viernes, 10 de diciembre de 2010

Gracias, Mario

La verdad ya no importa. Es duro admitirlo, pero es así. La realidad se empeña en demostrar que interesa más el barullo. Basta con coger la prensa cada día para comprobar cómo cada medio va a lo suyo. Por encima de la búsqueda de la verdad están las cuentas de resultados de las empresas periodísticas y las ansias de poder, irresistibles tentaciones del mundo globalizado. Aunque Julian Assange fundador de Wikileaks publicara el día de su arresto un artículo que suena a epitafio bajo el hermoso título de La verdad siempre ganará, mucho me temo que no será así. Vivimos en una época acomplejada y temerosa, que confunde las sandeces con la originalidad y ríe las gracias del provocador. Editorialistas y tertulianos rinden más que nunca pleitesía a sus prestamistas. Por eso unas veces son capaces de certificar que Dios existe y al día siguiente, sin despeinarse, aplauden que Stephen Hawking asegure que venimos de la nada y que Dios no ha tenido que ver en este tinglado. Así estamos y así nos va. Por fortuna, aún queda un espacio para la esperanza. Ahí es donde tienen mucho que decir los escribidores del alma. Es el caso de Mario Vargas Llosa, un merecido Premio Nobel, que ha hecho de la creación su refugio, y de la ficción la libertad. Vargas Llosa, como tantos otros artistas que llenan nuestras vidas, es de los que trabajan para crear mundos paralelos que hacen felices a los demás. En sus palabras, en una entrevista o en un discurso como el que ofreció en Estocolmo, hay más verdad y honestidad que en esos polemistas de lo inmediato. Claro que ellos desaparecerán y Vargas Llosa pervivirá siempre, como otros grandes escritores. Vargas Llosa es, además, un escritor de los que se leen, un escribidor con suerte y una voz sin mordazas. Así lo demostró en un discurso emotivo donde reconoció que lo más importante que le había pasado era aprender a leer. Más de uno debería tomar nota. Eso es casi más importante que sus profundas críticas a los nacionalismos o los regímenes de Cuba o Venezuela, que descolocan a más de un trasnochado. Escuchar de su boca decir que “la ficción es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor del humano” es esclarecedor entre tanto tugurio. Así que ahora que reconoce que su mujer le hace el mejor halago al reñirle con una frase lapidaria como “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”, en mi caso le diría sólo dos palabras: “Gracias, Mario”.

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