lunes, 7 de febrero de 2011
‘Guten Morgen’
Las fronteras siempre son difusas, pero no imposibles. Entre los fronterizos no se sabe quien en más de aquí y quien es más allá. Una frontera tiene también algo de eso que los pilotos de avión denominan punto de no retorno. Cuando se traspasan se abren otros mundos, acentos y realidades que tienen como objetivo llegar al final de un camino. Hay fronteras físicas, como las que saltan esos inmigrantes subsaharianos que buscan una vida posible; las que cruza el empresario de Socuéllamos que quiere abrir mercados para su vino en China; o las que se traspasan por la fuerza del amor. Pero hay otro tipo de frontera, la que está dentro del ser humano y que tiene la necesidad de explorar lo cercano y lo lejano. Por eso se han descubierto tierras, mares lejanos y se han puesto picas en Flandes. Cada vez que veo a un madrileño, viajero o callejero por el mundo en esos programas de televisión que nos enseñan cómo se vive en lugares como Innbruck, la Isla de Pascua o Wichita aprendo que hay vida más allá de la tienda de ultramarinos del barrio y del parque en el que cada día suelto al perro. Resulta que aquí siempre hemos querido vivir sobre seguro, con la casa puesta, la hipoteca de 40 años y la paella de los domingos con los suegros. En nuestro ADN nos han inoculado que en España se vive mejor que en cualquier sitio. Y de repente la realidad nos pone en nuestro sitio. En este caso ha sido Frau Merkel, la canciller de Alemania, que vino a Madrid a pasar revista y analizar el electrocardiograma del moribundo español para ver si tiene solución tras varias semanas de cirugía. Frau Merkel es de las que atraviesa fronteras sin problemas y demostró lo que en Alemania se entiende por productividad. Seis horas, seis, como si de un cartel taurino se tratara, le bastaron a Merkel en Madrid. Nada de perder el tiempo, ni salir a la calle a echarse un pitillo o hablar por teléfono con un colega en el curre. Frau Merkel ofreció todo un ejemplo de productividad, ese concepto que por desgracia escasea en el mercado laboral español y del que son tan responsables los empresarios como los trabajadores, los sindicatos y los políticos. Si hubiera un método para aprender alemán en siete días, o en tres meses si me apuran, cogería las maletas y me plantaría en Hamburgo o en Munich. Ramiro cruzó la frontera hace años. Nunca dejó de ser gallego, pero ahora es más alemán que nunca. Regresó con su mujer a su pueblo, frente al Cantábrico, tras décadas de trabajo en Alemania. Sus hijos viven en el país de Goethe y cuando nos cruzamos cada mañana por la calle nunca falta un Guten Morgen.
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