domingo, 20 de diciembre de 2009

Cuestión de jeta


Caras hay de muchos tipos. Las hay rechonchas, de torta de pan, amables, caras de pocos amigos e incluso, de póker. Así podría seguir hasta acabar esta columna, pero no les voy a aburrir. Cada estado de ánimo tiene una expresión en el rostro, con el ceño fruncido, la ceja levantada, los morritos entreabiertos o lo que sea. Tal vez por eso la cara es el espejo del alma. La cosa es que la semana empezó con una cara, terminó con otra y entre medias apareció una que parecía un poema. A Silvio Berlusconi le han partido la cara, en el sentido más estricto de la palabra. Su cutis va camino de convertirse más en el de una estatua que en un rostro humano. Al menos para él, la solución es de trámite, una operación más de cirugía estética, se corrige la nariz, de paso se arreglan unos pómulos y a dirigir un país entre piropos a las mujeres guapas. No hay nada que a estas alturas un poco de botox o las manos expertas de un experto como el doctor Chams, con su milagrosa jeringuilla de vitaminas, no puedan arreglar. La falta de colágeno de un rostro marchito o que te hayan partido la cara porque un tipo te arroja una catedral de Milán en miniatura a la nariz son excusa perfecta para pedir hora en la consulta más chic de París. Por cierto, ¡menuda puntería tuvo el tipo! Seguro que el que le lanzó el zapato a Bush en Iraq le envidia. Y mientras al Cavalieri le parten la cara, aquí, los procelosos mundos nocturnos de la villa y corte llevan al periodista Hermann Tertsch a la cama de un hospital. Su cara sí que era un poema la otra noche. Con una combinación de batín y pijama, propia del mismismo Cary Grant, aprovechaba para ganar audiencia en Telemadrid, presumir de luchador contra lo políticamente correcto y sacar pecho como sparring de las patadas que recibe España. Vamos, que para Tertsch no hay más que o su discurso o el caos. Patético. Pero les confieso una cosa, tanto su discurso como el de los que le azuzan desde el otro lado me aterra. Es un guerracivilismo digital entre el matrix progre guay de unos y la derecha mediática casposa de otros. Vamos, lo de siempre en este país. Así que no me queda más remedio que escudarme en otra cara redecorada, la de Belén Esteban. La historia de la princesa del pueblo que ascendió a reina de la televisión a cuenta de contar miserias personales es lo que mola, tanto como que ella se lo agradece a toda España. ¡Tiene narices!

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