendigo, al que acompañan varios perros desde hace años, sobrevive en el mundo invisible de la gran ciudad, como es menester entre los de su clase. Entre otras cosas, vive de los euracos que el escritor, y otros como él, le dejan cuando le ven. En este encuentro Pérez-Reverte le preguntó cómo era que no estaba en la Puerta del Sol, en la acampada que durante un mes puso en los titulares de los medios de comunicación palabras como perroflauta. El mendigo, ni corto ni perezoso, pero tan bravucón como un soldado de esa fiel infantería que es capaz de dejarse la vida por España y que se muere de hambre le contestó muy digno: “¿Sol?... Quite, quite. Allí no hay más que chusma". Con chusma o sin ella, los mendigos están ahí, en nuestras calles y parques, o debajo del puente más insospechado. Detrás de cada uno hay una historia personal, con alegrías y fracasos, con sonrisas y lágrimas. Tal vez, en su memoria hay hasta unos hijos y una familia, un proyecto de vida que un día se fue al garete. Nadie es quien para juzgar a nadie, y menos a personas que duermen al raso. El otro día estuve con uno de estos mendigos, que se ha instalado desde hace unas semanas en el barrio donde crecí. No se separa del vino de tetra brik y su aliento así lo atestigua. Tampoco se mete con nadie y pasa las horas tumbado en un banco. Dicen que se mete algo de comida en el estómago porque va a un comedor social, aunque siempre vuelve a dormir a su banco. Los vecinos del barrio le conocen, no le temen y ya hay quien le considera hasta uno de los suyos en ese peculiar lienzo que refleja la vida de barrio. Este mendigo no es de los que pide. Un golpe de mala fortuna le llevó a la calle. De ahí, una cosa llevó a la otra, y al final el banco es su colchón y el cielo su techo. Al menos eso es lo que me imagino. Tampoco se lo pregunté. Pero no pide limosnas porque dice que tiene dignidad. “Yo no pido dinero, pero si me da algo tampoco le voy a decir que no”, me soltó el otro día. Al menos es sincero. Más que otros.

lunes, 20 de junio de 2011

Vinilo democrático

Dicen que si un disco se escucha al revés suena satánico, ya sea de los Rolling Stones o de Sandro Giacobbe. Y eso mismo es lo que le pasa al movimiento 15M, inspirado por nobles ideales de utópicos flipados por la redes sociales y móviles que nunca están sin cobertura. El problema es que, sin organización visible ni organigrama alguno, el 15M es capaz de ser una unidad de destino para bienintencionados, cabreados, anarquistas trasnochados, antiglobalización, el mundo del perroflautismo y los que prenderían fuego a todos los cajeros automáticos como símbolo del gran capital. Este maridaje, como dicen los cursis, tiene sus riesgos, porque los españoles somos muy dados a trajinarse al vecino, ponerle la zancadilla y luego aporrearse el pecho al grito de “soy el mejor del mundo". Las crisis ofrecen oportunidades y hay quien las aprovecha. El 15M es un ejemplo. Mientras me debato en cómo crear un software emocional para inculcar los valores de la democracia a la peña, otros han conseguido movilizar la indignación a golpe de click. Está claro que la democracia necesita un revolcón para parecerse a lo que debería ser pero los indignados no pueden convertirse en un movimiento a merced de los antisistema para abrir la veda contra el político, ya sea el bueno, el malo o el feo. Ése es su reto. La democracia está dando alarmantes síntomas de extenuación que hay que corregir. Es el mejor sistema político, con sus imperfecciones, pero tampoco se puede secuestrar, como ocurrió en el Parlamento catalán o en muchos ayuntamientos españoles durante su reciente constitución, donde bajo el grito de ‘Que no nos representan' todo valía. Las medidas regeneracionistas que propone el 15-M están cargadas de sentido común y son necesarias porque los políticos se han convertido en un problema. Si algo ha cambiado el movimiento 15M es que la clase política sabe que ahora más que nunca está en observación. Los políticos no están acostumbrados a escuchar la verdad, a que les digan que tienen responsabilidad en el derroche sin límites, por las veleidades sin control o camuflar la vocación de servicio público en la ambición por el coche oficial y una BlackBerry que pagan los ciudadanos. Por eso la democracia tampoco se puede pinchar en un tocadiscos al revés. Se cargaría el vinilo y la aguja.

martes, 14 de junio de 2011

Polvo, pelusa y facturas

Debajo de las alfombras uno puede encontrarse de todo. Si es un par de euracos siempre es motivo de alegría, pero también puede aparecer algún regalo inesperado, además de polvo. Será porque siempre hay más de un pícaro indolente que en lugar de barrer y recoger la casa como Dios manda prefiere levantar las alfombras, empujar la basura y que se apañe el que venga detrás. Ahora, que llega la hora para muchos de cambiar de aires y despedir el despacho oficial, puede que algunos de los tesoros escondidos que duermen el sueño de los justos bajo las alfombras vean la luz.

Todo depende de si al final se lleva a cabo ese tropel de auditorías externas que se anuncia para aclarar las cuentas, el déficit y la deuda. Los consultores se están frotando las manos porque ven cómo va a aumentar su cartera de clientes. Será que en tiempos de crisis, como en los de guerra, siempre hay alguien que saca partido. No sé si alguien habrá pensado en lo que cuesta pagar una auditoría externa cuando las cuentas municipales tiritan pero los unos y los otros la piden. Es otra paradoja más que lleva ahora a más de indignado a preguntarse cómo era posible que antes hubiera tanto cargo de confianza, tanto coche oficial, tanta monserga... y resulta que ahora se pueda seguir gobernado reduciendo todo eso a la mínima expresión.

Desde el ayuntamiento de cualquier hijo de vecino hasta la Comunidad más pintiparada parece que ha habido mucho de eso en los años de grandeza. Cómo será la cosa que ahora, cuando muchos gobernantes están con el agua al cuello abren la puerta de su despacho y levantan la alfombra se encuentran con pesetas. Hace once años que dejamos atrás la añorada peseta, tan fraccionada ella, y mira por donde ahora aparecen hasta facturas en pesetas. Ese descubrimiento ha tenido lugar en el Ayuntamiento de Sevilla, donde entre fino y tardes de arte en la Maestranza más de alguno optaba por archivar bajo las alfombras facturas del siglo pasado en moneda que ya no es de curso legal.

Por eso no es de extrañar que cada vez que llegan recomendaciones de los que mandan en Europa, incitando a que se suba la luz y el IVA, me sienta cautivo, desarmado y hasta almidonado. Lo que parece es que se van a levantar alfombras y mucho me temo, que en más de un sitio además de pelusa, polvo, maravedíes y estampitas de santos habrá quien encuentre hasta las facturas de esas mismas alfombras que causan más alergia que el peor de los ácaros.

martes, 7 de junio de 2011

Entrevista en la Cadena Cope Ribadeo

La COPE de Ribadeo celebra sus primeros 25 años. Allí empecé mi carrera profesional -tortuosa- y me lo han recordado. Nunca olvidaré aquella magnífica experiencia. A partir del minuto 15,40 me entrevista Juana.

lunes, 6 de junio de 2011

El Cochecito

La vida se ve distinta desde el asiento trasero de un coche oficial. Las lunas tintadas, el climatizador y el chófer son símbolo de éxito. El que se sube a ese coche con los cristales ahumados antes o después tiene la tentación de sentirse el amo y pierde la noción de la realidad. La vida de barrio, con la cola en el súper o el gin-tonic vespertino en el bar de siempre, no está hecha para los que se mueven en coche oficial. A través de los cristales ahumados las cosas son más cómodas, debe ser fácil acostumbrarse. Es la ventaja que tiene ver y que no te vean, contar con un chófer trajeado y poder llegar a la hora a cualquier evento sin preocuparte por encontrar un sitio para aparcar o sacar el ticket de la ORA. Hasta hace poco los excesos que perpetraban los servidores de lo público se toleraban sin rechistar. Esa corte plebeya, donde siempre funciona la picaresca y el sablazo en forma de “te invitó a cenar pero lo pagas tú, que para eso tienes gastos de representación", está cuestionada. Pero mira por donde ahora muchos de los que viajaban en asiento trasero de esos coches oficiales tan impolutos y llenos de antenitas van a tener que pensar en cómo se saca un abono transporte. El verdadero éxito de una conferencia o acto público está en el número de canaperos que se cuelan a zamparse las croquetas de rigor, pero añadiría que también en el número de coches oficiales que aparcan en la calle. En la canallesca sabemos que entre las nimiedades que ofrece la capital del reino y que se extienden más allá de sus propios límites, de una comunidad a otra, está el espectáculo de los coches oficiales, ya sean de la élite política, los altos directivos o de las señoras que van de compras a la Milla de Oro acompañadas por su fiel chófer. Esas nimiedades demagógicas le cuestan al erario público, es decir a usted y a mí, una pasta cada año. Sólo en Madrid, Gallardón se dejaba 5 millones al año en coches para sus concejales… Resulta que España tiene un parque móvil de 35.000 vehículos, que no son precisamente cuatrolatas, y las administraciones públicas no tienen ni para pagar las facturas pendientes ni para llenar el depósito de los bugas. Así que eso de tomar posesión del cargo con coche adosado se ha acabado. Hay vida sin lunas tintadas, sin chófer… y en cuanto al asiento de atrás siempre preferí el del Cadillac Solitario de Loquillo.