domingo, 11 de enero de 2009

País de petardos

Este año los padres no han dado tanta pasta a sus hijos para que petardeen a su antojo por las calles de la ciudad. Al menos así me lo asegura una vecina de “esta nuestra comunidad” en la que vivo, que sabe de “muy buena tinta” que en este año de crisis no hay pasta ni para petardos ni casi para la paga semanal. Asegura que lo “ha dicho la tele”, y ya se sabe, lo que sale en la tele va a misa, con Rouco Varela o sin él. La cosa es que el petardeo está tan metido en nuestra cultura que tan acostumbrados al ruido como estamos nos llama la atención el silencio, o al menos que no se oiga la explosión de tantos petardos y tracas como las fiestas pasadas. ¡Qué cosa! Echamos de menos el ruido de los petardos y nos acordamos del pregonero, aquel que proclama aquello de “Se hace saber” para hacer cumplir unas ordenanzas municipales a las que casi nadie hace caso. En un país de ruido, de cáscaras de gambas en los baretos con ambiente adulterado de humo de faria y peste de anisete, de slalom entre excrementos caninos en las aceras, de campo abierto las 24 horas del día a las micciones en cualquier esquina o baños de exaltación masiva en las fuentes, que ahora persigan las travesuras de los petarderos me suena a chiste. Unos dirán que la presión policial surte efecto y se cerca a los gamberros del mechero y la dinamita de bolsillo de marca Acme, ya sea en forma de petardo o de cohete la del Coyote y Correcaminos. Claro, que 300 euros del ala de multa es para pensarse si se tira un petardo en plena calle Mayor en hora de máxima afluencia. Lo que me pregunto es qué pasaría si en vez de petardos se tirara harina a todo hijo de vecino, como sucede en IBI (Alicante) o Fuente el Fresno (Ciudad Real); o tomates como en Buñol (Valencia)... Conclusión: a los españoles nos va la traca. Lo malo es que esas ordenanzas municipales no se extiendan a otros petardos, en especial a esos que llenan los programas del corazón de cotilleos y chascarrillos. Todos los patiños, chelos y mariñas, por mucho que se llenen la boca hablando de fuentes y rigor informativo, demuestran cada día con la mecha que tienen que son tan petardos, o más, que los que los niños tiran en las calles antes de salir corriendo. Al fin y al cabo, vivimos en un país de petardos.

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