viernes, 13 de noviembre de 2009

Ideales


Después de años creyendo que se puede interpretar el mundo a través de un reportaje y huir de los mares cenagosos he decidido resignarme. La reciente guerra por los derechos televisivos del fútbol y la televisión de pago han puesto patas arriba los cimientos de los grandes medios de comunicación. Será porque el mando a distancia sólo marca la cuenta de resultados. Los empresarios de comunicación, lleven tirantes, chaqueta de pana o gafas de intelectual no entienden de ideales, pero sí de negocio. Prefieren el neorrealismo televisivo del que presume Jorge Javier Vázquez con toda su mala baba para justificar la dosis diaria de telebasura a los documentales de La 2. El negocio de la tele, al fin y al cabo, ha archivado los estatutos de redacción, libros de estilo y todas esas herramientas de buenas maneras de las que viven los teóricos de la profesión. En su lugar, de lo que se trata es de rentabilizar la inmediatez. Ahora, el negocio es llevar los partidos de futbol hasta tu teléfono móvil hasta el punto de que el enredo de la televisión de pago ha sido capaz de crear alianzas imposibles o editoriales inimaginables por encima de ideales. “La fábrica funciona mejor que nunca”, acaba de decir Jaume Roures, el jefazo de Mediapro, la empresa que tiene los derechos del fútbol y que espera facturar 200 millones de euros más que el año pasado. Ya no enamora Jean Seberg repartiendo periódicos en los Campos Elíseos; sino el pay per view. Ahora que celebramos el vigésimo aniversario del fin del muro de Berlín, ese obstáculo hecho de hormigón, alambres, puños y sufrimiento, recuerdo las imágenes que vi por televisión aquel noviembre de hace veinte años. Ahí no había negocio, sino ilusión por acabar con un muro vergonzoso en el que muchas personas dejaron su vida mientras otras miles soñaban a diario con otra existencia más allá de aquellos ladrillos. Pero ahora es como si eso no fuera más que un recuerdo vago. El neorrealismo televisivo que proclama el presentador de Sálvame, tan hipócrita como den de sí las vísceras de sus invitados, es lo que se lleva. Así que no me queda más remedio que revisitar la nouvelle vague. En sus películas encuentro más lugares comunes con ese maldito muro que en ese neorrealismo rosa de postín. Veo Al final de la escapada, de Godard, y siento tanta emoción como los alemanes que derribaron el muro para chocar con la libertad.

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