El lenguaje es perverso. Casi tanto como quiere el que hace uso de él. Bien por ignorancia, bien porque se acepta por el uso continuado de algunas expresiones, hay palabras que significan todo lo contrario, pero que se cuelan en nuestra vida diaria. Un buen ejemplo lo desenmascaró el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, durante la inauguración de una jornada sobre terrorismo en la Universidad de Alcalá. El seminario llevaba por título La deslegitimación del terrorismo, título que por sí mismo se mete en la boca del lobo de los intransigentes y los violentos. Es una trampa dialéctica más en la que la democracia ha caído en su lucha contra el terrorismo y que, con buen criterio, Rubalcaba aclaró. Simplemente no se puede deslegitimar algo que carece de legitimidad y de legalidad. Así de fácil. Fue Mark Twain el que escribió aquello de “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar toda duda”, y en este caso el ministro no se quedó callado. Aclaró las sombras en una cuestión en la que no se puede andar con verdades a medias ni tibiezas dialécticas. Lo malo es que en estos tiempos tecnológicos, donde la confusión se beneficia de la inmediatez, al lenguaje le caen piedras por doquier de todas partes. Del sms, pasando por el facebook o la discusión de taberna tras la última jornada de liga, entiendo que los académicos de la lengua lo tengan más difícil que nunca. Y yo mismo entono el mea culpa. Pero sin necesidad de convertirnos en esos pesados ilustrados que corrigen desde la suficiencia las patadas al lenguaje, es cierto que la responsabilidad es de todos. Tengo un colega que hace palitos en su cuaderno de apuntes durante las ruedas de prensa sobre las veces que el político de turno repetirá expresiones como poner en valor o políticas transversales. Algunas veces hemos llegado a apostarnos el café con tostada sobre estos mantras que una y otra vez repiten los políticos hasta hacerlos tan coloquiales como "¿Qué pasa tío?". Reconozco que le tuve que pagar unos cuantos desayunos, pero cuando se trata de la cursilada de Buenos días a todos y a todas, aunque mi colega es más progresista que yo, al que le toca pagar el café siempre es a él, y eso que ni siquiera apostamos.
–El día que los progresistas digan "buenos días", invitas tú –me dice. Y lo haré.
domingo, 25 de octubre de 2009
sábado, 17 de octubre de 2009
Y si...
No llego al extremo de un amigo que fue a la consulta de un médico y le dijo que iba a padecer un infarto. Es un hipocondríaco sin remedio. Siempre me río cuando me lo cuenta, sin embargo, hay días en los que me planteo que si antes de que mi maravilloso mundo se desmorone debo ir al psiquiatra para que me atiborre de trankimazim.
–Doctor, se me va a ir la pinza, ¡haga algo! –le rogaría desesperado fuera de mí.
Hoy mismo, recién despertado revolotearon por mi mente pensamientos convulsos y que me hacen dudar de lo que me rodea. ¿Y si cuándo me despierto las cosas dejan de ser lo que son? Uno no tiene derecho a quejarse de su vida, al fin y al cabo España ocupa el puesto 15 en el ranking de calidad de vida elaborado por la ONU. Vamos, que vivimos como Dios, aunque nos seguimos quejando. Cuanto más se tiene más se quiere. ¿Pero qué pasaría si de repente todo fuera de otra manera? ¿Y si los que te rodean no son lo que dicen ser? Debe ser terrible descubrir, de pronto, que tu mujer te la pega con tu mejor amigo, que tus padres colaboraron con las autoridades franquistas para facilitar el traslado de nazis a Sudamérica o que tu colega del curre es un gürtelito que ha participado en fiestorras con putas en un chalé. Por supuesto, nada de esto me sucede, pero cada vez que cojo un periódico me pregunto hasta dónde llega la realidad y si lo que sucede tiene algo que ver con mi vida. Muchas veces, ante el estupor de la realidad, leo dos veces la misma noticia en un periódico para abrir definitivamente los ojos ante lo que está negro sobre blanco. El espectáculo montado en torno al PP, donde algunos dicen que nunca se termina la fiesta, es un buen ejemplo. Costa, Camps y Rajoy, aderezados por las conversaciones telefónicas de Correa y El Bigotes en plan lumpen, son los dignos protagonistas del mejor telefilme basado en hechos reales que uno pueda imaginar. Y enfrente el PSOE tratando de sacar rentabilidad política con la coletilla incluida de “a toda costa”. ¡Qué ingeniosos! Lo malo de todo, es que este lamentable serial atrae el foco y los flashes y demuestra que las cosas no son lo que parecen, que bajo la gomina huele a podrido. Así que tras mi próxima noche de pijama y orinal solo espero que mañana no me despierte planteándome: ¿Y si…?
–Doctor, se me va a ir la pinza, ¡haga algo! –le rogaría desesperado fuera de mí.
Hoy mismo, recién despertado revolotearon por mi mente pensamientos convulsos y que me hacen dudar de lo que me rodea. ¿Y si cuándo me despierto las cosas dejan de ser lo que son? Uno no tiene derecho a quejarse de su vida, al fin y al cabo España ocupa el puesto 15 en el ranking de calidad de vida elaborado por la ONU. Vamos, que vivimos como Dios, aunque nos seguimos quejando. Cuanto más se tiene más se quiere. ¿Pero qué pasaría si de repente todo fuera de otra manera? ¿Y si los que te rodean no son lo que dicen ser? Debe ser terrible descubrir, de pronto, que tu mujer te la pega con tu mejor amigo, que tus padres colaboraron con las autoridades franquistas para facilitar el traslado de nazis a Sudamérica o que tu colega del curre es un gürtelito que ha participado en fiestorras con putas en un chalé. Por supuesto, nada de esto me sucede, pero cada vez que cojo un periódico me pregunto hasta dónde llega la realidad y si lo que sucede tiene algo que ver con mi vida. Muchas veces, ante el estupor de la realidad, leo dos veces la misma noticia en un periódico para abrir definitivamente los ojos ante lo que está negro sobre blanco. El espectáculo montado en torno al PP, donde algunos dicen que nunca se termina la fiesta, es un buen ejemplo. Costa, Camps y Rajoy, aderezados por las conversaciones telefónicas de Correa y El Bigotes en plan lumpen, son los dignos protagonistas del mejor telefilme basado en hechos reales que uno pueda imaginar. Y enfrente el PSOE tratando de sacar rentabilidad política con la coletilla incluida de “a toda costa”. ¡Qué ingeniosos! Lo malo de todo, es que este lamentable serial atrae el foco y los flashes y demuestra que las cosas no son lo que parecen, que bajo la gomina huele a podrido. Así que tras mi próxima noche de pijama y orinal solo espero que mañana no me despierte planteándome: ¿Y si…?
jueves, 8 de octubre de 2009
Embarcado
Hasta el bochornoso episodio del Odyssey con el pecio del galeón Nuestra Señora de las Mercedes, ejemplo de la impunidad con la que trabajan en los fondos marinos los cazatesoros, la administración española seguía sin enterarse de lo importante que es mantener y proteger el patrimonio sumergido. Al menos ya se ha hado un paso. Pero todavía no se ha acabado el desconocimiento hacia el mar y los hombres que han hecho de los océanos su medio de vida. –La mar es dura, pero aquí van las alubias de mi familia –me decía un pescador que se embarcaba cada año en la costera del bonito y que al menos un par de veces vivió el infierno del Gran Sol. El secuestro del atunero Alakrana en aguas del Océano Índico, a cargo de piratas somalíes, como ya sucediera con el Playa de Bakio, ha puesto de actualidad una actividad que pasa desapercibida a diario. Salvo que unos piratas armados hasta los dientes y tecnología de última generación tomen por la fuerza un barco de bandera española, aquí se desconoce la vida de los marineros. Por si las olas de nueve metros y la fuerza del viento no fueran suficiente, los marinos tienen otros enemigos a los que enfrentarse mientras aquí pensamos que la vida en el mar es como un placentero crucero por el mediterráneo con el capitán Stubing cenando en tu mesa. Una vez conocí a un tipo como Coy, el protagonista de La carta esférica, de Arturo Pérez Reverte. Era un marinero sin barco, en este caso por decisión propia y no por haber tocado fondo con un mercante, como le ocurrió a Coy. Compartimos una tarde de cervezas, algo de mojama y pescaíto de la bahía. Me contó que había empezado a salir a la mar en pesqueros, luego estudió náutica y estuvo casi dos décadas de un lado para otro a bordo de mercantes. La ironía no escondía su cansancio y confesó que se sentía mayor para seguir soportando los pantocazos del barco, el sueño por los continuos cambios de guardia y las estrecheces de la vida a bordo. La mar le había hecho tan duro como solitario. Lo único que le importaba del periódico era la información meteorológica, trató de convencerme de que en realidad lo que se movía era la Tierra y no un barco pero si había una cosa que le molestaba era que en vez de marino le llamaran embarcado. –¡Como si uno no existiera, coño! –gruñó.
domingo, 4 de octubre de 2009
Comediscos
Todos tenemos una banda sonora en nuestra vida. Puede que no nos demos cuenta y que ni siquiera tengamos grabadas en un CD o un mp3 las canciones que un día nos hicieron soñar, ser felices y hasta superar el trauma de una ruptura con la novia del cole. Pero basta escuchar alguna de esas canciones un día, por sorpresa, para que ese curioso archivo sensorial de la memoria que tenemos en el cerebro se ponga en marcha y nos actualice los recuerdos. La música tiene esa magia. Ahora que el rock español está de cumpleaños, medio siglo, es un buen momento para mirar atrás y desempolvar esos vinilos y las cassetes grabadas de la radio. Al menos, cada canción que escucho tiene el poder de trasladarme en el espacio y el tiempo. En la mítica Rock-Ola, mientras tocaba Aviador Dro me declaré a una chica; en la Escuela de Caminos flipé con Alaska y los Pegamoides; en Vigo, en una noche de juerga, pincharon un tema de Prefab Sprout en la discoteca que me recordó a un amor perdido; en una solitaria playa de la costa lucense, The Smiths sonaron en una romántica puesta de sol; en La Romana (Alicante) la pachanga de una orquesta reventó los pies de mi pareja y los míos de tanto bailar; en la sala Clamores percibí la emotividad que un tipo como Antonio Vega transmitía y que a través de un himno generacional como Chica de Ayer hacía cómplice a todo el público… Así podría seguir, de un lugar a otro, uniendo canción y recuerdo, amores y desengaños, resaca y sobriedad, aprobados y suspensos, felicidad y tristeza. No sé que hubiera sido de mi vida sin música, como le sucede a John Cusack en el papel que interpreta en Alta Fidelidad. Igual que él, también tengo mi top ten, pero esta lista me la reservo. Ahora que según el periodista y crítico musical Diego Manrique se cumplen 50 años del rock español, tomando como referencia la edición del primer disco del Dúo Dinámico en el sello Odeón, es un buen momento para reconocer a los músicos su heroicidad y desfachatez para salir adelante en estas décadas, dando testimonio de modernidad, esplendor creativo y, simplemente, por haberme hecho la vida más fácil. Lo que me ha costado expresar en 27 líneas Mark Knopfler lo resume en una frase: “La gente utiliza mi música para vivir mejor. Pues eso
Nota de redacción
Iba a escribir sobre el fiasco de Madrid como candidata para organizar los Juegos Olímpicos de 2016 pero he cambiado de idea. Entre la farsa mediática montada en Copenhague, los absurdos mecanismos de esos celebérrimos y altivos miembros del COI, la propaganda sentimental de la Corazonada, la megalomanía de Gallardón, el negociete que supone vivir de la organización de unos JJOO durante unos años, el arribismo patrio a todo trapo en el mejor hotel de la capital danesa y, sobre todo, la falta de verdadero espíritu olímpico, se me han quitado las ganas. Así que paso olímpicamente.
PD. Por cierto. Francis Ford Coppola fracasó estrepitosamente en taquilla con una película llamada Corazonada
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