domingo, 6 de diciembre de 2009

2014

La ventaja que tiene disponer de una columna sin régimen de arrendamiento, p­or la que no hay que pagar ni tasa de basuras, ni canon digital, ni rendir cuentas a la SGAE es que te permite ser tan libre como Internet. Y en estos pensamientos me encontraba cuando la profecía del cantautor Luis Eduardo Aute me hizo temblar más que las de Nostradamus o los mayas con su predicción del fin del mundo para 2012. Cinco años de vida, ni uno más ni uno menos, dijo Aute que le quedan a la música y a las canciones antes de su desaparición. Después, la nada absoluta, el vacío o… el estraperlo. Aute desató un estado de ansiedad en mi interior ante la perspectiva de no encontrarme nunca ni un triste acorde de L’amour est blue, de la orquesta de Paul Muriat, en el interior de unos grandes almacenes en rebajas o dentro del ascensor de un hotel. La premonición me turbó tanto que nada más llegar a mi casa, para desesperación del vecino, pinché todos los discos de vinilo hasta que caí dormido bien entrada la madrugada. Ante los malos augurios que se avecinan estoy dispuesto a volver a escuchar toda la música que me ha acompañado en mi vida, incluidos los singles de 45 rpm de Umberto Tozzi que pedí a los Reyes Magos por un amor de adolescencia. Pero lo malo es que no tengo tiempo para regocijarme con tantas canciones ante el temor de levantarme un día en 2014 sin música. La industria musical tiene también esos cinco años para reconvertirse porque lo que se muere es el CD y no la música en directo, pero plantear el cierre de sitios web sin orden judicial, mediante una SS (Sección Segunda), la de la Comisión de Propiedad Intelectual del Ministerio de Cultura, suena siniestro. Al menos, y pecando de blandito, ahora que estamos en tiempos de eslóganes y coletillas machaconas, diría que una SS me parece poco sostenible. Así que mientras alguien no sea capaz de combinar de manera racional los derechos de autor y las descargas en Internet, yo estoy en modo de espera. Pero lo mío es distinto. Creo que además de repasar el top musical de mi vida, me meteré un buen chute de House. Viéndole hacer el arpegio a dos manos de Eddie Van Halen con su guitarra eléctrica o tocando el piano, iré bien servido. Y sin vicodina, claro, que a quien le duele la pierna, y está enganchado al opiacio, es al cínico doctor Gregory House.

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