Nueva York. Años 60. Una mujer espera tumbada en una camilla a que un ginecólogo lleve a cabo un exploración. Al poco rato entra el médico enciende un pitillo habla con la chica y realiza la exploración. La consulta del doctor viene acompañada de frases estruendosas y machistas como “en los tiempos modernos las chicas fáciles mo encuentran marido”, mientras la chica, que sólo quiere que le recete la píldora, encaja cada golpe dialéctico con sumisión. La joven es una todavía mojigata Peggy Olson, una secretaria que acaba de empezar a trabajar en una agencia de publicidad de la gran manzana cuyo ambiente seguro que a la ex ministra de Igualdad, Bibiana Aído, pondría al borde del más almodovariano ataque de nervios. No se asusten, ese ginecólogo es sólo catódico y forma parte de la ficción televisiva más in. La escena pertenece a los primeros episodios de la premiadísima serie de televisión Mad Men, una producción de esas que se denominan de culto y que relata con una extraordinaria fidelidad una época y la competencia de egos que conviven entre los hombres y mujeres de una prestigiosa agencia de publicidad. El acoso laboral, las infidelidades o el racismo son algunos de los aspectos que aborda esta imprescindible serie de obligado cumplimiento y que demuestra que los tiempos cambian. Esta serie pone en evidencia que hubo décadas en las que era tan normal acosar sin el menor respeto a una secretaria como encenderse pitillo tras pitillo, algo que medio siglo después produce bochorno. La verdadera igualdad se demuestra andando y con menos dogmatismo que en el cenagal político progre, donde se entra en las chorradas lingüísticas esas de “miembros y miembras”, “jóvenes y jóvenas”; prohibir jugar a los polis y cacos en los patios de los colegios; o suprimir los rótulos de caballeros y señoras en las puertas de los aseos. Nunca me gustaron las posturas extremas, entre el progrematrix y la caverna, ni las niñerías del “y tú más”, pero estos tres últimos ejemplos son fácilmente jaleados por un ultrafeminismo que cierra filas a toque de corneta para arremeter contra el machismo. Menos mal que entre la bipolaridad cabe el sentido común. Esta semana Antonio Banderas presentó en el Instituto Cervantes de Madrid una exposición fotográfica femenina, que no feminista, en la que la mujer es la protagonista. Pero una mujer “fuerte”. Al fin y al cabo, como él, creo que no estaría mal un mundo gobernado por mujeres, pero no por las que quieran ocupar el papel del hombre.
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